29 de octubre de 2014

Por entre tus vías...




Por entre las vías de tus piernas viajo para no perderme,
para no perder el rumbo,
para beber de ti, 
para besar tu luna sonrosada...
Para seguir mi camino a las montañas donde guardas tu corazón, 
para mirarte a los ojos...
Para descarrilar juntos en este tren desenfrenado.
J.M.T.

25 de octubre de 2014

Y son cantares a mi luna...

¿Eres tú el ángel de mis sueños?
No pregunto por dudar
es que la luna también sueña contigo...
Miré al cielo y sus ojos se encandilaban...
Me miró y se ruborizó...
Dicen que la luna se enamoró de un gitano
y que éste, rasgando la guitarra,
le cantaba por fandangos lo que no cabía en bulerías...
Por eso digo, si eres tú mi ángel de los sueños
o el gitano del que se enamoró la luna...
Y me dice ella:

"No te preocupes, niña,
que si el gitano canta
no es de amores para mí,
que me canta con lágrimas
lo que a ti cantarte no puede,
que tú eres su sueño y su vigilia;
que como buen cantaor, sólo de sentimiento llora...
Y no es a mí a quien canta,
que es a ti a quien sólo ama;
que cuando me mira a mí es
 porque se hunde en tus ojos,
que él me cuenta que eres su luna:
luna gitana, luma mora...
Luna de sus amores..."

20 de octubre de 2014

En el bosque de la luna...



"Hay tanta soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la luna 
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo."

La luna de Jorge Luis Borges.







Auspicia mis sueños cada noche. A veces tengo la sensación de que es capaz de escuchar no solo mi respiración si no, también, mis pensamientos. Inunda toda mi habitación con esa luz que dibuja todas y cada una de las sombras que me rodean.  Es como si llegase para arroparme. Permanece hasta dormirme y luego se marcha.
Y hay noches que creo que me llama, que me habla, que me cuenta esas cosas que tanto la hieren. Me cuenta que es la única que ha visto el primer llanto humano de la soledad.
Y no sé si es o está; si es y está…
Y esa misma noche en la que el cielo estaba tan plagado de nubes que no me deja verla, apareció sin esperarla. Sin llamar se coló y entre los resquicios de la ventana se tamizó hacía mis ojos apesadumbrados por el vago sueño.
Sonó un susurro, como si el viento siseara.

¡Ssshhhh…!

- Mi niña....- me llamó entre susurros.- Mi niña... Levanta y vente conmigo...- Y como el viento la acompañaba, las sábanas de mi cama parecieron flores a las que se les caían los pétalos. Y sin darme cuenta, vi como las estrellas estaban más cerca. El viento me llevaba en suaves volandas hacia ella y cuando llegué, se volvió a hacer menguante para acunarme en su blancura.
- ¿Te sucede algo, Luna? -le pregunté.
- No. Acomódate que voy a contarte un cuento.
-¿Un cuento?
- Más que contarte un cuento vas a vivir algo especial.

Y así, de pronto, mi habitación se trasformó en un remolino de luces, como si cientos de ráfagas luminiscentes invadieran todo mi espacio, mi pensamiento, mi subconsciente y mi todo. Las nubes revolotearon ante mis ojos. El viento parecía jugar con ellas y cuando se disiparon solo se vio el cielo plagado de estrellas. Como si éstas se fueran apartando, como si yo me fuera acercando,  como si a mi paso se abriera el camino, como cuando el agua hace ondas al meter la mano..., apareció un gran bosque. No sé si eran alcornoques, quejigos o castaños pero la luz que se filtraba parecía una cortina hecha de polvo, hojarasca y… no sé bien qué. Un precioso bosque al caer la tarde o al comenzar la mañana. No sé si era lo uno o lo otro. Los colores se apreciaban tornasolados, entre verdes y marrones, amarillos y rojos... Se escuchaban infinitos sonidos matizados: arrullos, aleteos, hojas, músicas que parecen cantos de sirena que nunca he escuchado, inocentes sonrisas…Y allí, junto al puente del Silencio, estaba en danza aquella hada de grandes alas transparentes y de un tono violeta, con su vestido  de corolarios de otoño y dibujando efectos luminosos como estelas que perseguían el movimiento de su batientes alas....
¡Vaya, no se parecía siquiera a Campanilla!


No tardé en ver otros seres maravillosos, figuras ligeras y más o menos menudas que se movían con tal elegancia que parecían flotar; seres elementales: Preciosos por su naturaleza porque no son todos tan bonitos como  nos los pintan en los cuentos, alegres, pequeños, mágicos… Duendes... ¡Vaya, duendes de verdad! No son gnomos, esos llevan el gorro rojo. Estos otros se han hecho sombreros con polvitos de estrellas, con pequeñas hojas secas o verdes... ¡Wooowww!


Al fondo parecían venir luciérnagas... ¡No, no son todo luciérnagas! ¡Como si yo hubiera visto muchas para decir qué son o dejan de ser, pero… son más seres alados....! Y vienen todos hacia mí. Pero yo… ¿dónde estoy yo? Debo estar encima de alguna rama porque veo mis pies colgando pero esto se balancea demasiado y no hace apenas viento. No tanto como para menearme de esta forma.

Todos se iban acomodando en torno al árbol que, incluso parecía tener vida animada. Los duendes surgían más perezosos; las ninfas, más revoltosas; los gnomos parecen no tener prisa alguna, y, entre tanto, tenía el presentimiento de que había alguien a mi lado. No sé si era miedo o que estaba demasiado asombrada por todo pero me estaba costando girar la cara para comprobar de qué se trataba. Me hice valiente y miré. ¡Me dí de bruces con un ser magnífico y bello!

Me miraba serio y, aun así, se intuía una sonrisa. En él, o en ella, se dibujaba el reflejo dorado del oro o el intenso color del otoño; y adornaba su cabeza con una corona de plumas azules. Desprendía un aroma a lirios frescos... ¿Y su vestido? Su vestido parecía hecho de  pétalos de oro. Y no, no tenía alas. No sé cómo sé cómo podía mantenerse en suspensión. ¡Cómo me gustan esas plumas! ¿Y cuándo se movía? Cuando se movía daba la sensación de hacer un suave tintineo de gotitas de agua.
Su llegada produjo un efecto extraño. La algarabía y el desorden dieron paso a murmuraciones y siseos para guardar silencio. Me sobrecogió el que se produjo. Debía ser alguien importante. Y el silencio dio lugar a una exclamación general, a aplausos y gritos de alegría. Sentí, igual que si me mirara en un espejo, la expresión de sorpresa reflejada en mi rostro. Como una niña pequeña, la boca abierta bajo las palmas de mis manos. Sentí un extraño aleteo a mi alrededor. Me molestaba sobre la piel pero por más que miraba y miraba no lograba adivinar de qué se trataba. La sensación era la misma que cuando una tela de araña te roza o como si bichitos pequeños caminaran sobre la piel. Fui a tocarme, a intentar evadirme de aquella rara sensación.

¿Mis manos?  ¿Dónde se quedaron mis manos?
¡Eso no eran mis manos! Eso... Me faltaba un dedo.
¡Y eran más largos los que quedan....!
¡¡¡Wooww!!!
¡Cuando los movía sonaban cascabeles...!
¡Vaya! ¿Y ahora qué?

¡Sí! ¡Sí! No podía evitar reírme con nerviosismo, con asombro, con incredulidad, con todos los sentimientos a flor de piel y con miles de sensaciones que era incapaz de controlar. Sentía más intensos los olores y más potentes los sonidos. Podía escuchar lo que se decía a doscientos pasos de mí y era capaz de comprender lo que en un idioma desconocido se hablaba. Mi visión se agudizó y estaba más cerca de lo que pensaba. Podía ver y definir cada uno de sus rasgos, incluso aquel ser que me es más familiar. ¡Una rana! Una rana que no deja de dar saltos y de sacarme la lengua.

Y me esfuerzo en adivinar qué hay más allá. Busqué a los elfos. Dicen que son como los humanos pero mil veces más bellos. Quería bajar de donde estaba pero no sabía cómo manejarme para hacerlo. Comprendí que pensarlo me ayudaría. El primer intento fue estrepitosamente arriesgado y estrepitosamente torpe. Hasta mí se acercó un duende a sacudirme las hojas que se habían pegado a mi vestido. Y pude mirarle a los ojos. ¡Tan pequeña soy! Sus ojos son muy extraños. Parecen profundos como un pozo sin fondo, oscuros como una noche sin luna y brillantes como el más pulido de los diamantes. Y huele a madera y musgo.

Oí un nombre a mi espalda. No, no era mi nombre y, sin embargo, sabía que era yo. Me giré pero el efecto del movimiento no era como lo recordaba, como siempre lo había hecho. Me convertí, por inercia, en un remolino y todo giró a mi alrededor como si me hallará en la boca de un huracán. Alguien me detuvo y me topé con aquel ser más que maravilloso. Soy incapaz de describirlo aún ahora. Sólo sé que irradiaba muchísima luz y con muchísima intensidad, sin embargo, no dañaba a los ojos. Parecía un ángel, pero no sé cómo son los ángeles. Si los ángeles son cómo nos los han pintado, entonces, no era un ángel. Estaba posado sutilmente sobre la hierba y me miraba con cierta ternura. Fui incapaz de articular palabra alguna y pensamientos no me salía ni uno. Guardé el más sepulcral de los silencios. No sé qué debía hacer, si es que algo había que hacer.

¿Y por qué me empujan? Así, de repente, me vi obligada a dar dos zancadas para evitar caerme al suelo. Y, a pesar de mantenerme de pie, este ser maravilloso, arrodillado sobre la hierba, seguía siendo más grande que yo.

Correspondí a su sonrisa mientras acercaba su mano a mi mejilla. Observé todo el recorrido, fijándome bien. Sus manos eran como las mías. En la suya no se perfilaban dedos. Todo era como una masa semitransparente, como una especie de nube. Y, aunque me hablaba, no movía sus labios. Y seguía comprendiendo lo que me decía.
Su bienvenida fue cálida. Sus palabras eran armoniosas, como dibujadas en una escala musical y con cierta reverberación. Era curioso porque tuve la sensación de escuchar la voz de la conciencia. Al tiempo, miles de diminutas flores comenzaron a caer y sí, vi a la Luna inmensa en lo alto, entre las copas de los árboles que se alzaban al cielo como frondosas secuoyas. El Viento zarandeó con suavidad aquella lluvia multicolor, formando guirnaldas que se posaron alrededor de mi cuello y del ser maravilloso, de largas melenas azuladas y blancas, altura indescriptible y piel pálida, ataviado con una especie de levita de color negro y una capucha protegiendo u ocultando su cabeza y parte de su rostro. Por detrás de él asomaba una aljaba de la que asomaban unas plumas. Me pareció un ser “gótico”... o un guerrero. Y volvió a sonreír y abrió sus brazos mientras retrocedía unos pasos. Al movimiento de ellos, mi cuerpo parecía sumarse en un inmóvil zarandeo, percibiendo una suave ráfaga de aire a mi espalda. Giré la cabeza. Esta vez fui más prudente y cuidadosa. Ante mi asombro, aleteaban cuatro impresionantes alas: dos, más grandes, superiores; y dos, más pequeñas, acoplándose a ellas.

- ¿Tengo alas? –pregunté ingenua a pesar de la evidencia.
- Es algo pasajero –me respondió aquel ser-. Muy pronto desaparecerán y podrás partir conmigo.
- ¿A dónde? –inquirí en tanto intentaba controlar aquel aleteo para no elevarme del suelo.
- Lo sabrás a su debido tiempo.

Se acercó y con sus manos recogió mis alas. Me tomó de la mano y, elevados a un palmo del suelo, me condujo hasta el otro lado del bosque en apenas unos instantes, como si el tiempo y el espacio carecieran del sentido al que estoy habituada. Miré a lo alto y ahí seguía ella, la luna, reflejando su brillo plateado en las aguas de aquel lago cruzado de lado a lado por un puente de ramas, flores y otras plantas. Al fondo, a nuestra espalda, quedaba la otra parte del bosque y seguía escuchando aquellos sonidos que me habían asombrado al principio. Incluso podía ver resplandores, reflejos como si hubiera cientos de fogatas encendidas.
Miré al ser. ¿Cómo dirigirme a él teniendo la sensación de que le conocía de siempre? Titubeé como si yo me hubiera convertido en la niña tímida que nunca fui. No hizo falta la pregunta. No sé cuántas fueron las veces que tuvo que repetirme su nombre. En ninguna de ellas pude quedarme con él, ni siquiera encontrar algo que se pudiera parecer. Su nombre me parecía totalmente impronunciable.

- Creo que vamos a tener un problema –le comenté. Sonrió de nuevo. Y de nuevo me habló, y de nuevo sin mover los labios.
- Cuando amanezca sabrás decirlo y lo reconocerás en cualquier parte.

Cruzamos el puente. Su mano siempre estrechando la mía. Él guiando mis pasos. Yo siguiéndole como si lo hubiera hecho toda la vida, como si no hubiera peligro alguno, ni duda, ni miedo…

Al mirar atrás mis ojos se abrieron. Había amanecido. La ventana estaba abierta y entraban aquellas primeras luces. Luna había desaparecido, como cada mañana. Viento, también había cesado en su alborozo. Yo estaba sobre la cama, con los pies vestidos de pequeñas briznas, la espalda me dolía ligeramente, y sobre la almohada, unos pétalos de flor. Y de mi boca, un nombre: Su nombre. El mismo que apareció reflejado en la pantalla de mi móvil a tan temprana hora después de tantos años.

18 de octubre de 2014

Pensé que vendrías...


Y dibujé de sonrisas mis lágrimas,
puse en mis manos caricias de ausencia
y en mi boca, besos de recuerdo...
Porque es eso lo que me queda,
salvo la esperanza de lo impredecible.

Pensé que vendrías
y saqué mi ajuar de novia
y eché pétalos de flores sobre el lecho;
descorrí las cortinas, dejando que el fresco 
de la noche anidase la inocencia de mi soledad.
Pensé que vendrías y renuncié por un momento
a mi penitente soledad.

Pensé que vendrías y me llené de ilusión.
Pensé que vendrías y me llené de espera,
de inmensa espera y de innegable tristeza,
pero ya no me quedan demasiadas lágrimas,
caen una a una como en una clepsidra
que deja pasar el tiempo de más a nada,
de todo a nada.
Ya me queda poco que llorar...
Me encerraré con la pena de la luna...
Otra vez yo sola... 
 9/10/2010
Clepsidra.
¡Qué palabra más bonita y pensar que casi  nunca le he usado! Pero, cómo usarla.
Clepsidra proviene del vocablo latino clepsydra, que a su vez deriva del griego klepsydra, compuesta de hydro (agua) y klepto (yo robo). La idea es que el recipiente inferior roba el agua (o la arena) del superior por lo que posee un valor muy simbólico: El fluir constante del tiempo.

El otro día, repasando uno de vuestros blogs, la vi y, de pronto, me vinieron a la mente un sin fin de imágenes y palabras... Y recordé un viejo poema. Hoy lo rescato del baúl de los recuerdos.
Me imagino que alguien se sentirá muy identificad@. No es mi intención hurgar en la herida. En su día, fue tan solo un sentimiento y sensación mías.


15 de octubre de 2014

El erotismo sin transgresión no existe. 
Ambos se quedan inmóviles, tendidos en el suelo, como cubiertos por un manto de ternura. 
Se miran con amor pero sin excitación.

Dalmiro Sáenz

10 de octubre de 2014

Esa lluvia...

Cuando me levanté, llovía, lento y despacito...
Y desnudo, millones de gotas acariciaban mi cuerpo 
como millones de caricias imagino de tus dedos...
J.M.T

"Completamente mojadas, inclinadas las peonías bajo la lluvia"
Matsuo Basho.

8 de octubre de 2014

Piensa en mí en las horas que elegiste para extrañar...