Pedí libertad para hacer las cosas, y me ha traído plumas.
Pedí musas para que no me abandonen, y me encontré con libros escritos y libros en blanco.
Los primeros para no olvidar y los segundos para imaginar.
Pensé en deseos y me ha prometido realidades. Realidades en jarros de agua fría y en tibios líquidos ya que el gato del agua hirviendo se aleja. Agua fría para que despierte y agua tibia para que me calme.
Pedí aromas para mi vida y me ha traído pétalos de flores de mil colores y mil olores, y de tierras lejanas: canela, almizcle, comino y clavo, azafrán...
Pedí la posibilidad de un mundo mejor, y me dejó un par de bolitas de navidad cosidas con hilos de fantasía.
Pedí algo que brillase, y me dejó topacios y amatistas con engarces de grifas en plata. El primero por pleocroísmo, porque la vida hay que verla en todas sus tonalidades. El segundo, violeta, porque sabe que me gusta.
Pedí algo para guardar todas mis ideas, y me ha dado tiempo bajo un cielo estrellado.
Y pedí, en un trocito de mi pensamiento, un recuerdo para quienes quiero e importan...
Y hallé a Baltasar, con su túnica, sus babuchas y esa sonrisa tan sincera y bonita, con esos ojos aceitunados y esa piel tostada, marcada por los vientos del desierto. Parece que el tiempo vaya a su favor. Mientras para para mí, retroactiva para él. Supongo que un año de éstos, un día de los que vengan, sus ojos y los míos se hallarán a la misma altura.
Ese cofre en sus manos... desprendiendo el aroma a mirra, dejando su figura tras una estela suavemente amarillenta.
Y me mostró una escalera por la que no tuve más remedio que bajar.
Seguí sus pasos, embriagada en el aromático olor a mirra, esa que adormece los dolores. Dejó el cofre en el suelo y me tendió sus manos. A su lado, las mías son como la de una niña pequeña. Tal vez sea así en estas noches. Debe ser así, supongo.
Las tomé. Me sonrió. Se inclinó levemente y depositó un beso en mi frente antes de irse. No fui consciente de su partida. Al abrir los ojos ya estaba sola pero seguía teniendo la sensación del roce de sus labios y el tacto de sus manos tibias cubriendo las mías.
Y ahí, caminando de luz a luz, dejando atrás el ventanal y acercándome al tintineo de las sudorosas velas, terminé de descender los escalones a cuyo pie hallé la llave de Baltasar. He vuelto a mirar hacia atrás porque me llegaba como una especie de susurro por el aire. Un susurro que decía يَظُنّانِ كُلَّ الظَنِّ أَن لا تَلاقِي. (*)
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Picar llave |
La he tomado. He sonreído mientras mis manos temblaban por la emoción y, por qué no, por la invasión de la penumbra. No me ha abandonado el olor a mirra y me ha embriagado un halo de ilusión, una alegría interior que podría definir como indescriptible.
Y sí, ha merecido la pena el camino porque por un momento, varios, unos cientos, he jugado como una niña: He pintado, coloreado, recortado, buscado las piezas para que encajaran en el puzzle...
He hallado la carta en la que Baltasar, Bet Sar Utsor como firma él, plasma sus letras para mí... con la promesa de su regreso.
Y el corazón se me ha llenado.
Girad la llave y entrad sin miedo. La luz de las velas guiarán vuestros pasos. Solo he de advertiros de una cosa, y es que deberéis regresar aquí. Buscad otra llave, la que os traerá de regreso y así poder cumplir un pequeño deseo.
Disfrutad del interior de la sala y de su contenido.
Yo os espero aquí.
(*) El poder del Creador está en tu interior, en ti.