Abrí los
ojos a duras penas. La luz se colaba por los resquicios de una densa cortina
mal corrida. Mis párpados parecían dos losas. Me sentía tremendamente cansada
y, por un momento, confundida. Me costó ubicarme.
Abracé la
almohada. Olía a él. Me envolvió su aroma.
Yo…, yo,
también a él, a su sexo, a su esencia… Tenía mi piel impregnada de
él.
Tenía
agujetas hasta en el alma porque hasta el alma me había follado. Me desentumecí
un poco y mi cuerpo se resintió encima de las sábanas.
Un intenso
aroma a café envolvía el ambiente. Y me pregunté si había dejado que el
servicio de habitación me viera desnuda sobre la cama. Me entró un repentino
sentimiento de pudor… y una convulsión de rabia.
Me acerqué
hasta la silla donde estaba su ropa. Quería tocarla, sentirla sobre mi cuerpo.
Cogí su camisa, con ese olor tan de él, de su perfume, de su piel… Me embriagué
de todo ello, de todo su ser, y sentí que me abrazaba. Sonreí.
Cuando me
dijo que le acompañase a Roma, lo último que esperaba es que me fuera a dar
aquella noche tan especial. Pensé que sería un viaje más de esos de trabajo,
tedioso y largo. Y, realmente, así habían sido las jornadas anteriores.
Terriblemente tensas, sin un minuto para relajarse.
Al pasar
frente al gran espejo sobre el taquillón, me alcé sobre mis puntillas. Me
picaban los glúteos. Con razón. Todavía tenía
rubores en mis nalgas de las palmadas dadas.
Sonreí con
cierta picardía. Sarna con gusto no pica aunque mortifica. Pero sentirme así,
atrapada en sus dominios, gozar de ese deseo, de su virilidad, del golpeteo de
sus palabras ahogándome las ganas al tiempo que enervaba mis lujurias… Sentirme
tan hembra, tan salvaje y tan atrapada en sus garras. Una experiencia
indiscutiblemente repetible.
Me serví una
taza de café, y me acerqué al balcón cuyas puertas permanecían a medio cerrar.
Un sol resplandeciente, con alguna nube en el cielo y al fondo, el Coliseo.
Imponente. La ciudad bullía y el café se deslizaba por mi garganta. Me
perdía en esa sensación mientras el fresco de la mañana se colaba por debajo de
la camisa, erizando mi piel… sin percibir la presencia de Mark acercándose por
detrás hasta que su pecho se apoyó en mi espalda. Me sobresalté. Sus brazos se
cruzaron en mi cuerpo, y su aliento se fijó en mi cuello.
- No imaginé nunca que mi camisa pudiera sentarte tan bien –me susurró mientras rozaba el lóbulo
de mi oreja con sus labios. Mis pechos se irguieron… Su aliento, la sensación
de sentirle tan cerca, su erección en mi piel, mi imaginación llena de lujuria.
Eché la cabeza hacia atrás cuando sus manos atraparon mis pechos.
- Todavía me
duele el culo…
- Eres una
floja. Fueron cuatro palmaditas de nada… -aseguró mientras bordeaba la cadera
para centrarse sobre mi sexo.- Y todavía estás mojada. Anoche me sorprendiste
aunque sabía que dentro de ti hay una viciosilla. Te comportaste como una
salvaje y al final cediste como me gusta. Quiero que seas siempre así en mi
cama…- musitó, de pausa en pausa, besándome el cuello, mordisqueándome. Noté que me estremecía
entera, que mi cuerpo temblaba, que volvía a sentirme húmeda… y solo me había
rozado. Sin profundizar más. Abrí mis piernas cuando sentí sus dedos
rozando mis labios…- No sueltes la taza –inquirió adentrándose en mí, cerrando
sus dedos en torno a mi clítoris que parecía esperarlo con cierta ansiedad. Nada más fue tocado, reaccionó.
Abrió la
camisa. Dejó al descubierto mis pechos… Los buscó, los magreó suavemente, despacio…,
indagando en la erección de mis pezones. En ellos todavía sentía la tirantez de
la noche anterior, la tortura sufrida por sus dientes, por sus labios, por sus
manos… Aquellos tirones, aquellas retorcidas… Aquellos gemidos que me había
provocado; los gritos que había acallado tapándome la boca, echándome hacia
atrás mientras me empotraba una y otra vez…
Ahora, en ese
momento, ahí, con Roma ante
mis ojos, Mark provocaba mi excitación. Hacía que mi sexo empezara a llorar por
sus gestos, por él, por las ganas de ser poseída de nuevo, de entregarme
sumisa, completamente cedida, consintiéndolo…
Costaba
mantener la taza en equilibrio. Las piernas me temblaban, y las ganas de
aferrarme a él, de poder tocarlo, sentirlo…, me turbaban un poco.
Mi
respiración se entrecortaba al mismo ritmo que el café retemblaba en su
recipiente. Del mismo modo que mi cuerpo temblaba entre los brazos de ese
hombre que me había llevado a la realidad de una experiencia mil veces imaginada.
- Si se te
cae una gota de café, te castigaré… -me dijo con tanto convencimiento que me
revelé. No acepto bien las órdenes y como juego estaba bien pero me sonó
demasiado autoritario.
- ¡Deja de
decir ya tonterías! –Y al tiempo que lo decía, él me dio una palmada en
el trasero. Entre que no me lo esperaba y que ya andaba con el equilibrio
reducido por la excitación, el café se me desbordó de la taza, cayendo sobre la
camisa. Le miré y quise ponerme en mi sitio. Me quitó la taza de la mano, con
toda la serenidad y parsimonia del
mundo, como si ni me escuchara ni oyera siquiera. La dejó sobre la
mesa. Me miró. Por un momento pensé que iba a estamparme una bofetada. Su mano se abrió y me agarró de entre las piernas con fuerza,
juntando mis labios, haciéndome poner de puntillas y provocando mi quejido. Amén de que
estaba resentido de los toques a mano abierta recibidos en la noche. Me tapó la
boca con su mano libre. Y juro que sentí cierta desazón.
- No grites…
Te he avisado.
Supongo que
se dio cuenta del mensaje que con la mirada le envié y aflojó ambas
presiones. A cambio, me hizo caer de rodillas. Desanudó la toalla que se
ceñía a su cintura, dejándola caer al suelo. Su pene estaba completamente
erecto. Ahí, ante mis ojos, a la altura de mi boca. Agarró mi pelo como quien
toma una rienda, y me sentí yegua domada, amedrentada por un segundo…
El juego no
había terminado.
Me obligó a
levantar la cabeza. Se inclinó. Me besó con rotundidad, casi doliendo…
-Ahora me
harás caso y no es bueno que protestes… Te voy a llevar a semejante locura que
suplicarás más… Abre la boca –ordenó mientras se ponía erguido.
Obedecí sin
rechistar, y no por sentirme amilanada, sino porque dentro de mí emergían unos
deseos incontrolables de sentirle, sentirme, complacernos. Todo se me venía de
forma natural como aquella arcada que me invadió al sentir su dureza clavada en
mi boca. Ahí se mantuvo, probando mi resistencia, percibiendo mi agonía en ese
momento. Sentí que me ahogaba… hasta que empezó a retirarse levemente. Y el alivió se mimetizó con la leve pero
decidida bofetada que me dio en la mejilla, mostrándome su dominación o para
espabilarme, para mantenerme alerta... No me la esperaba. No contaba con ella y me enfurecí. Me aferré
con las uñas a sus muslos. Clavé con fuerza y él empezó a embestirme, a profanarme la
boca…
Sin
contemplación… Dentro… Fuera…
Con rabia,
con ganas… hasta que mis lágrimas se mezclaron con mi saliva…, y esta, con su
bálsamo.
Me lo bebí
golosa, hambrienta, famélica, ávida… mientras
en mi mente sentía una liberación especial, un sentir en mi cuerpo se extasiaba
el sentido de la suma entrega, de la sublimidad de ser poseída, culminada
en un gozo compartido, ajena a todo sentido de humillación, de mal uso…
Sí, me sentí
usada en plenitud, por consentimiento propio.
Ese día fue
una fecha importante, ocho de noviembre. Mi nacimiento. El primer día de todos los que luego han venido;
un día de entrega, de reconocimiento mutuo, una forma de sentir y de vivir
nuestra sexualidad, nuestro modo de vivir nuestros encuentros más íntimos. El
día que reconocí mi entrega. El día que me hice Suya. El día que no dejó de ser
MÍO.
Tema 6-52: Describe una escena de un relato pensando en una fecha significativa para ti y traslada esas emociones a tus personajes.