22 de marzo de 2017

Agua y Sal...

Agua y sal,
tapiz que colma la quebrada de mis ojos
cuando, en sentido silencio,
miro los surcos horadados en las palmas de mis manos.
Aprieto los puños.
Se  clavan las dagas de media luna.
Arde la sangre
Y se derrama gota a gota.

Muerdo mis silencios.
Nacen pájaros de alas abiertas
Y de las yemas de mis dedos,
añoranzas y caricias,
con olor a piel de ausencia,
de nombre recordado.

Viento que araña.
Arena de mil granos de fuego.
Lija que me inclina
en el sino de las cruces de mis dedos
y en la retórica de mis piernas,
gigantes heridos postrados al destino.

Cerradas estas noches que parpadean
en trémula lujuria de luna plena,
abanicos de plumas negras al horizonte.
Amanecen en la comisura de mis labios
hojas caducas en este torrente de rocíos marinos.

Dulce salinidad,
agua fuente,
que cae por mis perfiles
al amparo de tu boca,
a la memoria de tu Amor,
al sentir de ese beso,
estrella en mi frente,
como designio de mi SerTe.
Objeto magnánimo de este Sentimiento.


18 de marzo de 2017

9

Mi soledad y Tú



Aquella noche salimos a pescar. Clavó las cañas en la arena y nos sentamos a ver pasar el tiempo. Eso es algo que se me da muy bien, como tú me dices.
Estuve toda la noche bajo las estrellas. No dejé de pensar en ti.

El cielo estaba dorado y el mar, también. Las olas besaban sutilmente las arenas de la orilla. Decían algo que no comprendí.
Susurros de esperanza.
Arrullos de deseo.
Bisbiseos de besos.
Tu nombre.

Pensé que saldrías tras alguna de ellas con tu vestido de espuma blanca. Transparente como tu corazón…, blanquecina como tu alma. Temblé entero. Me acurruqué en mí mismo. Me abracé como tú lo hubieras hecho, y me sentí pequeño en la inmensa soledad.

El cuadro era perfecto pero faltabas tú… y tu luz.



Tema 9-52: Escribe un relato que integre las palabras "luz" y "cuadro" como elementos relevantes del argumento.

12 de marzo de 2017

8

El dedal

El corazón es un horno de fuego





Aquello quejidos me partieron el alma. Caminé con ella en brazos hasta la cueva. Su aliento chocaba contra el mío.

- Shhh… No hables -le dije.
- Hablas cinco idiomas y nunca quieres hablar.

Aquello me hizo sonreír. Respiré hondo y miré esa parte suya que me enloquecía, de la que me había enamorado y que había hecho mía. ¿Cómo había llamado Madox a esa vaguada, ese valle que nace al fondo del cuello? ¡Escotadura supra esternal!





Esto es mío: Pediré al rey que esta maravilla se llame el Bósforo de Almasy, le había dicho en aquella ocasión.





Me fijé que todavía llevaba el dedal. Aquel que compramos juntos en el mercado, cuando todo parecía perfecto, cuando dimos rienda suelta a nuestro amor y a nuestras pasiones. Idiota, me llamo, confesándome que siempre me había querido, que seguía amándome. No pude evitarlo. Me llené de emoción, de rabia, de impotencia… Un cúmulo de sensaciones que confluían en esa cobardía que había hecho no saber enfrentarme a mis sentimientos y a la realidad que subyacía bajo la apariencia de un matrimonio bien avenido.
Mi hermética personalidad…
La atraje hacia mí y lloré desconsoladamente pegando mi mejilla contra la suya, mientras mis pasos parecían flaquear y a ella el aliento.

Katherin estaba mal herida. Le arropé un poco más. Encendí un fuego. La curé como pude. Inmovilicé su tobillo y su muñeca…, y no tuve más remedio que salir de ahí en busca de ayuda. Si no lo hacía, los dos moriríamos. Si lograba llegar a la ciudad más cercana, al menos cabría la esperanza. Pero eran tres o cuatro días andando, además, de que podría encontrarme con alguna tropa militar. Le dejé agua y comida suficiente, una linterna, un lápiz y uno de mis cuadernos. Le prometí que volvería a por ella y que jamás la abandonaría. No volvería a ser como antes. Además, muerto Clifton… Egoístamente… el cielo quedaba abierto para ambos.

No sé cuántas horas llevaba andando. El sol era un castigo pero no podía pararme. La tormenta de arena fue lo que no esperaba. Tuve que detenerme, refugiarme en mi mismo y aguantar como pudiera con las poca fuerzas que me quedaban. Recuerdo el sabor a arena y como esta se convertía en millones de látigos que azotaban mi piel, hiriéndola aun por encima de mi ropa.
No logro recordar más.

Cuando desperté habían pasado cuatro jornadas, con sus días y sus noches. Me hallaba en un sitio desconocido, tumbado sobre un camastro limpio. Yo estaba aseado; incluso, afeitado. Vestía una especie de túnica larga que me llegaba hasta los tobillos y tapaba mis brazos hasta las muñecas. Tenía las manos vendadas y sentía paz en todo mi cuerpo. Recuerdo que escuché voces de mujeres. Hablaban todas a la vez y me costaba comprender. Desconocimiento y aturdimiento.
Cuando pude aclarar mi vista, que no mi mente, no podía creer lo que estaba viendo. Ante mí, como un ángel llegado del cielo, estaba Katherine. Quise sonreír pero me dolía la cara. La notaba como si tuviera un cartón pegado.

- Shhhh… Estás a salvo, mi amor.
- ¡Khat! - Estoy bien, condesito –Y su sonrisa me pareció un milagro.- No hables. Eres muy mal paciente...

Me dio un poco de agua y respiré profundamente. Pacientemente, Katherine se encargó de ello. Una pequeña caravana de lugareños se alejaba de la ciudad y de la zona de conflicto. Los británicos controlaban el área y era un ir y venir de tropas. El destino, la suerte, el azar, Dios o Allâh, les había cruzado en mi camino. Justo antes de la tormenta de arena me habían avistado. Antes de vomitar la arena y perder el conocimiento había sido capaz de explicar el porqué de hallarme allí. Sin dudar, aun a riesgo de poder tratarse de una alucinación, fueron en su busca. La habían cuidado como una más de su gente. Y a mí…Y a nuestro recomenzar.


Tema 8-52: Usa una escena romántica de una película que sea reconocida y dale un giro sorprendente para cambiar totalmente la historia.

7 de marzo de 2017

7

 Un antes lleno de recuerdos.
Un después lleno de olvidos.



Se había levantado aquella mañana más contenta aunque no sabía el motivo. Observaba el paisaje a través de la ventana. Siempre le había parecido muy hermoso. Y parecía reconocer al gato cuando se rozaba en sus piernas, ronroneando, aunque, simplemente, lo llamaba “gato”. Era lo único que tenía claro de él.

Su vida era una serie interminable de archivos, de información repetida. Día a día, antes de irse a dormir, repasaba lo anotado sobre una página casi en blanco porque así era parte de su memoria al día siguiente. Al principio, no parecía ser tan duro como ahora y le daba miedo dormirse. Despertar era sentirse perdida. No saber dónde estaba, con quién estaba, cuándo, cómo… Todo cuanto vivía, experimentaba, pensaba, hacía… quedaba perdido a largo plazo, un plazo que no abarcaba más allá de, en ocasiones, minutos; a veces; horas. Y nunca superaba aquella jornada. 

Habían pasado ya varios meses desde el accidente pero su amnesia anterógrada la mantenía esclava a la inexistencia de recuerdos. Un paso lleva a otro paso pero, en su caso, un paso siempre era un primer paso que no llegaba a ninguna parte. Un antes lleno de recuerdos. Un después lleno de olvidos. Ni tan siquiera tenía tiempo de sentirse mal, ni decepcionada, ni impotente. Se le olvidaba. Su mente era un continuo ordenador siendo reseteado sin haber guardado antes la información. Información caduca. Información perdida. Cierre de pantalla. Documento nuevo. Su vida era nacer cada día pero con menos tiempo para vivirla. 

Le habían recogido la cafetera de cápsulas y se hacía el desayuno con la cafetera de toda la vida. No tenía un teléfono inteligente. Le daba igual tener cien canales de televisión o ver repetida la película del lunes el domingo y seguía haciendo fotografías con la vieja réflex aunque olvidaba que las había hecho. 
No pensaba en Flavio a pesar de ser el hombre que amaba. Tampoco cuánto lo amaba y su nombre era olvidado al tiempo de ser pronunciado. Era un tipo simpático que le traía flores todos los días, que dormía en la habitación de al lado según que noches, que le tocaba con la guitarra su canción favorita, que le preparaba el desayuno los días de fiesta y le hablaba de sueños compartidos que no siempre sentía fueran suyos, de lugares a los que no habían ido… pero irían. Le hablaba mil veces de unas flores del desierto que crecían a la luz de la luna y olían como azahar, de cómo se habían conocido o cómo había sido aquel primer beso o, incluso, cómo había sido de especial haber hecho el amor en aquella cabaña de la montaña. Solo sabía que se sentía muy bien a su lado y se llenaba de felicidad, que le encantaba ser besada y abrazada por él, que se volvía loca cuando le hacía el amor… Y luego, todo era empezar...

Pero cada dos por tres se encontraba un cartel, un folio rosa flúor con una larga explicación que le recordaba que debía repasar su memoria artificial: Ir al salón, abrir el ordenador y ponerse nerviosa porque el sistema era nuevo aun siendo ya obsoleto. Buscar los archivos que tenía escritos según el calendario de su agenda, de la que no se separaba por nada del mundo, donde iba apuntando con frases inconclusas y expresiones alteradas aquello que vivía en un momento dado y le llamaba la atención. Ir a la pared del pasillo, obligado paso para moverse por la casa y donde se acumulaban fotografías de personas y cosas con datos pertinentes que le sirvieran de recurso. 
Sin embargo, nunca le había gustado hacer punto y no había puesto interés alguno en aprender. Ahora hacía unos encajes preciosos. Nunca un gato tuvo una mantita tan trabajada. 

Al final del día siempre tenía una nota que no era suya y que continuaba para ser la primera anotación del día siguiente: 

... Hoy es un nuevo día, cielo. Todo un mundo por descubrir, un recomenzar. Vuelve a brillar el sol. Lo que pasó ayer ya no importa. Hoy tenemos de nuevo todas las oportunidades. Estás en mi mente y sé que yo estoy en alguna parte de la tuya. Mira mi foto. Mira a Flavio. Mira al hombre que te ama, que te busca y que esta noche te hará el amor. 
Ten un buen día, amor. Te he dejado el café hecho. Muah… Muah… 

La fotografía de ambos en París era el marca páginas de la agenda. La tomó en su mano y sonrió: 

- Sé que te amo pero lo olvidaré en un momento. No volveré a pensar en ti hasta que vuelva a ver la foto y sonría de nuevo. En algún momento entrarás en casa y volveré a preguntarme por qué…




Tema 7-52: Da voz a los recuerdos y ofrece una solución en forma de historia para un personaje que pierde la memoria cada día.

2 de marzo de 2017

6

A los pies del  Coloso


Abrí los ojos a duras penas. La luz se colaba por los resquicios de una densa cortina mal corrida. Mis párpados parecían dos losas. Me sentía tremendamente cansada y, por un momento, confundida. Me costó ubicarme.


Abracé la almohada. Olía a él. Me envolvió su aroma.
Yo…, yo, también a él, a su sexo, a su esencia… Tenía mi piel impregnada de él.
Tenía agujetas hasta en el alma porque hasta el alma me había follado. Me desentumecí un poco y mi cuerpo se resintió encima de las sábanas.
Un intenso aroma a café envolvía el ambiente. Y me pregunté si había dejado que el servicio de habitación me viera desnuda sobre la cama. Me entró un repentino sentimiento de pudor… y una convulsión de rabia.

Me acerqué hasta la silla donde estaba su ropa. Quería tocarla, sentirla sobre mi cuerpo. Cogí su camisa, con ese olor tan de él, de su perfume, de su piel… Me embriagué de todo ello, de todo su ser, y sentí que me abrazaba. Sonreí.

Cuando me dijo que le acompañase a Roma, lo último que esperaba es que me fuera a dar aquella noche tan especial. Pensé que sería un viaje más de esos de trabajo, tedioso y largo. Y, realmente, así habían sido las jornadas anteriores. Terriblemente tensas, sin un minuto para relajarse.

Al pasar frente al gran espejo sobre el taquillón, me alcé sobre mis puntillas. Me picaban los glúteos. Con razón. Todavía  tenía  rubores en mis nalgas de las palmadas dadas.
Sonreí con cierta picardía. Sarna con gusto no pica aunque mortifica. Pero sentirme así, atrapada en sus dominios, gozar de ese deseo, de su virilidad, del golpeteo de sus palabras ahogándome las ganas al tiempo que enervaba mis lujurias… Sentirme tan hembra, tan salvaje y tan atrapada en sus garras. Una experiencia indiscutiblemente repetible.

Me serví una taza de café, y me acerqué al balcón cuyas puertas permanecían a medio cerrar. Un sol resplandeciente, con alguna nube en el cielo y al fondo, el Coliseo. Imponente. La ciudad bullía y el café se deslizaba por mi garganta. Me perdía en esa sensación mientras el fresco de la mañana se colaba por debajo de la camisa, erizando mi piel… sin percibir la presencia de Mark acercándose por detrás hasta que su pecho se apoyó en mi espalda. Me sobresalté. Sus brazos se cruzaron en mi cuerpo, y su aliento se fijó en mi cuello.


- No imaginé nunca que mi camisa pudiera sentarte tan bien –me susurró mientras rozaba el lóbulo de mi oreja con sus labios. Mis pechos se irguieron… Su aliento, la sensación de sentirle tan cerca, su erección en mi piel, mi imaginación llena de lujuria. Eché la cabeza hacia atrás cuando sus manos atraparon mis pechos.

- Todavía me duele el culo…
- Eres una floja. Fueron cuatro palmaditas de nada… -aseguró mientras bordeaba la cadera para centrarse sobre mi sexo.- Y todavía estás mojada. Anoche me sorprendiste aunque sabía que dentro de ti hay una viciosilla. Te comportaste como una salvaje y al final cediste como me gusta. Quiero que seas siempre así en mi cama…- musitó, de pausa en pausa, besándome el cuello, mordisqueándome. Noté que me estremecía entera, que mi cuerpo temblaba, que volvía a sentirme húmeda… y solo me había rozado. Sin profundizar más. Abrí mis piernas cuando sentí sus dedos rozando mis labios…- No sueltes la taza –inquirió adentrándose en mí, cerrando sus dedos en torno a mi clítoris que parecía esperarlo con cierta ansiedad. Nada más fue tocado, reaccionó.



Abrió la camisa. Dejó al descubierto mis pechos… Los buscó, los magreó suavemente, despacio…, indagando en la erección de mis pezones. En ellos todavía sentía la tirantez de la noche anterior, la tortura sufrida por sus dientes, por sus labios, por sus manos… Aquellos tirones, aquellas retorcidas… Aquellos gemidos que me había provocado; los gritos que había acallado tapándome la boca, echándome hacia atrás mientras me empotraba una y otra vez…

Ahora, en ese momento, ahí, con Roma ante mis ojos, Mark provocaba mi excitación. Hacía que mi sexo empezara a llorar por sus gestos, por él, por las ganas de ser poseída de nuevo, de entregarme sumisa, completamente cedida, consintiéndolo…

Costaba mantener la taza en equilibrio. Las piernas me temblaban, y las ganas de aferrarme a él, de poder tocarlo, sentirlo…, me turbaban un poco.
Mi respiración se entrecortaba al mismo ritmo que el café retemblaba en su recipiente. Del mismo modo que mi cuerpo temblaba entre los brazos de ese hombre que me había llevado a la realidad de una experiencia mil veces imaginada.

- Si se te cae una gota de café, te castigaré… -me dijo con tanto convencimiento que me revelé. No acepto bien las órdenes y como juego estaba bien pero me sonó demasiado autoritario.
- ¡Deja de decir ya tonterías!  –Y al tiempo que lo decía, él me dio una palmada en el trasero. Entre que no me lo esperaba y que ya andaba con el equilibrio reducido por la excitación, el café se me desbordó de la taza, cayendo sobre la camisa. Le miré y quise ponerme en mi sitio. Me quitó la taza de la mano, con toda la serenidad y parsimonia del mundo, como si ni me escuchara ni oyera siquiera. La dejó sobre la mesa. Me miró. Por un momento pensé que iba a estamparme una bofetada. Su mano se abrió y me agarró de entre las piernas con fuerza, juntando mis labios, haciéndome poner de puntillas y provocando mi quejido. Amén de que estaba resentido de los toques a mano abierta recibidos en la noche. Me tapó la boca con su mano libre. Y juro que sentí cierta desazón.
- No grites… Te he avisado.

Supongo que se dio cuenta del mensaje que con la mirada le envié y aflojó ambas presiones. A cambio, me hizo caer de rodillas. Desanudó la toalla que se ceñía a su cintura, dejándola caer al suelo. Su pene estaba completamente erecto. Ahí, ante mis ojos, a la altura de mi boca. Agarró mi pelo como quien toma una rienda, y me sentí yegua domada, amedrentada por un segundo…
El juego no había terminado.
Me obligó a levantar la cabeza. Se inclinó. Me besó con rotundidad, casi doliendo…

-Ahora me harás caso y no es bueno que protestes… Te voy a llevar a semejante locura que suplicarás más… Abre la boca –ordenó mientras se ponía erguido. 

Obedecí sin rechistar, y no por sentirme amilanada, sino porque dentro de mí emergían unos deseos incontrolables de sentirle, sentirme, complacernos. Todo se me venía de forma natural como aquella arcada que me invadió al sentir su dureza clavada en mi boca. Ahí se mantuvo, probando mi resistencia, percibiendo mi agonía en ese momento. Sentí que me ahogaba… hasta que empezó a retirarse levemente.  Y el alivió se mimetizó con la leve pero decidida bofetada que me dio en la mejilla, mostrándome su dominación o para espabilarme, para mantenerme alerta... No me la esperaba. No contaba con ella y me enfurecí. Me aferré con las uñas a sus muslos. Clavé con fuerza y él empezó a embestirme, a profanarme la boca…
Sin contemplación… Dentro… Fuera…
Con rabia, con ganas… hasta que mis lágrimas se mezclaron con mi saliva…, y esta, con su bálsamo. 
Me lo bebí golosa, hambrienta,  famélica, ávida… mientras en mi mente sentía una liberación especial, un sentir en mi cuerpo se extasiaba el sentido de la suma entrega, de la sublimidad de ser poseída, culminada en un gozo compartido, ajena a todo sentido de humillación, de mal uso…
Sí, me sentí usada en plenitud, por consentimiento propio.

Ese día fue una fecha importante, ocho de noviembre. Mi nacimiento. El primer día de todos los que luego han venido; un día de entrega, de reconocimiento mutuo, una forma de sentir y de vivir nuestra sexualidad, nuestro modo de vivir nuestros encuentros más íntimos. El día que reconocí mi entrega. El día que me hice Suya. El día que no dejó de ser MÍO.

Tema 6-52: Describe una escena de un relato pensando en una fecha significativa para ti y traslada esas emociones a tus personajes.