Yo era muy niña pero, en aquellas tardes
de calor, recuerdo la labor de mi abuelo, ahí en el pueblo. Me sentaba con
otros niños en los escalones de la casa de la vecina. Las piedras aún estaban
calientes después de toda la mañana al sol. Y en aquella pequeña plazoleta, veía a mi abuelo aventar la lana.
Unos días antes, mi madre y mi abuela habían
ido al lavadero a lavar las fundas de los colchones y
almohadas: Rayas rojas o verdes o esas otras que se hacían de restos de otras telas.
Mi abuelo se preparaba las varas y sacaba
la caja de madera de bucho (boj) donde guardaba las agujas, los punzones y las lizas.
Recuerdo que las dos varas de bucho (boj) en las
manos de mi abuelo silbaban en el aire como una canción y levantaban la lana,
no de cualquier manera, sino que los movimientos de brazos y muñecas hacían que
volara como si estuviera nevando a pleno sol. Me había explicado que ese modo
de aventarla era para que los nudos se soltaran, para que se desprendiera bien
la suciedad y la lana tomara aire para coger esponjosidad.
Yo también participaba de algún modo. Me
encargaba de ir a la despensa, donde en un saquito de tela tenía sus hierbas.
Las íbamos a recoger unas semanas antes, respetando su floración, su temporada.
Y él las conocía perfectamente. Así que yo le acercaba las que me decía, las
que había preparado con él.
Aquellas manos, acostumbradas a los
trabajos rudos, y también a curar, se convertían en diestras y finas para coser
las telas y formar los colchones. Casi era como un ritual. Así lo recuerdo yo. Ya
cansado de varear, extendía la lana correspondiente sobre la enorme tela, dejando
la mitad libre para poder juntarlas después. Antes de eso y de empezar a coser, esparcía las
hierbas por encima de la lana. Eran para conciliar el suelo y reconfortar,
decía.
Con un punzón y varios dobles de liza iba
atravesando, de arriba abajo y a lo ancho y largo de manera emparejada, el
colchón. Yo pensaba que era para que quedara bonito con aquellos botones de
madera. Él se reía y negaba con un gesto mientras con la mano sobre mi cabeza,
como si me estuviera bendiciendo, me explicaba con paciencia que era para
sujetar la lana y dar firmeza al colchón.
Dorotea, desde su blog “Lazos y Raíces” nos anima a recordar
alguno de aquellos antiguos oficios, hoy vivos casi solo en la memoria de los más
mayores.
He visto desempeñar ese trabajo, antes los colchones eran de lana, el mio lo era, y creo que había dos maneras de hacerlos unos con botones y otros no pero no recuerdo el nombre, me ha gustado que recordaras a tu abuelo, el mio era buzo ¡Que tiempos! un abrazo
ResponderEliminarOh, mira, ese oficio no lo conocía, es bonito recordar aquellos tiempos con los abuelos, como bien dices, eran casi como un ritual las cosas que se hacían con ellos, yo me acuerdo mucho de él
ResponderEliminarMi beso, cielo
Oficio, aquello que se aprende por experticia y no siempre se estudia o se perfecciona en una escuela, pero se realiza con maestría. Ese es el arte de tantas personas como lo hacía tu abuelo.
ResponderEliminarBeso dulce.
Yo nunca he visto este tipo de labor de cerca, en mi niñez vivía siempre en zonas costeras...quizás sea por eso...pero debe ser maravilloso tener esos recuerdos de tu abuelo y de tu niñez..preciosa tu entrada, Mag,..besos
ResponderEliminarMuchas gracias Mag por relatarnos con detalle el no oficio de su abuelo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho así como las fotografías que nos muestra.
Abrazos.
Hola: yo recuerdo perfectamente el ruido que hacian los bastones.Una músiquilla, con un compás rápido que era única e identificable desde lejos.
ResponderEliminarUn recuerdo entrañable de aquellos años grises y tristes de la posquerra.
UN abrazo, amiga.
Qué bueno que nos traigas estos recuerdos, me vienen a la mente esos colchones de lana que había que zurcirlos aunque yo no lo llegué a ver nunca, pero sí en casa tuvimos esos colchones.
ResponderEliminarMe encantó que trajeras estos recuerdos en el relato juevero, yo esta vez ni tiempo para participar.
Un beso pecaminoso.
Conozco ese oficio y la verdad es muy sacrificado, en aquellos tiempos imaginate, tal y como nos lo cuentas, es bello tener esos recuerdos tan hermoso, yo no pude conocer a mis abuelos y asi mas me meto en vuestros recuerdos .
ResponderEliminarBesos muy dulces y feliz dia
Es necesario recordar aquello que ya no existe y forma parte, de alguna manera, de nuestra vida.
ResponderEliminarA tus PIES
Eran duros oficios de gente dura. Yo de pequeña recuerdo haber conocido algún colchón de lana.
ResponderEliminarUn saludo.
Una entrada muy interesante para conocer el pasado más reciente y que ya prácticamente hemos olvidado (por desgracia). Desde luego, eso si era una vida dura y no se quejaban tanto como hoy...
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Besos.
Es hermoso recordar nuestras raices Mag. De una forma u otra desde sus entrañas venimos. Hermoso relato. Un beso
ResponderEliminarPues sería algo habitual, pero aquí, uno que es de ciudad, piensa que debía ser un verdadero espectáculo. Si no lo he visto con mis ojos, lo he visto con mi imaginación guiada por tu relato, lo que te agradezco.
ResponderEliminarMuchos besos.
Vaya, logré ver con mucha facilidad lo que narras, mi Azul....
ResponderEliminarQué bonito recuerdo...
Besos y cariños, bonita.... ;)
Como no soy de pueblo he leído asombrada esa descripción del arte de los colchoneros. Y mi descanso sobre los colchones de lana en casa de mi suegra allá por los años 70, se hubiese hubiese visto favorablemente afectado por la actuación de alguno de ellos. Gracias por tu aportación. Un abrazo.
ResponderEliminarSiempre hay algo nuevo que aprender y valorar, me hizo recordar a mi tío abuelo, el hacia cobijas de lana en esos viejos telares que funcionaban a pedal, me encanta pasar a leerte porque siempre me voy sabiendo algo más.
ResponderEliminarBesis Mag.
¡Gracias por recordármelo! se me había olvidado ya, como lo de abrir la lana para hacerla más esponjosa ¡qué bueno!
ResponderEliminarTienes un recuerdo precioso, y lo bonito es el haberle dedicado esta entrada. Los trabajos de aquellos tiempos... muy artesanales y laboriosos. Se merecen nuestra admiración al ver cómo se realizaban con tan pocos medios y conseguir maravillosos resultados.
ResponderEliminarMil besitos, preciosa mía y te felicito una vez más.
Os agradezco a tod@s y cada un@ de vosotr@s vuestros comentarios y palabras, de todo corazón y con todo cariño. Siento no poder ir un@ a un@ en esta ocasión.
ResponderEliminarY en breve, me pongo al día con vuestras casas, que ando a destiempo para casi todos.
Besos enormes y abrazos fuertes.
Me ha encantado tu descripción de como aventar la lana para deshacer nudos, esponjarla y limpiarla. Yo sí que he dormido en esos colchones, pero nunca ví esa labor.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Yo también he dormido. Es más, mi madre todavía tiene su almohada de lana. Hay cosas que recuerdo idealizadas, es verdad, pero me acuerdo de que esto lo hacía mi abuelo. Cuando él falleció, pues a venía el colchonero.
ResponderEliminarIgual que recuerdo los sueños, guardo en mi memoria ciertas cosas de mi niñez. Y con mi abuelo, había un vínculo especial, cierto aire místico. Será que así lo recuerdo.
Un besazo.
Un oficio que no conocia, y eso que durante mi niñez dormia en colchon de lana y que habia ido a lavar la lana al rio. Me imagino la lana flotando en el aire cual nieve....y es que lo explicas tan bien....Muy bueno, besos.
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