De día, me preguntaba por qué el hijo del hombre no podía tener su propia María Magdalena, llenarla de Pecado y bendecirla con la semilla del más grandioso deseo, comulgarla con mil besos y vestirle la piel de sudor.
Día tras día, ardía en ese fuego y me consumía como las velas de los atriles. Mi pecado no se exoneraba ni con un Padre Nuestro ni un Ave María. Ni siquiera con veinte rosarios en latín con todos sus misterios apartaban de mí ese cáliz. Iba directo al infierno pero el infierno lo tenía yo entre mis piernas y, entre las de ella, deseaba escribir los versos más prohibidos con la punta de mi lengua, clavarme en sus entrañas, desbocarla salvaje hasta empaparme de su esencia y tragarme sus demonios exorcizados.
No calumnio la Palabra aunque me vuelvo irreverente y hereje entre los párrafos de mi biblia donde descubro de entre el espíritu, la carne. Creo en mí. Rezo por la orbe de los milagros y la salvación de las almas. Entre ellas, la mía que es de hombre por encima de todo. Y no reniego de la Carne. Pues eso somos: Entrañas y Ánima.
Mi Animus, se alimenta de este deseo y me emborracha. Mi alma se reconforta. Necesito vivirlo... Sentirlo.
No calumnio la Palabra aunque me vuelvo irreverente y hereje entre los párrafos de mi biblia donde descubro de entre el espíritu, la carne. Creo en mí. Rezo por la orbe de los milagros y la salvación de las almas. Entre ellas, la mía que es de hombre por encima de todo. Y no reniego de la Carne. Pues eso somos: Entrañas y Ánima.
Mi Animus, se alimenta de este deseo y me emborracha. Mi alma se reconforta. Necesito vivirlo... Sentirlo.
Mas los caminos del Señor son inescrutables e insoldables sus juicios. Sus sendas están llenas de misericordia, y se apiadó de mí. Obró el milagro que me llenó de gozo cuando la vi aparecer ante mis ojos como una Lilith.
Su voz sonó angelical y en su mirada reinaba el mismísimo diablo. Su boca, puro Pecado. Sus pechos, las manzanas del Edén. Y en mi entrepierna, la encarnación de la serpiente.
Dominado por el placer de saberla, ante el hombre de Dios, venció el hombre de carne y pecado existente en mí, y caí en la tentación con encomienda divina. Inconclusamente, mis manos tomaron las suyas. Las besé como quien agradece una bendición Cerré los ojos y respiré ese momento en el que ella era tan cómplice como yo.
Supe que sus días y noches habían sido también un infierno. Ardíamos en las mismas brasas. Nos atormentaba el mismo fuego. El mismo que nos daba la vida y nos estaba matando.
Nuestras miradas hablaban por nosotros. Nuestras bocas se respiraron. Tomamos la bocanada de aire y nos envenenamos de la misma lujuria. Nuestras manos se hicieron enredaderas sobre la piel del otro y la razón se perdió entre gemidos y susurros.
Estábamos condenados a consumirnos y sernos.
Hice acto de contrición ante la hembra y, postrado de rodillas, la endiosé para buscar el manantial de su cuerpo, el agua bendita que me ungiera.
Y juré, en vano, no caer en la tentación. Simplemente, la hice mi Religión...
Su voz sonó angelical y en su mirada reinaba el mismísimo diablo. Su boca, puro Pecado. Sus pechos, las manzanas del Edén. Y en mi entrepierna, la encarnación de la serpiente.
Dominado por el placer de saberla, ante el hombre de Dios, venció el hombre de carne y pecado existente en mí, y caí en la tentación con encomienda divina. Inconclusamente, mis manos tomaron las suyas. Las besé como quien agradece una bendición Cerré los ojos y respiré ese momento en el que ella era tan cómplice como yo.
Supe que sus días y noches habían sido también un infierno. Ardíamos en las mismas brasas. Nos atormentaba el mismo fuego. El mismo que nos daba la vida y nos estaba matando.
Nuestras miradas hablaban por nosotros. Nuestras bocas se respiraron. Tomamos la bocanada de aire y nos envenenamos de la misma lujuria. Nuestras manos se hicieron enredaderas sobre la piel del otro y la razón se perdió entre gemidos y susurros.
Estábamos condenados a consumirnos y sernos.
Hice acto de contrición ante la hembra y, postrado de rodillas, la endiosé para buscar el manantial de su cuerpo, el agua bendita que me ungiera.
Y juré, en vano, no caer en la tentación. Simplemente, la hice mi Religión...
nos hace caer en la tentación...