Después de estar un rato observando, sin ver, a través de los cristales de la balconada, retrocedía sobre sus pasos yermos. Entre aquellas paredes de reino oscuro, la luz se tibiaba entre anticuadas cortinas, golpeando ahí donde se iba ajando el papel pintado. ¿Y qué importaba si tras aquellas infinitas esquinas él era el hombre jovial y animoso, que parecía ser fuerza y vitalidad...? Eso era lo que había tras la puerta, en el mundo no real.Y, seguramente, eso lo estaba matando. Solo él sabía qué había dentro de la máscara que los demás veían.
Cada día pasaba por delante de la vitrina donde el tiempo dejaba su huella
en motas de polvo que extendían sus faldas rindiendo pleitesía a una taza de
porcelana, donde las flores rojas habían dejado su arrebol en un tono más
otoñal, el verde había teñido sus ramas de un extraño torrente de aguamarinas,
y las margaritas se habían deshojado sin llegar a decir sí, como se habían
deshojado sus días. Tal vez solo él pudiera darse cuenta de ello, y no era
necesario mirarse al espejo.
Quizá fuera el único recuerdo (material) que le quedaba de lo que un día fue y
jamás sería.
La soledad se iba haciendo hueco al tiempo que las tazas se perdían.
Abrió las hojas de cristal. Tomó la taza en su mano y regresó al
dormitorio. Sobre la mesilla, un tarrito donde siempre había estado tallada la
palabra “Poison”. Tal vez era el momento de probarlo y rendir homenaje junto a
esas gotas de polvo, convertir las canas en invierno perpetuo, en dejar que las
zarzas se volvieran hiedras que cubrieran los muros… Los muros de ese encierro, de esos tabiques llenos de extrañas memorias y realidades,
de esas noches tan oscuras como largas, de esos amaneceres de escarcha
perpetua…
No importaban las gotas ni que el agua se derramase. No quedarían
despedidas. No quedaría nada…, salvo la cama deshecha, un libro abierto por la
página cien, un mundo de locos en mil pelotas de palabras arrugadas dentro de
un papel… Y una taza de porcelana hecha tantos añicos como su corazón silente… Y una máscara, una
sorpresa, un “nadie lo hubiera dicho…” Un sentimiento desconocido, una
enfermedad ignorada… la maldita soledad, la bendita soledad que le daba la mano
para llevarlo con ella y abandonar todos los lamentos...
Todos llevamos una máscara que nos protege del exterior. A veces, demasiado pesada.
Es una herramienta recurrente
plasmada en vida…
y en letras como nos invita a descifrar Roxana
en su blog "Soñando uno de tus sueños".