Me encanta... Salivo. Babeo.
Mordisqueo con lisura, como recortando la parte más dura y más gruesa; esa donde se marcan los surcos henchidos por la presión que ejerzo sobre él, dejando que entre lentamente en mi boca, sin oprimir con los labios, retirando la lengua, y sin piedad. La fricción calienta mi postre. Me relamo y miro con avaricia y cierta lujuria lo que hay entre mis manos... Pecados capitales. Sin perdón, sin rendición, sin lamento... Jadeo al volver a saborear semejante aperitivo y no dejo de hacerlo hasta que termina por deshacerse. Mis manos me ayudan a tragarlo, a alimentarme de él, hasta que como el bocado más gourmet, más exquisito y más delicado, como el manjar mejor tratado por manos expertas; el exterior permanece duro y el interior se mantiene templado, jugoso, líquido...
Hasta que en el último bocado, estalla en la boca, llenándola de sensaciones y sabores como el mejor de los tartufos...
Y no es que sea golosa pero ¿a quién le amarga un dulce que te está pidiendo "¡cómeme!"?
Y es que en la cocina jamás debe faltar la imaginación.
Tan importante es la preparación como la degustación.
Este texto, cargado de un importante doble sentido, es mi aportación para el reto de este jueves, promovido por Mar desde su blog "Sitio de la bitácora" en base a "cocinillas".
Ahí podéis leer otras perspectivas.