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La chica del Saloon
Las chicas del Saloon eran un auténtico
espectáculo. Eran las primeras que habían llegado al pueblo. Los hombres
se volvían locos. Las mujeres las
miraban con desprecio, acusándolas de furcias y de roba maridos.
Cierto es que algunas se sacaban
un dinerillo extra compartiendo sus encantos con algún que otro vaquero o algún
hombre de negocios que estaba de paso. Pero ella era diferente. La más deseada
aún sin ser la más bella. Mas su cuerpo era un templo sagrado digno para el más
alto de los dioses, para el más magnánimo de los hombres.
Se retiraba a su habitación y ya
no era vista hasta la mañana siguiente cuando, con su mejor sonrisa y un bonito
vestido, paseaba buscando la paz y la belleza al lado del río.
- Una señorita como usted no
debería pasear sola por estos lugares.
El sol le venía de frente y el
jinete se desdibujaba a contraluz. Ya no había vuelto a verlo desde aquel día
en el que solo habían existido ellos dos, como si una conexión mágica los hubiera
unido, como si el destino se hubiera conjugado para ponerlos en el mismo sitio
y a la misma hora.
Aquella noche, Luna Sun, se había
puesto enferma y ella tuvo que sustituirle a la hora de cantar. Su voz era
armónica y tenía el extraño don de captar por completo la atención. El bullicio
del salón se detenía y solo se oían, casi como un sacrilegio, los golpes de los
vasos sobre las mesas o de los puños en los arrastres de las cartas. Incluso, el violín de Tom, parecía secundario.
Ella no se fijaba en los rostros
de los hombres pero buscaba con la mirada el de aquel joven que la había
cautivado. Casi al final de su actuación, la puerta del salón se abrió, dejando
paso a un vaquero bien aseado, con el sombrero en la mano y unas espuelas que
brillaban como nuevas. Su corazón empezó a latir con tanta fuerza que le hizo
perder por un momento el hilo de la canción. Hizo una pausa y prosiguió,
jugando con sus manos, como enjabonándolas. Puros nervios. Siguió con la vista
al joven hasta que este se apoyó en la
barra de la cantina. Pidió un whisky. Brindó por ella y tomó un sorbo.
Los aplausos y silbidos de
admiración la envolvieron y se sintió protegida. Sonrió y, agradecida, se inclinó varias veces mientras su nombre resonaba en toda la estancia. Se retiró por
detrás de las cortinas del escenario y se sentó en unos maderos. Notaba temblar
todo su cuerpo. Respiró varias veces, profundamente, dejando salir el aire.
Notaba los latidos de su corazón como si fuera un tambor marcando un ataque de
guerra.
Y por primera vez rompió su
protocolo. Salió al salón con esa sonrisa que encandilaba, con la naturalidad
de quien se sabe segura de quién es, y se acercó hasta la barra. Dimas la
recibió como solo un caballero puede recibir a quien sabe es una Dama. Nadie
pudo objetar nada. Distancia prudencial. Miradas discretas. Sonrisas cómplices…
Y todo el tiempo por delante hasta casi el amanecer, cuando el salón quedó en
silencio y a oscuras, si no hubiera sido por el candil que el tabernero les
había dejado sobre el mostrador.
Por fin solos, con las manos
sudorosas, con las bocas temblorosas, con las miradas llenas de deseo, de algo
que solo habían sentido estando juntos.
Dimas la tomó en brazos y, de un
solo gesto, la dejó sentada encima de la barra. Sus ojos quedaron a la altura
de los femeninos, perdiéndose en aquella mirada tan negra como una noche en
luna nueva. Tomó su rostro entre las manos. Ella era la luna. Él la noche. La
miró a la boca. Se acercó despacio, como pidiendo un permiso que tenía ya
concedido.
Sintieron el suave roce de unos
labios hambrientos, el hormigueo espontáneo de la pasión extendiéndose por sus
cuerpos; una sensación que les hacía pegarse al otro, que les invitaba a que
las manos se volvieran tímidos pájaros sobre el otro, retirando la ropa, el
impedimento para dar rienda suelta a sus instintos.
Él jamás se había sentido así: Tan seguro como salvaje y, sin embargo,
inexperto.
Ella jamás se había dejado llevar por ese instinto primitivo del que
había oído hablar a sus compañeras y que, en alguna ocasión, con cierta vergüenza
y mucha curiosidad, había estado observando.
Sus cuerpos exudaban gotitas de sudor a la luz del tintineo de la
llama del quinqué. Sus gargantas se secaban ante un espeso jadeo que ni la
saliva del otro apaciguaba. Se devoraban con hambre atrasada.
Solo aquel quejido de dolor ante la inocencia arrebatada por gusto,
les detuvo un segundo. Él tuvo el empaque y dulzura necesarios para ser
paciente. Ella, la seguridad de saber que se entregaba al hombre que sabía
tratarla, que bebía sus lágrimas, que abrigaba su temblor…
Cuando Dimas pronunció su nombre entrecortado entre su aliento… Catyna ya era suya para siempre.
Tema 2-52: Describe una escena sensual con una pareja que termina desnuda en la barra de un bar.
"El Libro del Escritor"
Tema 2-52: Describe una escena sensual con una pareja que termina desnuda en la barra de un bar.
"El Libro del Escritor"
Mis más sinceras felicitaciones, Mag.
ResponderEliminarMe ha cautivado el ambiente que has creado y el alma de los personajes... Has hecho que estuviera en ese salón.
Unas escenas precisas y bellamente narradas.
Mil besitos, bonita.
Un acierto que haya demorado esa situación, que era inevitable que sucediera.
ResponderEliminarIntensa cuando sucedió.
Me gustan las imagenes que elegiste.
Besos con admiración
Que bonita historia y que bien has conducido el relato, he disfrutado con un final feliz cada vez mas escasos. Saltos y brincos
ResponderEliminarQué bonito tu relato... He ido visualizando las escenas...
ResponderEliminarElla la luna él la noche... Él tan inexperto y ella tan segura...
Me encanta ese romanticismo que has relatado y te felicito por esta nueva sección.
Un besazo.
¿Qué decir? ...sabes que en el fondo (y no tanto!) tod@s soñamos con historias de amores así ...completitas eso sí, con barras de bar y todo!! ...jajajajajaja!
ResponderEliminarContigo sólo queda sacarse el sombrero... eres grande.
Besisssssss hermosa.
Aún en un lugar tan poco propicio para el romance como una cantina de aquellas del oeste, has creado una romántica escena, como en las mejores películas.
ResponderEliminarBeso dulce Magda.
Y al fin apareció… Aquel que había cautivo su corazón…
ResponderEliminarY la imagen de la barra…una maravillosa visión envuelta en esa fantasía de entrega sobre una barra…ésta, con la peculiaridad de aquella época, a la que maravillosamente nos has llevado…
Precioso, querida Mag…
Bsoss y cariños enormes ♥
ResponderEliminarSé que a veces me falta tiempo para seguiros a tod@s pero os agradezco vuestra dedicación, como siempre, y vuestro estar aunque no os pueda dar todo lo que merecéis.
Muchísimas gracias.
Besos enormes. Abrazos.