Suena el silencio en un atrapasueños donde queda el beso para la princesa vestida de rosa porque es el color que le gusta a mamá, y decide volar como lo hacen las libélulas azules, a ras del agua, subidas a un columpio que el viento empuja, que les lleva seguras de esperanza e inesperados momentos hacia un infinito arrebolado entre nubes donde aún el sol, vestido con la capa de ocaso, sigue siendo majestuoso y brillante como un farolillo mientras ella, como quien es, se viste de luna para vivir ahí donde el tiempo no tiene fin, donde todo tiene otro sentido.
Es como ampararse en una locura, en un camino discordante y asonante que la lleva cuesta abajo, como si fuera un gato con botas pero en patines sin frenos, dejando miguitas de su paso como Pulgarcito para llegar ahí, a la casita de chocolate, donde la bruja aguarda relamiéndose los morros, con su verruga de plata y su escoba de escaramujos.
Y piensa la princesa que es una pesadilla, que todo es un sueño del que podrá despertar o manejar a su antojo como una soñante lúcida donde de su mano pende también su libertad. Y se mira en el espejo, con las arrugas del tiempo dibujadas como hilos de vida. Y respira. Y sonríe… Sonríe porque ha vivido, porque no ha dejado de soñar… y ya no hay miedo porque se acoge al abrazo de quien cuida, ama y protege, de quien le da fuerza con la delicadeza y dulzura de un oso de peluche que la sigue, a pesar de las heridas, ayudando cada noche a prender estrellas.
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Bajo la imagen tienes el tapiz de mi relato, gentileza del Gin |