Su piel era como un lienzo virgen, virgen de espacio porque estaba tallada con trazos de las más diversas formas. Escarificaciones y tinta semejaban señales de guerra que circundaban su cuerpo en una especie de mapa tántrico y místico.
Condenada a miradas furtivas, llenas de una mezcla de curiosidad y temor, y a lenguas: malas, miserables y mentirosas, se había obligado a cierto ostracismo, refugiándose en su propia leyenda, alimentándola hasta el punto de convertirse en una poderosa arma.
Se dejaba ver como se dejan ver las ánimas en vela, al caer la tarde, cuando la bruma avanzaba hacia la aldea hasta cubrirla por completo. Pero aquella noche, mientras las puertas se cerraban a su paso como siempre, tras las que niños y mujeres se escondían, u oía sin escuchar ya el doliente y cansino rumor proveniente de las voces de los hombres sepultándola con ofensas valentonadas, sucedió algo que la confundió. Le hizo, por un momento, percibir cierta vulnerabilidad porque alguien no se apartó. Alguien se atrevió a mirarla directamente. Alguien le mostró una sonrisa y alguien, sin más, le ofreció paso.
Sintió como si la piel se le resquebrajara, abriendo una puerta a su alma en tanto un halo invisible simulaba acariciarla. Su corazón empezó a latir con fuerza. La sangre parecía hervirle en las venas. Echó la vista atrás, y la mirada de aquel ser volvió a atravesar la suya. Retrocedió sobre sus pasos hasta colocarse a la altura del osado, frente a frente. Se descubrió el rosto, dejando ver los tatuajes que bordaban su rostro como guirnaldas rodeando sus ojos. Y no era un gesto desafiante.
Sibel. Repicó ese nombre en su mente del mismo modo que una hojarasca a principios de otoño. Hacía demasiado tiempo que nadie la nombraba así. Tanto que casi lo había olvidado. Nadie, tampoco, había vuelto a dirigirse a ella en aquella jerga.
El ser se desenguantó la mano izquierda, mostrando esta y parte del brazo. Ella le presentó la suya. Ambas se vestían de iguales escarificaciones, de similares signos: complementarios. Unos eran la prolongación de los otros y, en su conjunto, la rúbrica de su origen y de su destino…
El ser se desenguantó la mano izquierda, mostrando esta y parte del brazo. Ella le presentó la suya. Ambas se vestían de iguales escarificaciones, de similares signos: complementarios. Unos eran la prolongación de los otros y, en su conjunto, la rúbrica de su origen y de su destino…
Él era el árbol de la vida. Ella, sus raíces.
nos
invita a hablar de tatuajes.
Ahí puedes ver, si deseas, alguna historia más.
Que bonita esa frase final que sobresale y sella tu relato. Tatuajes que son estigmas y que pueden significar tantas cosas, pero cuando alguien nos refleja sin más las respuestas aparecen.
ResponderEliminarBeso dulce Magda.
Es como si fuera un destino, algo escrito en el alma... Me alegra que te guste y lo veas así.
EliminarUn beso enorme y gracias por estar(me) siempre.
Me gusta la historia del encuentro de alguien que no le teme, la trata con consideración. Me gusta que ese encuentro sea un reencuentro.
ResponderEliminarBesos con admiración.
Es como una serendipia : Hagas aquello que hagas, elijas supuestamente el camino que elijas tienes un destino y es ineludible.
EliminarUn beso muy grande, Demi :)
Gracias siempre.
Precioso relato lleno de ternura y un pasado de dolor, ahora
ResponderEliminarcuando estos dos seres se han encontrado y valorado por lo que verdaderamente son,
en su interior, podrán iniciar una relación en la que las cicatrices
dolientes de ambos de diluyen en el tatuaje del amor.
Un abrazo, Mag
Es duro conservar tu propia identidad ante la curiosidad de los demás que se viste de temor en vez de saber y cuando hallas a alguien que te acepta sin más, que comprende cómo y quién eres porque es y siente igual, te das cuenta de dónde están las raíces.
EliminarUn beso enorme.
Gracias :-)
Una trama digna de ser narrada. Dos personajes misteriosos que crecen al reencontrarse. Un abrazo
ResponderEliminarUna maravillosa historia donde el mensaje subliminal deja al descubierto esa esencia y esa pertenencia.
ResponderEliminarHas relatado cada instante que pareciera yo estaba allí.
Mil besitos de admiración, mi querida Mag ♥
Cuando el amor se reencuentra las cicatrices son bonitas para que ese amor surja. Un abrazo.
ResponderEliminarQue linda e interesante historia. me encanto el final inesperado
ResponderEliminarAnoche te leí y me ha sucedido lo mismo, me has llenado de ternura, una historia preciosa y es que tienes ese toque místico que siempre me hace volver por más.
ResponderEliminarUn beso
Asi tenemos tatuajes complementarios en nuestro interior no son visibles,son eternos, arden en nuestros cuerpos para siempre , hay que encontrar quien tiene la raiz y quien tiene el arbol de la vidaUn abrazo
ResponderEliminarUna perfecta simbiosis entre raíz y árbol, condenados a entenderse y complementarse. Bella historia de un amor reencontrado. Unos tatuajes prolongación de los otros.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu historia.
Un abrazo.
Esto sí que es un relato. Qué arte.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Siempre dejo unos días, a veces sin querer, para poder saludaros a todos y todas, agradeceros la presencia y el detalle de leerme, dedicándome unas palabras robando parte de vuestro tiempo.
ResponderEliminarGracias a todos por estar y visitar esta vuestra casa.
Besos enormes.
¡Sublime!, me gusta la gente que hace lo que quiere sin pensar en los demás
ResponderEliminarSaludos