Por estas fechas, el buzón se convierte cada día en el mapa del tesoro. Descubrir la tarjeta de invitación de Monsieur Dulce para su Baile de fin de año es un acontecimiento que conlleva una catarata de emociones y sensaciones.
Abrí el sobre con la impaciencia de una niña que espera el mejor regalo. Sencillez, concisión, ese toque tan suyo..., tan personal, tan elegante, tan agudo.
Cae el atardecer bajo un cielo arrebolado y colmado de nubes. A través de los cristales de mi ventana, la ciudad se define con un perfil sombrío que aligera el brillo de las luces. Mi vestido, tan negro como el alma de un diablo, tan lleno de arabescos como el infinito de un enigma y tan sutil como descarado, queda pendiente sobre la cama. Un toque de color para arropar mi desnudez. Un aroma profundo para ambientar mi piel y dejar la esencia que pretendo: Embriagadora pero sin aturdir. Huella innata de aquello que se desea y acaricia con Pecado.
Aún siento la sinuosidad de su caricia ovalando mi rostro. Ese roce de su piel encarnando el deseo. El hacerlo en mí luz de oscuridad, luminaria de un carnaval de piel, de un abismo de puros flagelos en los pliegues de la carne. Saberlo horizonte en la bacanal de mi boca porque el anhelo y la magia de una noche peligrosa esconden enigmas que se acaban por descubrir más allá de las miradas impenetrables, esas que atrapan como un conjuro... indescifrablemente explicable.
Se eriza todo mi ser y el reflejo de mi mirada me habla de lujurias y bendiciones. El instinto ruge pendiente de un baile, de una canción sin letra que despierta a la Hembra, insinuante, escultora de sus ansias leoninas. Sí, efectivamente, ya estoy lista para tentar al Pecado y con un poco de sutil astucia, vencerlo a mi favor, rendir a la fiera y hacer del Macho un yaciente de inquietud latente que le encienda la sangre y revele su naturaleza salvaje.
Sí, estoy perfectamente preparada para enfrentarme al destino de esta noche que brillará con la delicada luz de mil interiores, con el volteo de faldas acompasadas, de punciones enervadas unas, anheladas otras, consumadas... tal vez, y de mil sueños que se harán lascivas realidades o meras ensoñaciones de juvenil reclamo.
Monsier Dulce me digo, ábrame las puertas de sus Dominios que vengo con prisas calmas e inocencia oscura, dispuesta a romper la noche y robarle la mejor de sus sonrisas mientras sus brazos danzan quedos en torno al seísmo callado de mi cuerpo.
Gracias, Monsieur Dulce, por la invitación un año más a su magnífico baile donde ha hecho gala de su perfecta organización. He de decirle que la decoración era exquisita y me quedo sin palabras para definir su fabuloso vino.
Disfruté incomensurablemente de la compañía del resto de los invitados y fue un placer haber coincidido con personas que, usted sabe muy bien, son maravillosas. No cabe duda de que su baile, Mi Estimado Dulce, es el perfecto punto de encuentro para fortalecer el vínculo de amistad que a todos nos une. Gracias, una vez más por hacerme partícipe de un evento tan significativo y por deleitarme con una velada tan agradable e intensa a su lado.
Espero pueda acompañarme uno de estos días a un almuerzo en mi casa y agradecerle personalmente la atención que me ha dispensado.
Suya,
Mag