28 de mayo de 2023

Eco...

En el céfiro, el crisantemo se despliega. 
Palabras rotas golpean y lágrimas azules caen. 
Sus ojos inundados tejen hilos de voces, sueños y entrega, 
y de ahí nace una verdad de matices y muelles que acallan la pena.

El crisantemo florece, la vida se aventura. 
En cada palabra, un destello de sutileza. 
Y las lágrimas azules abrazan la flor de oro,
testigos silenciosos de su hermosa labilidad. 

El viento se revuelve manso entre los pétalos frágiles de su esencia
y cada caricia es un susurro en el que el alma encuentra claridad. 
Calma y volátil, fluye la danza donde el crisantemo brilla replicante.
Efímero y eterno, dicotómico,
destila su aroma para dejar en cada verso un crisol de pensamiento,
afilado como el aguijón de las abejas.
Así, el tálamo, se preña del zarco eco de las sonrisas ausentes.


La mujer llorando / Jana Brike


Esta es mi participación para el reto del mes de mayo, «Floreciendo», que convoca Gin desde su blog Variétés, inspirándome en esta obra de las que se proponen y añadiendo la flor de oro o crisantemo de las que se sugieren. 
Picando en la imagen puedes ir a leer este texto y otros.





18 de mayo de 2023

De esta agua no beberé...

Un Jueves, Un relato
Anecdotario


Salir al campo y disfrutar de la naturaleza siempre es una buena opción, pero hay que saber cómo y cuando y, sobre todo, con quién.

Conocía a esa pandilla de ir a las fiestas del pueblo o de salir de marcha por ahí. Nos conocíamos, pero no tanto como para decir que tuviéramos intimidad, aunque para salir y estar con gente era más que suficiente. El caso es que se decidió hacer una acampada. Estábamos emocionados. Compramos comida y bebida como para un regimiento.
Encontramos el lugar, el pinar, el río que bajaba con muy poca agua... y llegó el momento de montar las tiendas. En mi vida he montado una, así que no estaba para dar clases a nadie. Después de varias pequeñas discusiones acerca de cuál era el mejor lugar, se decidió aquel. Yo sabía que no era el mejor, como otro par de personas, pero la mayoría manda. Nos sentimos bastante orgullosos de nuestro trabajo, sobre todos los empecinados, y nos preparamos para pasar la noche allí. 
Ya se sabe cómo es la montaña, que en pleno agosto te puede caer una tormenta enorme. Aquella noche debía ser la elegida. La tormenta se escuchaba a lo lejos como mil ogros enfadados. Las montañas producían un eco atronador que encogía el alma. El miedito también acudía de tanto en tanto. Decidimos irnos a dormir con el cuerpo bien caliente, pero en la madrugada, todavía no había amanecido, sentimos algo frío y húmedo. 

No era un buen sitio. Lo habíamos dicho, pero nadie nos había hecho el mínimo caso. Resulta que las dos tiendas habían sido montadas justo en el camino de un pequeño arroyo que se había formado durante la noche. El agua había comenzado a filtrarse dentro de las tiendas, sobre todo en la que estaba encarada hacia la corriente. Ya no era tan poca el agua. Saltamos de nuestros sacos como si nos fuera la vida en ello. Quién dijo que no. Íbamos de un lado a otro como pollos sin cabeza, recogiendo las cosas para que no se mojaran, salvando las neveras donde teníamos los víveres, chapoteando con el agua a la altura de los tobillos. La tormenta son envolvió, los rayos iluminaban el cielo como si fuera de día, los truenos chocaban contra la montaña como un Thor cabreado. Y ahí, los valientes, ¿dónde estaban? Callados como miserables —iba a decir otra palabra de acuerdo con el dicho—. 

¡Buah, acabamos mojados por dentro y por fuera! Y al final, después de echarnos en cara la toma de decisiones, nos partimos de la risa. ¿No queríamos una aventura? He ahí.
Tuvimos que cambiarnos de sitio. Menos mal que tras la tormenta llega la calma y pudimos poner al sol los sacos y la ropa. Eso sí, seguimos comiendo y bebiendo como verdaderos tocinetes*. También salimos a hacer alguna excursión.

Supongo que más de uno aprendió la importancia de escuchar, pero, sobre todo, nos dimos cuenta de que, a veces, los contratiempos pueden convertirse en las mejores historias para contar. 
Desde entonces, cada vez que nos reunimos, raro es evitar reírnos de aquella noche en un parque acuático improvisado. Fue una experiencia divertida y desastrosa a la vez, pero nos enseñó a no tomar las cosas demasiado en serio y a encontrar humor incluso en las situaciones más inesperadas. Y así, entre risas y anécdotas compartidas, no hemos vuelto más de acampada juntos.

Imagen freepik libre

Reconozco que hay anécdotas más cortas, pero... unas risas bien valen pasarse (otra vez).
Este es mi aporte para el anecdotario juevero de Myr desde su blog De amores y relaciones donde podéis enlazar otras aportaciones si deseáis. 

* es una forma cariñosa de decir tocinos o cerdos :-)

7 de mayo de 2023

Cierre de Convocatoria...

Ya sé que vengo con el tres de las tres y media, es decir, el que siempre llega tarde; pero heme aquí para dar por terminada mi convocatoria juevera y dar paso a la nueva anfitriona, que no es otra que Campirela
Quiero agradecer vuestra participación con esos relatos tan geniales, que nos permiten volar hacia lugares y momentos que nacen en nuestra imaginación y que vamos conformando con mucha magia y profesionalidad.
Todavía me quedáis unos pocos participantes por leer, pero me pongo a ello a lo largo de la tarde.

Sin más dilación, os dejo la puerta abierta para descubrir la aventura que nos ofrece Campi desde su blog.

Imagen de la red

Sed felices. Cuidaros mucho.
Besos y abrazos.

3 de mayo de 2023

La casa de los zaborros...

Un Jueves, Un Relato
Inspiración


NSPRC → Nada, sofá, puerta, roca, casa.

No hay nada.
Se espatarró en el sofá.
La puerta está atrancada.
La roca cayó montaña abajo.
La (una) casa (que) está abandonada.


Llevo poco tiempo en este pueblo. Hay cuatro gatos y el de la guitarra soy yo. Es lo que necesita un escritor para inspirarse, y este mendas lleva en secano demasiado tiempo. 
En mis caminatas por los alrededores, he descubierto varias cosas, entre ellas una casa que está abandonada a los pies de una ladera. Los lugareños me han dicho que lleva años sin ser habitada, que los dueños se trasladaron a la ciudad y que, al final, dejaron de venir. Nadie más se ha hecho cargo de ella. Me he acercado varias veces, pero me da un poco de respeto. Me asomé un día por una ventana enrejada, que aún conserva sus cristales, y dentro, además de polvo y telarañas, se siguen viendo los muebles. Son antiguos, pero parecen buenos. Debieron de costar lo suyo en su día. Hoy he decidido que entraré.

Me he encontrado con que la puerta está atrancada y no se pude abrir. He vuelto a repasar todas las ventanas, pero solo he podido ver algo por una, por la de siempre. Las demás tienen hojas de madera bien encajadas y, por más que he empujado, no he logrado que cedieran ni un ápice. De todos modos, tampoco hubiera podido entrar; yo no paso entre los barrotes.
Me he alejado un poco, algo frustrado, pues para una vez que me decido no he podido hacer nada. En ese momento contemplativo, con las manos apoyadas en la cintura y el sudor haciendo brillar mi frente, la montaña ha empezado a vociferar y echar exabruptos en forma de zaborros y torrocos* de tierra. Me  he acojonado, la verdad, al ver aquella roca caer montaña abajo. Iba directa hacia la casa. He escapado como alma que lleva el diablo, pero no he podido evitar pararme un poco más allá y echar la vista atrás. Por alguna razón que se me escapa, ha esquivado la casa y se ha detenido delante de la puerta. Si antes no se podía abrir, ahora menos. Es como si la montaña hubiera decidido protegerla.

He llegado a la mía reventado y sudando por los cuatro costados. No sé si por el calor, por el soponcio que me he llevado o los pensamientos que se han acumulado en mi cabeza. Me he cogido una cerveza y me he espatarrado en el sofá, preguntándome qué era lo que acababa de suceder y contento, porque ya tengo mi historia: La casa de los zaborros, aunque tengo que trabajar este título. 

Imagen libre de derechos


Me sobran 64 palabras, pero es que no podía ponerlas debajo de las piedras. Este es mi aporte para la convocatoria juevera de esta semana. Picando en la imagen, podéis ir tanto a ella como al listado de participantes si deseáis leer más historias.

En mi tierra:
*Zaborros son las piedras sueltas sin uso concreto y de una medida, que pueden causar daño o estorbar, como las que se desprenden de una montaña o las que aparecen en el campo al mover la tierra.
*Torrocos o torruecos son piedras de tierra; masas de tierra muy compactada y seca que aparecen al labrar, generalmente, y que se deshacen fácilmente con la mano o con el pie o con un objeto. Al caer por la ladera, es la misma fricción la que provoca que se desmenucen.