Un Jueves, Un relato
Anecdotario
Salir al campo y disfrutar de la naturaleza siempre es una buena opción, pero hay que saber cómo y cuando y, sobre todo, con quién.
Conocía a esa pandilla de ir a las fiestas del pueblo o de salir de marcha por ahí. Nos conocíamos, pero no tanto como para decir que tuviéramos intimidad, aunque para salir y estar con gente era más que suficiente. El caso es que se decidió hacer una acampada. Estábamos emocionados. Compramos comida y bebida como para un regimiento.
Encontramos el lugar, el pinar, el río que bajaba con muy poca agua... y llegó el momento de montar las tiendas. En mi vida he montado una, así que no estaba para dar clases a nadie. Después de varias pequeñas discusiones acerca de cuál era el mejor lugar, se decidió aquel. Yo sabía que no era el mejor, como otro par de personas, pero la mayoría manda. Nos sentimos bastante orgullosos de nuestro trabajo, sobre todos los empecinados, y nos preparamos para pasar la noche allí.
Ya se sabe cómo es la montaña, que en pleno agosto te puede caer una tormenta enorme. Aquella noche debía ser la elegida. La tormenta se escuchaba a lo lejos como mil ogros enfadados. Las montañas producían un eco atronador que encogía el alma. El miedito también acudía de tanto en tanto. Decidimos irnos a dormir con el cuerpo bien caliente, pero en la madrugada, todavía no había amanecido, sentimos algo frío y húmedo.
No era un buen sitio. Lo habíamos dicho, pero nadie nos había hecho el mínimo caso. Resulta que las dos tiendas habían sido montadas justo en el camino de un pequeño arroyo que se había formado durante la noche. El agua había comenzado a filtrarse dentro de las tiendas, sobre todo en la que estaba encarada hacia la corriente. Ya no era tan poca el agua. Saltamos de nuestros sacos como si nos fuera la vida en ello. Quién dijo que no. Íbamos de un lado a otro como pollos sin cabeza, recogiendo las cosas para que no se mojaran, salvando las neveras donde teníamos los víveres, chapoteando con el agua a la altura de los tobillos. La tormenta son envolvió, los rayos iluminaban el cielo como si fuera de día, los truenos chocaban contra la montaña como un Thor cabreado. Y ahí, los valientes, ¿dónde estaban? Callados como miserables —iba a decir otra palabra de acuerdo con el dicho—.
¡Buah, acabamos mojados por dentro y por fuera! Y al final, después de echarnos en cara la toma de decisiones, nos partimos de la risa. ¿No queríamos una aventura? He ahí.
Tuvimos que cambiarnos de sitio. Menos mal que tras la tormenta llega la calma y pudimos poner al sol los sacos y la ropa. Eso sí, seguimos comiendo y bebiendo como verdaderos tocinetes*. También salimos a hacer alguna excursión.
Supongo que más de uno aprendió la importancia de escuchar, pero, sobre todo, nos dimos cuenta de que, a veces, los contratiempos pueden convertirse en las mejores historias para contar.
Desde entonces, cada vez que nos reunimos, raro es evitar reírnos de aquella noche en un parque acuático improvisado. Fue una experiencia divertida y desastrosa a la vez, pero nos enseñó a no tomar las cosas demasiado en serio y a encontrar humor incluso en las situaciones más inesperadas.
Y así, entre risas y anécdotas compartidas, no hemos vuelto más de acampada juntos.
Reconozco que hay anécdotas más cortas, pero... unas risas bien valen pasarse (otra vez).
Este es mi aporte para el anecdotario juevero de Myr desde su blog De amores y relaciones donde podéis enlazar otras aportaciones si deseáis.
* es una forma cariñosa de decir tocinos o cerdos :-)
Por unas risas compartidas aceptamos el remojón y la extensión del relato. Una aventura para repetir sabiendo que hay que escuchar al que sabe jeje. Un abrazo
ResponderEliminar¡Una experiencia y aventura inolvidables!. Me alegra mucho que participaras en mi convocatoria y la trajeras a cuento, cosa que te agradezco de corazón, aún más sabiendo lo ocupada que estás. Beso enrome y abrazo gigante.
ResponderEliminarPD. Ya sabes que a mi me importa el relato en sí y no la cantidad de palabras. Está bien que tratemos de hacerlo breve, pero hay veces que no lo puedes encorsetar, como en este caso. Para mi lo has relatado con la cantidad justa de palabras.
ResponderEliminarEs lo que tienen aquellas vivencias que se vuelven anécdotas, son momentos inesperados y si son de risas además de en compañía, dejan un mejor sabor.
ResponderEliminarBeso dulce Mi Estimada Magda.
Me imagino la situación, bajo la tormenta, en la oscuridad y con el agua hasta las rodillas! El tiempo, por suerte, se encarga de endulzar aventuras como esa, pero seguro, en ese momento, no sentían ganas de reír! Un abrazo, MAG, gracias por aportar está anécdota divertida.
ResponderEliminarajjajajaj, vamos que salisteis por patas mojadas hasta arriba, es que cuando se acampa hay que tener esas cosas en cuenta , jamás en una pendiente y menos al lado de un río .Pero bueno sirvió de lección y de pasar unas risas, y sino hubo incidentes tanto mejor.
ResponderEliminarBesotes , felices sueños.
Vaya una aventura de acampada! Ja, ja! Ahora parece divertido pero menudo susto! De los imprevistos, sustos y acontecimientos inesperados surgen las mejores anécdotas, para explicarlas a los nuestros durante toda nuestra vida! Un abrazote Mag!
ResponderEliminarCasualmente, lo que yo escribí tiene un componente acuático, aunque a menor escala.
ResponderEliminarSuerte tuvieron algunos que el contratiempo fue tomado con humor, por quienes no fueron escuchados.
Me quedo con aquello de la importancia de escuchar.
Muy bien contado. Besos.
Incidentes, imprevistos, por más que se nos diga...Forma parte de la salsa de la vida, situaciones no previstas que ocurren, y a veces la Naturaleza juega sus cartas escondiendo las rieras y los cursos seculares de agua secos , dicen que el agua tiene memoria, no lo se pero mala leche seguro Un abrazo
ResponderEliminarPues sí, ha merecido que te pasaras de letras, ha sido una anécdota muy divertida vista desde fuera , porque si yo estoy allí me muero detemor.
ResponderEliminarBesos
Una buena anécdota que enseña divierte y a la vez fue una aventura. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Mag:
ResponderEliminarTu relato es lluvia fina para nuestra ilusión, agua que convierte en fértiles las neuronas adormiladas de un domingo lluvioso en mi entorno urbano.
Tengo tanto de excursionista como de nudista, actividades que comienzo de necho y concluyo de día. Las practico siempre a la luz de una compañía estimulante. Pese a ello, han sido muchas las noches en las que, tras la tormenta, me he levantado desubicado y me voy apurado como pollo sin cabeza.
Gran anécdota y mejor relato (lo de leerlo seco y bajo techo, le da realce)
Un abrazo, Mag.
Las mejores anécdotas siempre están llenas de incidentes y problemas, si todo sale bien desde el principio no tiene mucha gracia.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Es en ese tipo de situaciones donde conocemos a las personas y sale lo que realmente somos. Los que intentan buscar el lado positivo, los que buscan el consenso, los que sólo quieren alguien a quien culpar de sus desgracias... Los accidentes y las desdichas son inevitables, lo que hagamos con ellas ya es cosas nuestra...
ResponderEliminarUna anécdota genial, Mag. Dan ganas de irse de acampada... pero evitando los arroyos y las tormentas jajajaja Lo importante es la buena compañía y las risas.
ResponderEliminarUn besazo enorme
Las anécdotas están para ser contadas, bien inventadas, bien reales. La forma en la que permanecen en nosotros es lo que nos hace sonreír o no, o pretender olvidar en su caso.
ResponderEliminarMillones de gracias, familia, por estar aquí y abrazarme con vuestra compañía y palabras.
Prometo pasar a leeros a todo/as :-9 Palabrita :-)
La montaña es más peligrosa de lo que la gente se imagina.
ResponderEliminarTodas las precauciones son pocas y si llueve fuerte los peligros se multiplican por mil.
Besos.
Hay que oler el peligro de lejos.
EliminarUn beso, Toro.