El espejo
Siempre había escuchado viejas historias sobre aquel espejo. Se aseveraba que había pertenecido a un viejo comerciante de esclavos de mediados del siglo XVII, aunque en realidad formaba parte del apellido familiar, uno de los miembros fundadores de la Sociedad Real de Aventureros de Comercio con África. De ese modo, tampoco podía evitarse que por la sangre de los Alteston corriera sangre africana.
Aún siendo una de las mujeres más influyentes y haber roto el techo de cristal dentro del empresarial mundo naviero, aquella vieja historia quedaba sobre su espalda y le impedía romper la rumorología sobre su familia.
Sus ojos se perdían en el marco dorado, en las delicadas tallas que, extrañamente, parecían contar historias de dolor y esperanza. Una noche, cuando la luna llena iluminaba la habitación, Elisabeth se aventuró a tocar la superficie del espejo, como había hecho miles de veces. Em cambio, como si una fuerza invisible la guiara, la percepción era diferente. Al hacerlo, un frío intenso recorrió su cuerpo y la habitación pareció desvanecerse. En el reflejo, ya no vio su propio cuerpo, sino una vasta llanura africana donde hombres y mujeres, con ojos llenos de sufrimiento, caminaban encadenados. Una mujer se acercó, hasta acoplar la palma de su mano a la de Elisabeth.
Como una imploración llegada desde otro mundo, en su mente resonaron unas palabras que ya había escuchado en sus sueños: «Eres la última de nuestra línea, y la única que puede liberar estas almas. Busca en las raíces». La visión se desvaneció y Elisabeth se encontró de nuevo consigo misma.
Desde niña la habían acuciado sueños y pensamientos que no obviaba. Le habían desvirtuado parte de la realidad, no así su afán por descubrir la verdad. Durante aquel año sabático, que nadie quiso entender, profundizó en las raíces históricas de sus ancestros. Todo parecía guiarla al mismo lugar: la vieja mansión familiar. Descubrió diarios ocultos y documentos que detallaban no solo las atrocidades cometidas, sino también el arrepentimiento de algunos de sus antepasados. Se preguntaba por qué no se había quemado todo aquello, por qué continuaba latente aunque olvidado en la profundidad de los sótanos. Y halló la respuesta a todas su preguntas.
Regresó al viejo cementerio familiar cercano a la mansión. Buscó la tumba reseñada en uno de los documentos, casi de manera vaga. La inscripción era sencillamente un árbol cuyas raíces parecían esconderse en la tierra y que el tiempo había tratado de borrar.
«Busca en las raíces», pensó para sí. La piedra funeraria, al igual que las raíces, seguían penetrando la tierra. Llevaba más de medio metro cavado cuando atisbó aquella inscripción en un idioma que no comprendía, pero su memoria, casi eidiética, le permitió reconocer de uno de los manuscritos.
Ante la imposibilidad de avanzar en la descripción, consultó con una erudita en lenguas africanas. Esta le aseguró que se trataba de un ancestral conjuro en un antiguo dialecto, usado para liberar almas atrapadas.
En una noche de luna llena, siguiendo las instrucciones del conjuro, comenzó a recitar las palabras que había memorizado, «Zinaka bantu zingwenya, ukuqonda nokuthula*». Al terminar, sopló un viento gélido que se volvió templado cuando una figura translúcida emergió de la tierra, la mujer del reflejo. «Gracias por liberarnos». Una indescriptible paz asomó en el lugar.
Elisabeth usó su influencia y recursos para crear una fundación dedicada a la memoria de las víctimas de la esclavitud, comprometida a educar y concienciar sobre las atrocidades del pasado. El espejo se convirtió en símbolo de redención, justicia y libertad.
Imagen IA Copilot ©ɱağ |
Este es mi aporte para la convocatoria juevera de esa semana. Picando en la imagen vas, si deseas, tanto a ella como al listado de participantes.
*Dialecto africano imaginario. Su sonoridad se asemeja a las lenguas africanas. Significado: Las personas heridas buscan comprensión y paz.