He pasado por varios alias. Ciertamente, todos ellos tenían la misma esencia pero han ido evolucionando en función de la censura (pérdidas de nick) y de mi propio crecimiento. Comencé con Puramente Infiel, seudónimo para mi blog erótico del Pecado. Tampoco sabía muy bien dónde iba a llegar y pensé que era lógico para el argumento inicial.
Y, en otras redes acabé sucumbiendo al Azul, un color que tiene cierto misticismo y, en concordancia, incorporé Mag, bien como Magdalia o bien como Magade, para que no perdiera el principio de reminiscencia: Mag. Nombre con el que ya me reconocéis.
No concibo más Magdala que Magdalena así que le di una variante. Los que me conocen bien saben de la impronta de esta mujer en mí, dentro y fuera del margen religioso. Aʐul de ɱağdalia reúne en sí mismo todo lo que fluye desde mis adentros.
Magade Qamar (como consecuencia de diferentes vicisitudes) no es más que la luna. Un símbolo místico y femenino, enraizado con la hechicería, el misterio… lo oculto… el deseo y la pasión, y con el fluir de la vida. No podía dejar de reflejarlo como siempre lo he hecho. Es árabe y es el nombre genérico porque, luego, cada fase tiene su propia denominación. ¿Por qué en árabe? Todo tiene un porqué. Sencillamente, evocación ancestral.
Magade (independientemente de las florituras que le añada). Pensé que lo inventaba. Ingenua fui aunque era posible su existencia en algún idioma raro. Para mí era un simple recordatorio de Maga, hechicera, mística… de la luna… de Qamar: Maga de Qamar. Más tarde, cosas del azar, o del destino, descubrí que en un dialecto árabe, unido con Qamar, viene a ser el nombre que se le da al aro que la luna tiene justo antes de llover. ¿Cómo podría ser de otra forma? La luna, el hechizo y embrujo (de la carne y del alma) y la lluvia (el agua en sí). Tres claves, junto al Viento, fundamentales de ese halo que reflejo en todos mis escritos y que son, evidentemente, rasgos de mi personalidad.
No puedo decir mucho más. Simplemente, que elijo mis nombres de forma muy definida. Nada está predestinado al azar. Todo tiene un porqué.
Por ello, no cabe decir que nos escondemos tras un alias o un avatar. En muchas ocasiones, no es más que mostrar algo que vive en nosotros y que solo unos pocos pueden reconocer.
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