Tras la primera oración del día y después de
comprobar que su caballo estaba bien, se dispuso a llevarse a la boca un
pedazo de pan y un trozo de carne mientras en el fuego, a cuya lumbre había
pasado la noche, se hervían las hierbas que le reconfortarían el cuerpo.
Había estado dos días cabalgando después de varios
navegando en un barco soportando más penas que glorias. Ahora, en su destino,
solo debía esperar. Habían pasado dos
veranos, dos otoños, dos inviernos y una primavera… Y había prometido volver.
Aguardaba en esa pequeña ermita, cerca
del cortante que pendía hacia el mar, y cuyo pórtico le había servido de refugio.
¡Qué diferente es la primavera aquí!, se decía pensando en el encuentro con su dama, la que
le había robado el corazón y le había dado la vida.
Paciente, aguardaba sentando sobre la fría
roca. Frotaba sus manos, nervios o ansiedad. Miraba sobre el horizonte. Nada se
veía. Se perdía en sus pensamientos. El relincho del caballo, sintiéndose libre,
le hizo volver a la realidad. Suspiró profundamente. Jugaba con la hierba en la
comisura de sus labios.
Luego, en pie siguió esperando. Sus pasos,
cortos, se hacían densos sobre la húmeda hierba que cubría por completo sus
pies, mientras percibía, imaginariamente, el aroma de su dama en el pañuelo que
le regaló y que ahora le protegía del viento. Ese viento de primavera que se
parecía al de otoño porque en esas tierras altas no había estación.
La Dama Azul caminaba impaciente al encuentro de su
Caballero a través de las sendas angostas y húmedas de las montañas que la
rodean.
La vio llegar por el sendero. Agotada. No había
dejado de correr. Su pelo se había mojado y el vestido se hacía pesado, como
sus pasos cuesta arriba. Al verlo detuvo la marcha.
El extranjero tiró la hierba y acortó la
distancia que lo separaba de ella. La tomó de las manos. La sintió temblar. Su
sonrisa compensaba todo. Tenerla en entre sus brazos merecía el mayor de los
esfuerzos, la más grande de las locuras: Atravesar dos desiertos, dos
continentes y dos mares, dos veranos, dos otoños, dos inviernos y una
primavera.
Besó aquella sonrisa. Abrazó aquel cuerpo. No hacían
falta más palabras… Tal vez no de momento…
Solo tenían que sentirse con el calor mutuo, en ese
mágico momento, tan ansiado por ambos… en una nueva primavera antes de que
llegara el verano.
Este jueves no
participo en el reto pero os dejo el blog de Lucía,
“Sintiendo la piel”, donde podéis leer sobre la primavera.
“Sintiendo la piel”, donde podéis leer sobre la primavera.