Mi encuentro con...
Mi padre y yo madrugamos mucho para llegar hasta Barbastro. Cargamos la carreta y arreamos a la mula. Sería un buen día para vender las verduras de nuestra huerta y las tortas y mermeladas que hacían mi madre y mi abuela. Esa calurosa jornada de primeros de agosto había mercado especial ya que se celebraba un acto real: El pacto de boda para Petronila con un conde barcelonés, un tal Ramón Berenguer.
Ese día fue la primera y última vez que la vi en persona. Tenía ella poco más de un año y yo seis más. Iba con sus fastos ropajes de color mostaza y oro de la mano de su ama. Si no hubiera sido por eso, podría haber pasado por una niña cualquiera, Petronila Ramirez, pero era hija de un monje, rey de por vida pero monje, que solo había abandonado su convento para la entronización, casarse y engendrar un hijo, que fue hija: Ella.
Su padre, Ramiro II, llamado el monje.
Nuestro puesto estaba al lado de la fuente de tres caños y al lado de Ventura, el que vendía el mejor vino de cosechero de toda la zona. Decían que incluso el abad de la colegiata de Santa María de Alquézar le encargaba el vino para misa.
Con aquel calor fueron muchos los que se acercaron.
Y apareció ella, como un rayo de sol entre matorrales.
Nuestro puesto estaba al lado de la fuente de tres caños y al lado de Ventura, el que vendía el mejor vino de cosechero de toda la zona. Decían que incluso el abad de la colegiata de Santa María de Alquézar le encargaba el vino para misa.
Con aquel calor fueron muchos los que se acercaron.
Y apareció ella, como un rayo de sol entre matorrales.
La miré con una sonrisa. Ajena a todo lo que le acontecía, sonreía. Yo solo era otra niña así que todo aquello me resultaba igual de ajeno. Había ido a ayudar a mi padre y tenía que vender toda la torta, hasta la última miga. Petronila se aupó sobre el borde de la fuente. Se amorró al chorro y se mojó. En dos zancadas llegó hasta nuestro puesto y sus ojos se fijaron en mí. El ama me pidió un trozo de torta pero no se lo daría hasta que me entregara lo que costaba. Mi padre se disculpó por mi impertinencia y recibí un pequeño sopapo. Algo le dijo el ama a mi padre que este se puso colorado.
Petronila debía tener hambre porque dio un gran bocado a la torta. Yo hice lo mismo con otro trozo que tenía reservado para mi almuerzo. Las dos reímos. Recogí mi moneda y se la di a mi padre. Cuando giré la cabeza ya no alcancé a verlas pero luego la plaza quedó casi vacía.
Este es mi aporte a la propuesta de Demiurgo desde su blog "El Demiurgo de Hurlingham" donde podéis hallar más encuentros.
He elegido la figura de la primera reina de Aragón. El acto de las Capitulaciones, 11 de agosto de 1137, es considerado como el germen de la Corona de Aragón.