29 de octubre de 2018

La verdad...

Se sentía cansada, más de espíritu que de cuerpo, pero siempre acudía antes de la penúltima oración a contemplar como el sol se iba ocultando. Apoyada en el poyete de la puerta se sumía en sus pensamientos. Observaba sus manos ajadas por el trabajo. Respiraba con cierta resignación. No estaban hechas para otra cosa y su vida era un camino de dos direcciones paralelas: Seguir en el convento como una novicia sin vocación de prestancia a Dios, o, servir a algún amo que se sintiera como tal y con derechos sobre ella que no estaría dispuesta a consentir. Sabía cómo degollar a los corderos. 



Llegaba al pueblo por el camino del cementerio. Sus pies estaban cansados y su cuerpo le pesaba como si no tuviera alma: "Las batallas más importantes en la vida son las que peleamos diariamente en el silencio de nuestra alma", se decía.
Tal vez la había perdido cuando fray Junípero falleció. Con él se habían acabado sus días de media vida. El nuevo prior se había ensañado con él, pagando todos los vicios y traumas de un hombre que, bajo los designios de Dios, horadaba su dignidad. Ya nos más palos. Ya no más lágrimas. Ya no sabía llorar y se había vestido de una coraza que le permitía sobrevivir en su propia soledad. Se acomodó en un rincón del pórtico de la iglesia y se escondió bajo su manto haraposo y sucio. Esperaba que no lloviera. No resistiría una noche más en esas condiciones. En su hatillo ni un corrusco de pan. El murmullo de la gente le servía de sonatina para intentar descansar pero no debía descuidarse ni un momento. Los vagabundos eran objeto de indiferencia pero también de mofa y violencia. 

—Ten… No tengo dinero y no puedo sisar nada pero tú lo precisas más que yo —dijo entregándole una manzana. Nunca había visto unas manos como aquellas. Solo las suyas podían asemejarse. Le llamó la atención aquella mancha en la piel: una judía oscura que le cubría parte de la pala de la mano.
La dulzura de aquella voz femenina le alentó el corazón. Solo cuando sentía miedo le latía de aquella forma. No era habitual que le dieran algo sin poner mala cara o maldecirle la suerte. Sus ojos se encontraron con los de ella. Si pensó que aquella mirada era como la del mar que había leído en los libros del convento, ella vio en la de él, la inmensidad del cielo en plena tormenta.
—Gracias. Eres muy amable pero no deseo que tengas problemas por mí. 
—Los tendré… sean por ti o por nada. 

La joven se alejó siendo observada por el peregrino mientras el cielo estallaba en un sinfín de conjuros de truenos y rayos aunque no se atreviera aún a llorar. 
Se comió la manzana. Dulce, crujiente, sana… Le supo al mejor de los manjares.
Al final la tarde empezaron a caer las primeras gotas. Eran frías y  parecían piedras. Se volvió a proteger bajo su caparazón y aguardó a que la noche fuera benévola. Estaba tan cansado que no pudo conciliar el sueño más allá de intervalos de unas horas. Percibió el sonido de unos pasos en medio de la tormenta. Se mantuvo en silencio y quieto, con la daga empuñada en su mano, dispuesto a usarla si era preciso para defenderse pero entre los agujeros de su capa, atisbo las zapatillas de una mujer. Luego, el peso de una gruesa tela cubriéndole el cuerpo. Después, un calor agradable y olor a sopa de cebolla, unos rosigones de pan y unos trozos de pollo. Hacía años que no disponía de un menú así y en aquella cantidad. 
Apenas había amanecido, la chica regresó a recoger el cuenco de la sopa. 

—Gracias por la cena y la manta. Nadie se ha portado así conmigo desde hace muchos años. ¿Por qué lo haces tú?
—Porque algo dentro de mi interior dice que debo hacerlo. No puedo entretenerme ahora. Intentaré traerte algo después, cuando vaya al mercado. La manta puedes quedártela. No la echarán de menos.
—Gracias. Te llevaré en mi alma... cuando la encuentre. Mientras, en el corazón que tengo en alguna parte —dijo, llevándose la palma de la mano derecha sobre el pecho.

La mujer se fue como una gacela asustada hasta perderse de vista en la boca del callejón. También él se perdió sin dejar rastro. Al día siguiente, cuando el sol estaba en lo más alto y ella estaba entre los puestos del mercado, alguien la abordó. Era un fraile de mediana edad. Se dio a conocer de manera muy vaga y le hizo entrega de un morral. Sin más, desapareció entre la muchedumbre. Ella fue tras él pero no lo pudo alcanzar.
Se apartó a un lugar más tranquilo. Era una carta lacrada. Reconoció el sello del convento donde había nacido. Era una misiva larga y contundente por lo que acudió corriendo a casa para leerla con calma: 


Para leer el manuscrito, picar en la imagen.

Las manos le temblaban. Seguramente por eso se aferró al pequeño crucifijo de su madre mientras los ojos eran un manantial de lágrimas y su mirada se perdía en el horizonte que se dibujaba al otro lado de la ventana.
Había estado atendiendo a su hermano sin saberlo. Aquella mancha en la mano era la evidencia. Su corazón no le había engañado pero no sabía qué verdad le había estado diciendo.


Pensé que de eso se trataba en la vida. Darlo todo y ser sincero. De ir sin miedo atando lo que puede ser inmenso. Aún no lo sé. Pero hay días como este que me dan tantas dudas de que todo esto deba dejar que se lo lleve el viento. Quiero sentir como también se…

Iría en su busca. Se había acabado eso de estar sola en el mundo. Ahora había una luz en su camino.




Mi texto pertenece a la dinámica propuesta por Gin 
en su blog  Variétés para su Paraíso de Letras, 
donde puedes ver  las aportaciones de otros compañeros.
Proyecto Paraíso: Alicientes
He elegido la frase de la película "Leyendas de Pasión".


Todos los textos y tapices, picando la imagen superior
y los que ha creado para mi relato, en la inferior :


En la medida de lo posible, visitaré vuestros blogs pero si no, tendréis mis palabras en el que Gin creó para subir todos los relatos; en Lovely Bloggers. Gracias.

25 de octubre de 2018

La Casa de la Colina...

Ömer Lamark es un hombre más joven de lo que su físico muestra. De carácter tímido y naturaleza introspectiva, ve pasar la vida ante sus ojos y a través sus manos sin más motivación que aquella de que un día decida abandonarle. Enclaustrado en su mundo de sombras es capaz de definir sus tormentas a través de sus pinturas, sus libros y sus escritos, fijando su mirada en un horizonte donde el mar se deja vencer. Ese mismo mar que le ha vuelto un hombre gris y apático desde que una mañana de un frío febrero, la goleta en la que viajaba su futura esposa, la joven Aysel,  para reunirse con él, zozobrara frente a las costas que los viera nacer. 

Atrás le quedan los sueños: Rotos su pasado y su futuro. Este, al lado de la única persona que ha sabido mantenerse a su lado: su tía Elma, una mujer de fuertes y arcaicas convicciones y talante, y un sentido de la posesión desmesurado lo que la convierte en una mujer egoísta y manipuladora que maneja a su antojo la vida de su sobrino.


Pero todo empieza a tomar otro matiz cuando aparece en el pueblo, una joven procedente de la capital: activa, dinámica, alegre y con unas enormes ganas de vivir a pesar de su minusvalía, consecuencia de una retinosis que le va reduciendo su campo de visión; que busca un lugar en el que reencontrarse consigo misma y hallar la calma que precisa para plasmar en un libro toda la inspiración que hay en su mundo interior. Para ello se instala en la llamada "casa de la colina": Una magnífica construcción que iba a ser el refugio del joven matrimonio, situada en lo alto de una suave colina que muere en la arena de la playa de Patara, y que Elma Lamark tiene para arrendar.


Su llegada representa, como el significado de su nombre: Hasret, una bocanada de aire fresco, amor y deseo, que hará que, con el tiempo, las oscuras tempestades y profundas tristezas del joven Lamark se disipen al traer una inesperada luz que dé nuevo rumbo a su vida, no sin las dificultades y celadas de Elma que no ve con buenos ojos esta relación, presintiendo que su estatus puede peligrar.




 Moni es la conductora del reto de este jueves y nos propone un título ficticio en función del cual debemos narrar el argumento de una película. 
Podéis ver más en su blog "Neogeminis".

18 de octubre de 2018

Entre piedras..., la Vida

Vientos suspiran sobre dunas vivas
que se arrastran en movimiento inerme
como serpientes de lodo,
como caricias ásperas sobre piel yerma.

Oscilan. 
Aliento que quema.
Rehílan. 
Agujas de un reloj sin tiempo.

Crestas de luna en noches férreas y silentes.
Aves errantes que vuelan de mis manos
y vomitan sal sitiada en los ojos de mi alma.

Reviven del polvo,
entre piedras,
flores purpúreas en oración.
Gime el cielo
y sus lamentos son huella de mis pies.
Cuidan los silencios
mil sinos desbordados.

Aquellos pájaros, 
 hiedras engarzadas en mis dedos,
se inclinan sobre la tierra ahogada.
La besan.
La siembran.

Y de mis lágrimas surge
como esperanza florida
con raíz fecundada,
a pétalos,

la Vida...




Estas letras participan en la convocatoria "catástrofes naturales" 
de Pepe desde su blog "Desgranando Momentos" .

11 de octubre de 2018

Estío...



 Ellie Fredricksen fotografiados por Irina Nedyalkova

Este silencio podría congelarme el alma, 
partirla en un suplicio como la siega del trigo,
 y, en cambio, la abraza y acuna.
Atisbo el cielo enarbolado de nubes de otoño
y sin imaginarte, te veo y te miro, 
te siento varado en las arenas 
como tu pitusa de ojos verdes mil veces mimada.

Viven calladas las inocencias de antaño
donde tu fuiste niño de mis sonrisas
y yo, golondrina de tus sueños.

Los velos de los días,
a la sazón rugosos como mimbres enlazados,
nos hablan del destino que quedó en nuestras manos
y en el marco de nuestras pupilas
cual lecciones de álgebra
y juegos de verbos irregulares.


Carl y Ellie Fredricksen fotografiados por Irina Nedyalkova

Hoy vemos el invierno naciendo descarado en nuestros zenits
y en las miradas vuela también la caricia sumisa,
sin prisas pero sin tiempo.
Las olas se adormecen y se besan
sintiendo, calmas, recuerdos vivos: 
 las luces serenas del faro  
que clama, ya, el final de este estío.

Enjambres de amapolas,
mis mejillas a los susurros de tus labios.
Espuma de mar y rubor de caracolas,
tus cabellos entre mis dedos.


Carl y Ellie Fredricksen fotografiados por Irina Nedyalkova



Este es mi texto para la dinámica de este jueves 
"El final del verano" 
propuesta por Inma  desde su Molí del Canyer 
Ahí podéis disfrutar de otras perspectivas sobre el tema.


4 de octubre de 2018

Ritual...

Lamparillas de aceite, flores frescas, aroma a azahar, el canto de los grillos en el jardín... El cielo estrellado, una brisa moviendo los cortinajes, una amplia cama ya abierta, con cojines y colcha de seda, sábanas de hilo...
La noche perfecta.

Él no dejaba de mirarla y un ligero temblor se acentuaba en sus manos. Temblor que ella percibía a través de las suyas. El silencio consumía su tiempo y el deseo palpitaba en sus entrañas. La ayudó a desnudarse. Lo hizo despacio, como si fuera un ritual, y la vistió con aquel camisón que dejaba entrever los encantos de su cuerpo. Él hizo lo mismo mientras ella, con aquella mezcla de timidez y anhelo, lo observaba. Luego, la buscó. Se situaron frente a frente, tomándose de las manos, mirándose a los ojos...
La acompañó hasta el borde de la cama e hizo que se sentara. Besó su frente con cortesía, con amor, con amabilidad. Acarició el rostro femenino con el dorso de la mano, delicadamente, como si esta fuera una pluma. Respiró hondo. El corazón la palpitaba como el trote de un caballo salvaje.

Sobre una mesa cercana, una jofaina de barro con pétalos de flores fresas en su interior, junto a una jarra bellamente decorada y a varias toallas de suave tejido perfumado. Con todo ello, retrocedió sobre sus pasos. Lo colocó ordenadamente en el  suelo. 
Procedió, ritualmente, al volteó de los pétalos mientras susurraba unas palabras que parecían un rezo... o una bendición, al vaciado de la jarra.

—Te lavaré los pies, hayati (*) —dijo arrodillándose ante ella—. Es costumbre entre nuestra gente que la noche de bodas el novio lave suavemente los pies de la novia con agua fresca y pétalos de flores recién cortadas..., que los seque con cuidado y bendiga la dicha de estar juntos antes de amarla por primera vez.


Ella sonrió... y no pudo evitar el sonrojo cuando las manos y lengua del hombre ascendieron por sus piernas, cuando su boca contemplo el universo húmedo de la suya.  Apenas un roce, apenas una caricia... Un entregar y un recibir... Un beso en el que se siente todo. Entre ellos, un beso era un pacto sagrado, un juramento atemporal, eterno, un paso hacia el paraíso, hacia el cielo: la Unción de sus almas.

Bismillâh susurró antes de que ella cerrará sus ojos y sintiera sobre su cuerpo el peso del masculino... Y era un acto consagrado, alabado por el amor y por la pasión... Simplemente, bendecido el hecho de formar un solo ser.



Mi texto pertenece a la iniciativa de Juan Carlos desde su blog "¿Y qué te cuento? 
en el que tenemos que narrar un acto  ceremonial.
Aunque el lavado de pies es  común a muchas cultura, he elegido esta que tiene de especial este momento.



Bismillah es un término árabe que quiere decir “En el nombre de Allâh”. Según los preceptos, debería ser utilizado justo para iniciar un acto, incluso cotidiano, como comer, beber..., rezar, hablar, pensar... Es honrar a Dios con ese acto porque todo viene de Él. Además, puede dividirse en tres sílabas que explican mejor lo que realmente significa:
Bi: Que se entiende como “con ayuda de…”, “por intermedio de…”
Ism: Se refiere a la esencia misma de las cosas.
Allâh: Dios

(*)  Hayati es una expresión cariñosa para alguien que significa mucho para uno, del tipo habibi, habiba, rohi.... Esta vendría a ser algo así como "mi vida". 



1 de octubre de 2018

Una huida desesperada...


En ocasiones emprendemos un viaje, hacia atrás: Una huida, un destino irremediable a alguna parte donde nos sintamos más seguros dentro de nuestros propios temores, sin mapas claros, sin brújula que nos marque el norte, atorados por mil cuerdas que nos oprimen el corazón, que nos inmovilizan las alas, que nos acortan los pasos… 
Segura de lo que hacía, recogí cuatro cosas dejando a mis espaldas esa parte de mi vida que crepitaba como fuego del infierno, un abismo de silencios, y me subí al todoterreno sin importarme lo lejos que podía llegar. Solo deseaba sumar pasos que me alejaran de ahí.

Desconocer el territorio te puede hacer vulnerable, desconcertarte, aun en un claro con luna llena. La niebla no tapa los miedos más allá del paraje que cubre, ni la luz de la mañana devora la angustia pero, en medio de la nada, de la soledad, se puede descubrir lo indómito del propio ser, la capacidad de enfrentarte al universo y dejarlo a tus pies, postrado como un dios vencido.

Aquellos sonidos envueltos en noche agudizaron mis sentidos. No atisbaba mucho más allá de mi nariz. Los cristales del coche estaban con vaho. No me atrevía a agitar la mano para apartarlo, y hallarme ante algo o alguien que no deseaba y no pudiera hacer frente pero, el pánico atenaza o envalentona. Y me empoderé: Dos luceros enfocaban hacia mí, un sonido gutural que se perdía entre la maleza, entre la bruma, pero que parecía acariciarme. Enfoqué mi linterna. El corazón se me paró. Dos segundos después me hallaba de rodillas ante la dueña de esos ojos. Estaba tan herida como yo, solo que a ella le sangraba la carne y a mí, el alma. Yo me alejaba de mi vida y la vieja loba se acercaba a ella, lamiéndola. 
Y, en la sola compañía de nosotras mismas, en esa triple unión de luna, mujer, loba... nos hallamos para encontrarnos.



Mi texto pertenece a la dinámica propuesta por Gin en su blog
Variétés para su Paraíso de Letras, 
donde puedes ver  las aportaciones de otros compañeros.
Proyecto Paraíso: Mar o Montaña.



Picando en la imagen puedes ver el texto configurado como un cuadernillo.
Obra de Gin.