Mi querida hija, Elvira de María, escribo estas letras en el postrer de mi existencia. Hace ya unos días que noto que el alma se despide de mí pero la conciencia me impide irme de esta vida sin contarte la tuya.
Tu madre llegó aquí traída por quien hoy es tu señor, el cual debió renegar a ella. Era una joven muy hermosa pero con la mancha que la hacía impía a los ojos de Dios y de los hombres. El convento la acogió y cuidó de ella. También por ello, recibimos una importante cantidad de dinero para vuestra educación y subsistencia y con el paso del tiempo, si decidías no quedarte en la congregación, deberías ir a servir a casa de tu padre. Espero que te esté tratando bien porque fue lo que prometió. Es una dura noticia y no sé qué decisión tomarás tras saberlo pero confío en tu buena prudencia y buen corazón. Nunca has querido servir a Dios pero te puedo decir que pocas personas se han entregado a los demás como tú lo has hecho. Sin darte cuenta, eres su mejor sierva.
Tu madre tuvo un parto muy complicado porque no viniste sola. Tienes un hermano que nació antes que tú. Su nombre es Andrés como el santo del día en que vinisteis al mundo. Tú llevas el de tu madre y el de Nuestra Señora porque nunca nos dio un nombre para ti. El padre Junípero y yo decidimos criaros juntos hasta que tuvisteis más o menos cinco años. Tal vez tengas algún recuerdo de aquello. Tu hermano no podía estar con nosotras y debía recibir una educación acorde a la de un hombre. Te puedo asegurar que fue feliz hasta que murió el fray. Luego, entró un prior con unas normas mucho más estrictas y un carácter muy agrio. Andrés no lo soportó y se escapó. Nadie ha sabido de él desde entonces. Antes de morir, fray Junípero me hizo llegar un poco del dinero que había logrado salvaguardar de las manos del prior y una carta donde confirma la historia que yo te estoy contando ahora. Podrás saber algo más de la vida de tu hermano en el convento, aunque se olvidó mencionar, por si un día Dios quiere que os encontráis, que tiene, como tú la tienes en el pie, una mancha en forma de judía en la cara interna de la muñeca izquierda y que le coge un poco de la palma de la mano.
He creído conveniente que tengas constancia de vuestra partida de nacimiento, del dinero rescatado para tu hermano y del que es tuyo, aunque lamento haber tenido que tomar una parte para arreglar algunas cosas de la residencia.
Te pido, humildemente, perdón por no haberte hecho partícipe de esta tu historia antes pero deseo irme al otro mundo con el alma y el corazón lo más limpios posible.
No vengas a verme. No soportaría la vergüenza de tener que mirarte a los ojos. Dios te proteja, hija mía, Elvira de María.
Madre Abadesa Evangelina de Satis.
Si deseas saber la historia que conlleva esta carta, solo debes picar en la imagen. |