Un Jueves, Un Relato Sucedió en la fábrica
Las torcaces pasaban de un lado a otro sin hacer nido. Ahuecaban sus alas en algún pilar cortado por el tiempo mientras el viento silbaba entre los viejos ventanales donde los cristales habían pasado a mejor vida. Del techo aún colgaban las viejas lámparas en forma de campana y en el suelo se amontonaban escombros que cubrían el embaldosado que no se habían llevado. En algún rincón había resquicios de alguna fogata y el óxido había hecho mella en la maquinaria textil que había sido abandonada y no aprovechada por los buscadores de chatarra.
Se decía que por las noches, bajo el influjo de la luna y el callado del viento, podía escucharse todavía el traqueteo de las máquinas como si de un eco lejano se tratara y que, incluso, algún resplandor parecía iluminar lo que habían sido las oficinas. Ahí no quedaba nada, salvo un destartalado escritorio de esos con puerta enrollable y algunos estantes que parecían mantenerse en el aire.
La escalera conservaba muchos de sus escalones pero ni un ápice de la barandilla. Cuando descendí percibí como si el aire susurra algo y sentí frío mientras por el rabillo del ojo creí ver algo que no pude comprobar. Mi instinto me hablaba y mi corazón me lo repetía.
Al amanecer, llegó el resto de compañeros. Se comprobó todo por enésima vez y, después, lo que quedaba de la gran chimenea caía como una torre de naipes. Tras aquel estruendo se hizo el silencio con olor a pólvora y rubor de polvo mientras el vaivén de mi corazón se acompasaba. Me pregunté qué pasaría con las torcaces y a dónde irían los fantasmas que habitaban la vieja fábrica. Las máquinas avanzaron para terminar de derribar. Los camiones cargados de escombros, como un pequeño ejército de hormigas, siguieron camino hacia el vertedero. Del esqueleto de la vieja papelera no quedaba ya nada. Había vivido mejores tiempos pero, ahora, alguien había decidido que sería un buen lugar para poder recoger señales de las estrellas. De las estrellas y algo más... porque no se va quien no quiere irse.
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Fábrica de papel de Villava (Navarra, España), finales del s. XIX. / AM Villava Imagen que solo sirve para ilustrar el texto. No habla de ella. |
Una fabrica real y una historia novelada, cuantas fabricas habrá como esa sin que nadie les de la voz que le has dado tu. Abrazos
ResponderEliminarConsigues transmitir la desolación y el impacto de ver demoler aquello en donde hubo tantas vivencias, tantos proyectos…; y esa sensación fantasmal de quienes deciden quedarse entre los escombros que guardan esencias…
ResponderEliminarMuy bueno, mi querida Mag. Un relato que transmite y llega…
Abrazos y cariños enormes 💙
Yo creo que los fantasmas se quedaron en el lugar, bajo el cielo estrellado. Es un texto precioso, que manifiesta el paso del tiempo que derriba lo viejo para dar paso a lo nuevo. ¡Cuántos recuerdos se habrán ido también al vertedero! ¡cuántas historias!.
ResponderEliminarMil gracias por haber contribuido a embellecer mi convocatoria. Beso enorme.
¡Hay tantas así... desde que se optó por colgar todo del gancho del turismo...!
ResponderEliminarUna desolación muy bien reflejada que origina otra desolación la del paro acuciante cuando nos falta el turismo como ha sido el caso de la época de la pandemia.
Un besito, guapa
Excelente relato. Pienso que algunas cosas es mejor borrarlas del todo, para que no queden rastros ni fantasmas que nos puedan atormentar queriendo subsistir. Un abrazo, Mag
ResponderEliminarTriste y nostalgioso, pero muy bello. Hay mucha poesía en tu relato Mag. Hermosísimo.
ResponderEliminarAbrazos. Rosana
Escribes muy bien, me has transmitido las emociones de ambiente con cierta nostalgia, soledad y añoranza de un lugar que antes tuvo otra vida.
ResponderEliminarBesos.
Una fábrica es el lugar donde convives más horas con compañeros o amigos, cuando se destruye, a su vez, se acaban con historias y prácticamente con parte de la vida de los trabajadores. Cierto relato.
ResponderEliminarUn placer leerte siempre
Besos
Duela la pierna al amputado, su mano instintivamente se va a calmar el órgano que no existe la fábrica...la fábrica es más que paredes estantes y escritorios. Si cierras los ojos, no, mejor los dejas entreabiertos podrás ver a decenas de personas trabajando en ellas cuando sus paredes estaban encaladas. La fábrica... la fabrica cae como cae su altiva chimenea. Un abrazo
ResponderEliminarQué maravilla, mi querida amiga. Nostalgia siento al leer tu relato, me recuerda a las viejas fábricas que tuvimos aquí. Así, tal cual la describes con esa chimenea.
ResponderEliminarMe has hecho rememorar mi infancia, preciosa. Me ha encantado y lo he disfrutado mucho.
Mil besitos con mucho cariño para ti y feliz tarde ❤️
Quise pasar sin asustarte, venía de vuelta para retomar la escalera cuando vi tu silueta en contra de la luz que bajaba detrás de las escaleras, me detuve para mirarte mientras la luz atravesaba tus vestidos. Tu silueta se dibujaba sensualmente remarcando sin pudores todos tus rincones, sentí el impulso de llevarte hasta el viejo escritorio, pero sentí el mismo frío que a ti te paralizaba, guardé silencio sin pronunciar palabra, y disfrute de toda tu mientras la luz te dibujaba...lo que viste por el rabillo de tus ojos, era una alma en pena buscando seguir produciendo temblores.
ResponderEliminarGustab.
Seguro que el traqueteo de las máquinas seguirá vivo en tus palabras... Me encanta rebuscar en esa historia del pasado que se niega a morir.
ResponderEliminarBss
Pues si no es fácil que se vayan los fantasmas. Tu relato es espectacular, besos.
ResponderEliminarMe recordaste la película "Historia de fantasmas" donde un chico que habita una casa junto a su pareja muere y vuelve como fantasma, atrapado en el tiempo se queda allí, hasta que cambia de dueños y luego es demolida para construir un edificio nuevo, él permanece allí porque no quiere irse. Muy buen relato que siempre logras hacernos vivir.
ResponderEliminarBeso dulce Mi Estimada Magda y dulce fin de semana.
Seguramente, los fantasmas querrán quedarse en el lugar, para conectarse con las estrellas.
ResponderEliminarMuy bien contado.
Besos con admiración.
Un relato que está a su vez cargado de nostalgia, tienes un don que plasmas como en una novela, todo lo que haces sentir... Y emocionas...
ResponderEliminarTe admiro lo sabes.
Besos enormes y mi cariño siempre Mag y feliz finde ❤️
Es el Cambio, con mayuscula" aquello que tuvo esplendor y riqueza en el pasado hoy es ruina, y manana ya ni existira. Ya ni papel tenemos!!
ResponderEliminarEStoy segura de que los fantasmas habitan lo que fue la fábrica. Buen relato. Saludos
ResponderEliminarMuchísimas gracias una vez más a todos, a todas, por dejarme vuestros comentarios y, sobre todo, vuestra compañía un jueves más.
ResponderEliminarEl relato lleva todo cuanto decís y, además, la protagonista sabe que se viene abajo el edificio pero no el eco que palpita en él. Estoy convencida de que sus habitantes, callados a veces, seguirán pasean sus pasillos y guardando su habitad.
Cuidaros mucho y os dejo abrazos inmensos y besos muchos :-)
Decrepitud de la fábrica. Pero ojo, que la papelera es un cofre de estrellas y quién sabe si de fantasmas.
ResponderEliminarMuy bueno. Un abrazo
El o la fantasma narradora es un/a artista, ¡qué maravilla!, me ha hecho de verdad ver esa fábrica en ruinas. Mag, es una alegría leerte.
ResponderEliminarBesos
Hay fantasmas, en cualquier lugar pueda haberlos, pero en algunos sitio su presencia es más escandalosa. Muy bien hilado.
ResponderEliminarUn abrazo
Quizás las torcaces y los fantasmas se quedaron a explorar también las estrellas.
ResponderEliminarMe gustó mucho tu relato, Mag.
Otro besazo
Disculpas por mi retraso. Últimamente, me dedico a ello. Nunca estoy cuando quiero pero ya suena cansino
ResponderEliminarMuchísimas gracias, de verdad, de corazón.
Besos enormes.