El tiempo se me había echado encima de manera irremediable. No contaba con nada, salvo con la invitación al baile que, cada última noche de año, celebraba el caballero Dulce: el de los instintos perversos, las palabras encantadoras y las intenciones claras. Dice en su invitación «el azar te mostrará tu camino». Él y sus misterios, sus enigmas y los senderos intrínsecos a su naturaleza.
Y el azar son estas tres cartas selladas con su anagrama que adjunta a la invitación. Elegir una y mostrar a la entrada. Mi curiosidad es poderosa y mis enigmas tan misteriosos como los suyos. Vestirse de piel, encadenarse a cadenas invisibles y postrar valentía desde el suelo con la hechura de Mujer. Santo y seña. El Pecado encarnecido. Secretos al desnudo. Noche de enigmas y placer.
Botas de cuero altas, por encima de la rodilla, con tacón de aguja que me encumbra sobre los pilares. Cuero negro como atadura de mi carne y un entramado de nudos cruzando mi espalda desnuda hasta donde pierde su nombre. Cada paso revolotea la cola que arrastra mi vestido y cada golpe de tacón reverbera en el filo de la falda, haciendo temblar el misterio que esconde bajo ella. En mis muñecas, puños de sirvienta francesa y en mi cuello, entre los encajes blancos, una sutil argolla. Sé que será todo de su agrado y también de su placer.
Llegué al baile más allá de la última campanada, cuando el bullicio estallaba en todo su esplendor, sumido en risas y susurros que se entrecruzaban en el revolucionado compás de la música. Cada paso sobre el suelo pulido resonaba, pero mis pisadas pasaban desapercibidas entre las sombras y los destellos de las máscaras danzantes. Mis ojos, ocultos tras la seda negra y enigmática de mi antifaz, buscaban sin descanso al caballero Dulce entre la maraña de desconocidos y de damas cuya identidad no me pasaba inadvertida.
Sentía el cosquilleo de la curiosidad, el palpitar acelerado del deseo que latía en sintonía con el incesante ritmo de la noche. Fue entonces cuando el aroma a sándalo y ámbar, su sello personal, se entremezcló con la brisa que acariciaba mi piel. Su presencia se hizo palpable, un magnetismo que guiaba mis sentidos hacia él. Sin previo aviso, una mano firme pero gentil se posó en mi espalda descubierta, siguiendo el intrincado enredo de nudos que desafiaba lo convencional.
—Encantado de que hayas llegado, dama de enigmas y seducción.
—Siento haber llegado tarde, pero agradecida por contar conmigo un baile más.
—¿Estás lista para desafiar al azar y adentrarte en los rincones más profundos de la noche?
Su voz resonó con una promesa implícita, desafiando mis límites y despertando la curiosidad más intensa. Asentí en silencio, dejándome llevar por la corriente de seducción que nos envolvía. Él tomó el control, su mano firme guiando cada movimiento mientras nos alejábamos hacia un rincón apartado del jolgorio.
—¿Y vos? —concluí por susurrar.
El ambiente se tornó más íntimo, las sombras se hicieron cómplices de nuestros secretos. A pesar de todo, su voz fue un susurro íntimo que se filtraba entre la algarabía del baile. Su aliento cálido acariciaba mi cuello y su presencia imponente me envolvía en un halo de magnetismo y misterio. En ese instante, la conexión entre nosotros se volvió eléctrica, una danza silenciosa de miradas a través de nuestras máscaras. Con gestos apenas sugerentes, él me condujo hacia el centro de la pista, tirando de la argolla de mi garganta. Ahí, los cuerpos se entrelazaron en movimientos sugestivos y sincronizados en una coreografía íntima de pretensión y deseo.
Las luces centelleaban sobre nuestras figuras enramadas, la música reverberaba rodeándonos y cada gesto, cada ligero roce, revelaba propósitos oscuros sobre la piel oculta. Entre risas y miradas cómplices, el caballero Dulce y yo nos sumergimos en un juego de seducción, donde las máscaras no solo ocultaban identidades, sino que exaltaban la pasión que ardía entre nosotros. En un giro calculado, sus labios rozaron mi oreja, susurros de deseo que desencadenaron en un intenso escalofrío que me recorrió entera, estallando en el centro de mi vientre para convertir mis entrañas en el inicio de un dulce y embriagador manantial capaz de azorar la voluntaria sed de mi partenaire.
Apartados del gentío, en la penumbra de una profunda habitación donde los deseos más livianos se escondían para tornarse perversos y oscuros, cómplices y deliberados, el caballero Dulce, con maestría, desató cada uno de los nudos que ataban mi vestido, dejando al descubierto la piel que ansiaba sus caricias. El brillo de la luna se filtraba entre las cortinas, iluminando la escena donde el juego de poder y sumisión se entrelazaban con el fuego de nuestras almas.
Cadenas invisibles nos unían en un vaivén de sensaciones, donde el placer se entremezclaba con el misterio, y la entrega se convertía en un lenguaje silencioso entre gritos contenidos, gemidos desvelados y suspiros clandestinos. Fue el clímax de las horas ignoradas el que nos sumergió en la profundidad de nuestros instintos más salvajes y prohibidos, desafiando al azar para entregarnos, yo a su voluntad y él a sus perversos instintos en un consenso santificado por nuestros mutuos deseos.
—Siento complacido vuestra entrega —me dijo mientras soltaba los amarres que habían sujetado mis muñecas a la cruz.
En sus ojos todavía palpitaba la exacerbación de su deseo, el fuego que todavía llameaba avivado en mis entrañas. Cada nudo de mi vestido había sido una bocanada de libertad, cada caricia un soplo de felicidad; cada beso, un enjambre de sensaciones compartidas que culminaban en la densidad de un abrazo cálido y reconfortante. tanto para la piel sofocada como para el alma satisfecha.
—Gracias, mi estimada Magda, por este bello baile.
—Gracias a vos por sumergirme en él —respondí, dejando mis puños sobre el potro. Una evocación del placer.
Nuestros pasos nos volvieron a encaminar hacia el baile, donde algunos invitados dieron cuenta de nuestra ausencia; otros quisieron ser ignorantes. Repetimos un baile, sin intenciones ni pretensiones oscuras. Luego, desaparecí para perderme en la noche, y entre sus recuerdos.
Aquí se vislumbra un desmesurado acaparamiento de anfitrión.
ResponderEliminarDe todas formas con este planteamiento tanto de indumentaria como de pretensiones no creo que h7biera que insistir le mucho.
Magnífica la descripción de la entrada en escena y también del derroche de sensaciones que se producen en el privado. Muy discretamente narrado sin perder la intensidad.
Bravo por Dulce que le queda fuelle para continuar la fiesta.
Megabesoooo
Es para admirar a ese anfitrión, por contar con tan selectas invitadas.
ResponderEliminarEl título es muy tentador para leer, tiene sentido tratándose de tentaciones.
Describís a una mujer arrolladora, cuyos paso estoy a punto de escuchar.
El baile fue sin intenciones, sin pretenciones oscuras, porque ya habían vencido a las tentaciones, entregándose a ellas.
Besos con admiración.
Tu puesta en escena estoy segura que habrá hecho las delicias del anfitrión.
ResponderEliminarBesos
Lo importante no es el momento en que se llega, sino llegar a Mi Baile y hacer notar la presencia. Y luciendo así de sexy la espera valía, un baile que ha ido desde la sutileza hasta lo más íntimo en ese encuentro donde el azar también confabuló. Una carta muy acorde a tí además. Mi gratitud Mi Estimada Magda por asistir un año más a Mi Baile, ha sido de mi agrado y entero placer, pero tendrás que volver por esos puños ;)
ResponderEliminarBeso dulce del Monsieur complacido.
Te quedo genial. Eres muy talentosa. Te mando un beso.
ResponderEliminarMuy buena introducción al baile. Aun llegando tarde fue una fiesta para los sentidos, cargado de pasión y sorpresas.
ResponderEliminarQué bonito lo narras. Un abrazo, y por las fiestas de despedida de año.
Ya si imaginaba la noche detrás de los barrotes hasta que llegaron ellos, e hicieron de mi noche un infierno. Sensual y sútil como siempre.
ResponderEliminarLos bailes de Dulce siempre llevan cierto pecado implícito, solo hay que saber encontrarlo porque, esperar, siempre espera.
ResponderEliminarMillones de gracias :-)
Besos de Pecado.