Ojalá...
El fuego de la arena que envolvía mis hinchados pies
ya ni escaldaba, y el sol parecía querer arrancar mi piel a pesar del velo que apenas
dejaba mis ojos a la vista. Me pesaba hasta el alma que se evaporaba a través
de mi sudor.
Estaba muerta de sed. Tenía poca agua. Contaba con uno
de los pozos y me lo había encontrado seco.
Obligada a racionar, ni una piedrecita del camino bajo mi lengua me hizo
salivar más.
Caía ya el sol y el viento me acercaba un olor nada
grato y supe que tampoco era bueno. Saqué de mi morral uno de mis ungüentos y
me puse un poco en la nariz para aplacar ligeramente el hedor. Aunque me tintó
de rojo, el almizcle al menos lo adormeció.
Conforme me acercaba al poblado de adobe, el tufo era
casi insoportable y se acompañaba de llantos, lamentos y quejidos, incluso gritos
que llegaron a sobrecogerme envueltos en alabanzas y rezos…
No había ni un alma en las calles. Cuatro perros arguellados
se cruzaron a mi paso y el olor nauseabundo me descomponía. Era como si
una densa bruma estuviera cubriéndolo todo… Y no me era desconocida.
Debía buscar algún lugar donde pasar la noche. Llevaba
ya tres durmiendo al raso. Deseaba asearme un poco, comer algo decente y
descansar bien, sin tener que estar vigilante. Pero no me gustó lo que vi.
Tampoco me gustó lo que me dijo la posadera. Partí de nuevo al desierto. Hice
cuatro fuegos y me quedé en el medio. Sé que con lo que le había puesto me
duraría toda la noche. No eran grandes fuegos pero si suficientes para alejar
alimañas.
Herví el agua, preparé unas hierbas y comí algo: Un
poco de pan con vino y azúcar.
En medio de la noche, me despertó un ruido tosco. Tomé
el cuchillo que había dejado a mano y permanecí quieta, atenta… Un camello no
llegaría solo. Los pasos me volvieron a poner en alerta.
Por encima de las llamas y en la oscuridad no veía
nada.
Se detuvo unos metros antes de la lumbre.
- As-sallaomou 3alikoum... Vengo en paz… Mi nombre es Tarik Ibn Musa. ¿Puedo acercarme?
Vengo del pueblo. Traigo comida y algo de abrigo. La noche es fría.
Le dejé acercarse sin reducir mi alerta. Le invité a
sentarse. Rechacé el agua y le ofrecí un té. Se produjo un largo silencio en el
que nos observamos a la luz de las llamas. Su rostro me impresionó pero no hice
preguntas. El oro del desierto se reflejaba en sus pupilas. Me interesé por lo que sucedía en su pueblo del mismo modo que él se
había interesado por mi presencia.
- Hay que separar a los enfermos de los que todavía
están sanos y estar pendientes de estos por si empiezan a presentar síntomas.
- Parece que sabes de qué hablas…
- Ojalá no lo supiera pero… así es. Sé muy bien de qué
hablo y si no se hace algo, morirá todo el mundo. ¿Tú estás enfermo?
- No. Estoy sano... Al-Hamdou li-llâh... He estado hirviendo el agua. Tengo algunas
hierbas y eso me ha ayudado pero se me han acabado. Ahora ya no sé qué he de hacer. Además, no todo el mundo me deja
ayudarle –se lamentó-. Creen que es un
designio de Dios. –Asentí.
- No tengo hierbas ni ungüentos aquí para esto… Necesito
unas flores. Crecen en el desierto, al abrigo de las rocas esparcidas, y aquí no he visto rocas.
- ¿Cómo son esas flores?
- Como azuladas. Adoran a la luna, pues se abren de
noche, y crecen donde el viento se detiene.
- Sé dónde están. ¿Para qué sirven?
- Bajan la fiebre, arreglan el estómago, y calman los
vómitos. Combinadas con otras hierbas hace... ¡Tenemos que
encontrar esas flores y hallar raíces dulces! ¿Conoces las hierbas?
- Iaw sha'a Allâh! No tanto como creo que las conoces tú pero sí sé llevarte hasta ellas. Saldremos al
amanecer. Pasaré la noche aquí contigo. Descansa. Tenemos un largo camino. Yo
haré guardia.
- Con el fuego
estamos a salvo. Antes de partir hay que regresar al pueblo y decir a tu gente lo que
te he comentado. Hay que enterrar a los muertos sin demora.
- Eso va a ser complicado.
- Si no es por las buenas… Será por las malas… -concluí.
En medio de la noche, cuando la luna se hallaba
perfilada en su más pequeño cuarto creciente, desperté. No vi a Tarik al otro lado del fuego. Observé el silencio. Me
incorporé un poco. Entre el fuego bajo vi al gran pájaro negro, quieto, parado,
inmóvil, erguido…, elegante, sobrio… el que habitaba en mis sueños. Se movió sutilmente, mirándome, y vi la luna en su
pecho antes de regresar a su posición. Y comprendí por qué había llegado hasta
ese lugar.
Antes del amanecer, Tarik me despertó y volvimos al pueblo. Su gente guardó silencio. Le escuchó como si escuchara la voz de su dios... y todos obedecieron.
Al anochecer siguiente observamos el desierto azul,
ahí donde el viento guardaba mudez y el cielo se llenó de infinitas estrellas...
Esta semana rompo todas
las reglas existentes: Me paso de palabras y uno la que propone Sindel
con el relato para el jueves que plantea Juan Carlos.
La suerte está echada.
Ojalá los dioses me
sean afines,
la luna ilumine sus
caminos
y el destino cumpla su
palabra…
*** *** ***
(*) As-sallaomou
3alikoum -Saludo de llegada.
(**) Iaw sha'a Allâh - Si Dios quisiera (no "Si Dios quiere").
(***) Al-Hamdou li-llâh - Gracias a Dios.