Un Jueves, un Relato
Steampunk
Veía la ciudad como si no la conociera. El vitral me ofrecía una perspectiva diferente pero seguía siendo igual de arcaica en el fondo. Apenas tenía luz y la que había, era oscura. No había amanecer, tan solo un polvo denso y anaranjado.
El tiempo había seguido su imparable camino hacia adelante mientras el Hombre había sido abocado en sentido contrario. El mundo que alguna vez había sido ni siquiera era un insignificante recuerdo para los que aún tenían memoria. Para el resto, simplemente, no existía.
Vivíamos bajo la autocracia de hombres y mujeres de un estatus superior difícilmente alcanzable. Los Azules habían limitado todas nuestras libertades e instaurado un pensamiento único que nos hacía sus esclavos, sus conejillos de Indias, caprichos de sus retorcidas mentes, peones de sus juegos. Nosotros éramos los grises, marrones y negros.
Mi nombre es Varanda y pertenezco a ese grupo de innombrables, clandestinos y perseguidos hasta la aniquilación total, formado por insurrectos de todos los distritos y apoyado por algunos Azules insurgentes que deseaban alzarse contra el sistema que nos anulaba.
Nuestro objetivo era sobrevivir y proteger a la población.
Sabían que en cualquier momento sobrevendría un ataque. Había demasiados prisioneros en sus granjas. No podríamos rescatarlos a todos pero sí darles una oportunidad. Los Azules insurrectos nos eran de gran ayuda. Entre ellos, Beslas, un soldado de élite que había perdido un brazo en una de aquellas contiendas. Ahora llevaba una prótesis mecánica, una eficaz arma perfectamente acoplada a su especial naturaleza. Había sido sometido a un programa de rediseño genético. Su ira en el combate era el veneno que lo convertía en una auténtica máquina de matar. Su antídoto, una sustancia de elaboración altamente compleja de la que en escasísimas ocasiones podíamos disponer, pero habíamos descubierto que tenía el mismo efecto del desahogo sexual o de subir un ochomil.
— Con esa mano no nos serás de gran ayuda. Mejor, quédate —me dijo Beslas, sabiendo que lo que me dijera sería inútil.
—Mejor una que ninguna —le repliqué, dándole una palmada en la espalda y adelántandome a sus pasos hasta que lo hizo él.
Bajo su mando entramos en el cuartel menos protegido. Estaba alterado, iracundo pero todavía controlable. Destrozó puertas, mató a todos los guardias que se pusieron por delante. Y no fue el miedo lo que nos dejó paralizados sino aquella sin razón que contemplaban nuestros ojos. Aquel conjunto de seres humanos desnudos, torturados y ultrajados sexualmente a los que aquellos despreciables Azules habían quitado hasta el último ápice de dignidad. La visión era indescriptible. Solo los que habíamos vivido aquello podíamos dar cuenta de ello.
A algunos era mejor matarlos y liberarlos así de la lenta muerte que se alimentaba de ellos.
Rescatamos a tres compañeros. A la voz de «¡Escapad!», fuimos soltando al resto. La confusión estaba creada. Corrimos por pasadizos tan oscuros como el alma de aquellos que cubrían el suelo a nuestro paso. Teníamos que llegar al helipuerto. Una patrulla de Azules apareció. Beslas se quedó a despistarlos. Despistar era un verbo con significado diferente para él. Nosotros corrimos hacía las libélulas que ya humeaban a unos metros del suelo.
Subimos deprisa y esperamos unos minutos que aproveché para improvisar un vendaje en la mano que tenía sana hasta entonces. En alguna parte, me había hecho un corte que me cruzaba la palma de la mano derecha.
Beslas llegó totalmente alterado, cubierto de sangre. Sus ojos marrones se habían tornado completamente negros. Aquello no era bueno y en el trasiego había perdido sus inyectables. La nave tomó altura y salimos de ahí. Beslas temblaba excitado y gritaba transmitiéndonos un pánico desgarrador.
Yo sabía qué hacer o, al menos, podía intentarlo.
Entre ocho apenas lo mantenían quieto. Lo abracé gritando su nombre, buscando en la oscuridad de su mirada un atisbo del ser que no era en ese momento. Le bajé los pantalones y miré al resto cuyas miradas eran una mezcla de todo.
—¿Sois capaces de matar y no sois capaces de echarme una mano? —increpé, mientras les mostraba mis inútiles manos. Solo recibí silencio y sus miradas gachas.
Empecé a mastúrbalo con la boca Me abstraje de las miradas del resto, de la posible vergüenza que pudiera acometerme. Diez minutos antes estábamos luchando por salvar nuestra vida. Ahora, si no lograba calmarlo, no tendríamos más opciones que morir en sus manos o tirarnos al vacío. Cierto que no era el mejor lugar para una felación pero sí el único para salvar la vida.
Y si estaba en mi boca, se hacía.
Aquellos movimientos estuvieron a punto de partirlo por la mitad pero cuando su lechosidad salpicó mi piel, todo cambió. Beslas comenzó a controlar su respiración y los demás, también. Sus ojos volvían lentamente a tener aquel color dorado, y yo me vencí a sus pies, extenuada por la tensión.
—Creo que le debéis la vida —advirtió al resto mientras me ayudaba. Apenas tuvieron tiempo de más ante la evidente persecución de los
moscas azules. cuyo zumbido se escuchaba no muy lejos.
Este texto, en el que me he pasado de palabras —era complicado esta vez— forma parte de la convocatoria de este semana. Picando en la imagen, iréis a ella y al listado de participantes por si deseáis leer sus historias.