De no haber sido él quien me había invitado a aquella cita, no hubiera tenido duda alguna a la hora de rechazar la invitación. Me aburren las exposiciones de arte. Sí... No sé, me parece un paseillo de sentimientos y sensaciones extrañas. No puedo evitar poner la oreja y oír lo que se comenta. Me pregunto por qué yo ni veo ni siento lo mismo.
En fin… Una velada nocturna.
Me sorprendió no ver a nadie en la entrada y menos en los alrededores. Me sobrecogían mis propios pasos sobre el empedrado de la estrecha calle. Me pregunté por qué tenía que entrar por la parte trasera.
Golpeé la puerta pero estaba abierta. Dudé en entrar pero lo hice.
Las llamas de velas, cirios más bien, tintineaban sombras por todas partes. Sentía el corazón latir tan fuerte que retumbaba por los pasillos. De fondo, reconocí el Nocturno Op. 9 N. 2 de Chopin fundido con un rumor de lluvia.
Al final de uno de ellos, se abría un espacio tenuemente iluminado, focalizando toda la atención en el piano.
Ahí estaba él… Acariciando las teclas. Marcas blancas sobre negras y blancas sobre blancas.
Me buscó con la mirada. Le sonreí. Me parecía de lo más enigmático. Nuestra segunda cita y así de especial y diferente. Me invitó a acercarme con un gesto y sentarme a su lado.
Lo hice. Imaginé esas manos acariciando mi piel. Esa boca que sonreía, besándome. Se detuvo y tomó mi mano, llevándosela a los labios. Sin dejar de mirarme, la besó.
Nos pusimos en pie. Cada detalle de él parecía parte de un ritual. Unos pasos más allá y se hizo la luz, mostrando ante mis ojos un retrato... Y otro... Y la luz... Y otro... Y en cada uno, una mujer...
-
Eres así…
La mujer dulce e ingenua, sin apunte de vulgaridad, casi virginal, de Botticelli: Mi Venus.
La mujer reflexiva, inteligente, resuelta que pintaba Da Vinci.
La mujer sensual y segura que abre las puertas de mis ocasos como la de Draper custodiaba los suyos, o, esa mujer ensalzada, engalanada que realzaban Tiziano y Ghirlandaio.
La mujer delicada y sutil que dibujaban las manos de Manet o de Bougerau. O la de rotundas formas de Lebasque...
Mientras, su mano dibujaba el centro de mi espalda.
- La mujer inquieta pero firme como la Diana de Simón Vouet... o extasiada como Caravaggio matizaba a su María Magdalena.
La mujer natural y libre, sin tabúes, que deseaba Gaugin o Renoir, auténtica y con carácter como la Maja desnuda de Goya y la mujer racial de Julio Romero de Torres.
Enigmática, misteriosa y oscura como la dibujaba Ingres...
O la femme fatale estilo Toulose-Latrec.
Cóncava y convexa como la trazaba Picasso, llena de aristas y perfiles, de luces y sombras.
Y tomando mi mentón con suavidad, elevando mi rostro hasta que nuestras miradas volvieron a encontrarse, pronunció:
- Todas esas mujeres, y más, eres tú...
Me abrazó desde atrás y , apoyándome en su pecho, giramos sobre nosotros mismos. De su mano había paseado ante cada pintura… Ante una Mujer. Y sí, de todas ellas, había algo de mí.
- Y ahora, pintaré a Mi Mujer..., A Mi Reina...
Esta semana, Lucía, desde su blog
nos invita a una noche en un museo.