En el telar de mi ser, entrelazo las letras que brotan de mi alma, tejidos de sentimientos y emociones que danzan sobre este lienzo negro que mi pluma transfigura. Anhelo que cada palabra, cada trazo, trascienda y se convierta en eco en tu ser para fundirte en el velo mágico de mi memoria. Que mis versos sean puentes que nos unan en un abrazo sólido, y que mi tinta sea un testigo del vínculo que florezca entre tú y yo. En cada línea trazada, en cada verso susurrado, te escribo con el alma para que en el tapiz de nuestras historias encuentres el eco vibrante de mi ser y la esencia de este nuestro encuentro. Que mis letras sean hilos de un lazo indisoluble entre tú y yo, donde el tiempo se detenga y la eternidad se haga presente. En cada palabra entrelazada, en cada estrofa compartida, tejamos juntos la trama de un sentimiento duradero, donde nuestras almas se encuentren en todos los rincones de esta bella historia.

31 de agosto de 2015

Me elevas...

Te pienso,
y mi mente se desdibuja en mil y una imágenes que te acercan a mí: 
Tu cuerpo entero y parte por parte: 
Tus manos, tus brazos, tus piernas, tu pecho..., 
tu espalda, sobre todo tu espalda...

Me vuelve loca tantearla con las yemas de los dedos,
besarla con los labios entreabiertos y lamerla con la punta de la lengua..., 
subiendo hasta la nuca, donde mis dedos se engarzan con tu cabello..., 
descendiendo hasta perderse en el centro... 
en tanto mis manos se pierden sobre las curvas de tus glúteos...

Y, entonces, te revuelves como las serpientes, 
y me atrapas bajo tu cuerpo, dejándome inmóvil, 
buscando mi boca con avidez, 
apresando mis pechos con la fuerza del tuyo, 
hundiendo tu lengua entre mis labios, 
degustando, 
palpando,
latigueando la mía... 

Y... surges, resurges...
Te hundes, te clavas...
Me buscas, subes, bajas... 
Entras, sales...
Enloquecemos...
Yo en ti... Tú en mí...

27 de agosto de 2015

La Tormenta de Neptuno...


Había oído su llamada desde lo profundo del mar, a través del tiempo y del espacio. Siempre le había escuchado por alguna extraña, curiosa o ancestral conexión entre Ella y Él, tal vez porque ambos tenían en común un Elemento de la Naturaleza: El agua. Y esa misma conexión entre ellos ha sido siempre la que los ha mantenido alejados.


Son dos Universos dentro de otro universo. Él es mar. Ella es arena del desierto. Él es un Dios. Ella una Reina por derecho y, tal vez, por nacimiento. Proclamada Diosa por miles de hombres. Dominadora de los Cuatro Elementos. Hechicera de Almas.

Pero Él ya no es lo que era. Él se ha vuelto iracundo, renegado de sus propios sentimientos. Vanagloriado en otros tiempos, la Dama Negra, malvada entre las malvadas, tan cruel como amable por intereses, ha hecho de Él una sombra, espuma negra de las bravías aguas que lo vieron nacer y que ahora lo refugian. Ella lo cambió. Lo envileció. Ahora, el gran Dios, el gran Señor de las Aguas, huye, huye y huye y se muestra desorientado ante lo nuevo que su corazón late.

Desde su palacio de corales y oro implora. Y desde aquella primera ocasión en la que, tomada su forma humana, el destino en su mágico designio hizo que se cruzara con Ella, ha estado gritando en silencio, en lo profundo de su corazón y de su alma, su nombre: Tormenta.
Tormenta es lo que Él siente dentro de su alma. El mar ruge con fuerza pero no está vivo. Simplemente se mueve… y, tal vez, sea por Ella.
Ella, su Reina, su Princesa de las Arenas, la Señora de sus Elementos. Solo Ella puede salvarlo.

Y ahí está Ella, amparada en lo alto  de la montaña de roca, vestida solo de sombras de noche y luz de luna, reclamando su presencia; y ahí surge Él, Neptuno…, Poseidón, eternamente, Él, cabalgando las olas en sus caballos blancos nacidos de la efervescencia de las aguas. Clava su tridente en la arena. Levanta la vista. La busca…

Ella aparece frente a Él. Se miran. Mil rayos, mil truenos…, florecen en la noche cuando sus manos se unen. Los ojos de Ella se vuelven del color de la Tierra que Él ama. Los de Él dejan de tener ese triste vacío y se tornan tan turquesas como las aguas que lo visten.

El mar se embravece. La oscuridad es más oscura en ese momento previo al alba. La luna se retira. Un nuevo horizonte está naciendo.
Y ellos, amantes eternos, renacen en piel y huesos del agua que un día los engendró. Ahora son dos simples mortales con el tiempo limitado… pero un día, la historia, hablará de ellos dos.


Ella , su Hechicera.
Él, su Señor de los Océanos.


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Esta semana, el Relato del Jueves nos lleva de la mano de Demiurgo a través de su blog, al mundo del comic, de los fanfictions…, coincidiendo con el tercer aniversario de su espacio.
Recomiendo con creces visitar su blog, así como el de los demás participantes, pero he de reconocer el tiempo, esfuerzo y trabajo invertidos en este reto.
Me permito desde aquí felicitarte, Demi.

24 de agosto de 2015

Dejémonos...

Quiero que dejes que mi cuerpo se entierre en tu alma, que tu cuerpo ya es preso de la mía. Déjame subir a tus pies para andar juntos los caminos que más lejos nos lleven; déjame pasear por tu espalda y por tu pecho con aleteos de mis yemas y la desvergüenza de mis labios …, con la ductilidad de mi dulzura, con la caricia de mi pasión…


Deja que alcance ese grado de locura, de lujuria, con la magia de tus manos; que descubras conmigo, en mí, tus placeres más ocultos… que tu carne se haga carne de pecado en mí, que nuestras bocas se hundan en nuestra  humedad, que tu lengua sea el látigo que fustigue la mía, y ésta sea en ti la falta de aire que mi beso te alcance después.

Sean nuestros besos tierra mojada por la sal húmeda.
Sean nuestras manos esas redes que lleguen al fondo.
Sean nuestros cuerpos boyas en plena tempestad.
Sean vaivenes lo deseos, pecado las mareas...
Seamos más el uno en la otra para serlo todo.
Seamos ese infinito en llamas.
Seamos ese efecto del influjo de la luna...



Piérdete en la tierra de mis ojos y deja que yo me llene con el plenilunio de la tuya…  Respira cada uno de mis gemidos, cada una de mis vacilaciones intensas. Déjame sentirte dentro de mi más salvaje oscuridad, en el verbo consagrado de este nuestro secreto. Duerma entre mis piernas tu atardecer y renazca en mí tu albor como tibio nácar. Rieguen mis ríos la lubricidad de tu pasión en mí.
Deja que nos dejemos, hundámonos para sentirnos en lo más profundo de nuestras almas… Desnudémonos  de estos lodos y nos hagamos agua el uno en la otra…


Deja que te deje ser en mí.
Déjate ser en mí.
Deja que seamos cordura en la más bella locura.