En muchos de mis viajes más allá de los sentidos de la tierra, me he
encontrado con seres como él, auténticos leones hambrientos a punto de
devorarte al más pequeño despiste; gacelas tímidas y asustadizas que ágiles
saltan al más pequeño de los ruidos, ñúes que ven sus posibilidades de salvarse
actuando a bulto…
Siempre he pensado que en su interior se esconde una tremenda tormenta,
donde los rayos le arden, donde los truenos le provocan auténticos caos, y,
donde la lluvia, le inunda. En el fondo, sabio y paciente, a veces, desesperado
por el gran deseo de deshacerse de ese bestial imaginario que lo envuelve.
Siempre hemos ido tentando un poco la suerte, midiendo ambos nuestros
pasos, guardando la distancia justa. Creo que sabe quién soy. No solo porque
esté pendiente de mí día y noche.
De día persiguiendo mis pasos, siguiéndome allá donde voy, observando
cada cosa que hago… Por otro lado, a
pesar de todo, eso me hace sentir segura.
De noche, se vuelve cautivo bajo la intemperie, bajo el rosario de
estrellas, hechizado por cada una de las fases de la luna, incluso impertérrito
bajo la ausencia de ella en esas noches de luna nueva.
Creo que hemos llegado a un punto, después de tanto tiempo, que hemos
fusionado nuestras almas: La suya de salvaje e indómito ser, y la mía, dócil y
complaciente. No puedo darle otra explicación medianamente lógica, si
fantástica, a este nexo que nos mantiene unidos y alejados al mismo tiempo.
Incapaces de situarnos cara a cara, siempre pendientes de una distancia
aparentemente insalvable… pero aquel día algo sucedió. Me extrañó no verlo
rondar cerca de casa al despertar y lo eché de menos esa misma noche. Primero
no me preocupé. No deja de ser un alma libre.
En mi sendero en busca de semillas vi huellas extrañas. No las había
visto antes. Tenían forma de pie pero eran demasiado grandes, de alguien que camina
erguido. Siguiéndolas, llegué hasta el pequeño claro que se abría al otro lado
del río. No era el mejor lugar para pernoctar, al menos no para quién conociera
aquel territorio. Cerrado y de difícil escapatoria. Observé entre los
matorrales pero no vi más que un pequeño fuego encendido. Agudicé mis instintos
y no tuve constancia de la presencia de mi lobo blanco. Me mantuve quieta
durante un tiempo interminable hasta que la lluvia comenzó a caer. Me hallaba
demasiado lejos de mi cueva en el viejo árbol como para permanecer mucho más
tiempo ahí. Me cubrí con la capucha y retrocedí sobre mis pasos justo en el
preciso momento en el que de entre los árboles salió aquel ser con pechera
plateada y alta envergadura. La curiosidad me podía pero la prudencia también.
El cielo se cubrió de oscuridad en un momento y, bajo aquella fuerte
lluvia, con el agua calándome hasta los huesos, llegué a mi refugio del árbol. Antes de
cerrar la pesada puerta de madera, eché la vista atrás esperando sentir al lobo
solitario. Respiré hondo y con mucha pena en mi alma. Tuve una extraña
sensación.
Aún volví a mirar por uno de los ventanucos. Avivé el fuego y pronto entré
en calor. Un poco de agua hervida de hierbas me templó. Aún así, está
desasosegada y no podía apartar de mí aquella sensación de soledad y tristeza.
Estuvo lloviendo toda la noche y aún caía ligeramente cuando desperté. Había
sido una fuerte tormenta y se veía cierto destrozo ahí hasta donde mi vista alcanzaba.
Me dolía la cabeza y no podía evadirme de la sensación que el sueño de aquella
noche atrapaba mi cuerpo y mi mente. Algo instintivo me hizo hacerme una
alforja, cerrar mi casa y atravesar el bosque.
En un momento dado, me sorprendió un ruido. Me escondí y aguardé hasta
que ante mis ojos pasó aquel hombre de hojalata montado sobre un hermoso
caballo blanco. Ni me moví. Nunca había visto a nadie así. No por su físico, sino por lo que emitía. Pero soy un ser huidizo,
sigiloso, prudente…, acostumbrado a perderme entre las sombras y las brumas. Es
lo que me ha mantenido viva durante tantos tiempos. Le seguí durante un buen
rato. No fue consciente de ello. Sí su montura que se mostró ligeramente
nerviosa.
De pronto, observé una escena que no esperaba. El caballo se puso de pie
sobre sus patas traseras, estando a punto de derribar al hombre que, a duras
penas intentó gobernar al animal. Unos metros más allá, delante de ellos, el
gran lobo blanco, enseñando sus fauces, espumando, agresivo y desencajado, con
los ojos llenos de furia. A duras penas pude reconocerlo. Se me encogió el
corazón al tiempo que parecía
estallarme. Empezó a palpitar rápidamente, como un palafrén desbocado,
ahogándose…
El caballo daba vueltas sobre sí mismo, intentando huir de ahí, sostenido
duramente por el jinete, mientras el lobo blanco avanzaba tímidamente, como un
ogro de esos de antaño, de otros lares, como un animal invadido por la ira. El
jinete se venció sobre el suelo y el lobo se adelantó un poco más, gruñendo,
con más espuma en la boca. Aquel no podía ser mi lobo blanco.
A veces, la situaciones límites nos ponen a prueba No dudé en salir de mi
escondite y ponerme entre el lobo y el jinete, mientras el caballo salía en
estampida como alma que persigue el demonio. Ahí estaba yo, como si pudiera
hacer algo entre un hombre consternado y un lobo rabioso.
- ¡Aparta de ahí! ¡Aléjate! ¡Huye!
–me gritó el caballero arma en ristre, apartándome de un brusco gesto que me
derribó al suelo. Dándome la espalda, extendió la mano como orden de mantenerme
a distancia.
- ¡No! –grité con desesperación viéndolo empuñar la espada con ambas
manos y mantenerse regio ante la bestia.- ¡Detente! ¡Para!
Le bordeé y me puse más cerca del lobo que gruñó con más fuerza y enseñó
más sus fauces. El brillo sanguinolento de sus ojos me detuvo unos instantes.
Creo que mi corazón latía a la misma velocidad que la del monstruo pero bajo
esa piel blanca y sucia por el barro, tras esa mirada, que estoy segura no era
la suya, tras esas enormes fauces… estaba ese ser que me había estado
protegiendo durante años.
No iba a permitir que lo mataran. No sin intentar luchar por él. El amor
es complaciente y obra milagros. No oía el vozarrón masculino, ni los improperios
que dirigía al lobo. Yo me mantenía de pie, ahí, confiando en algún designio
del destino, solicitando calma con un brazo hacia atrás y otro hacia adelante.
Siseé mientras intentaba calmarme, dominar el miedo que me contagiaba
todo mi ser, transmitirle la serenidad que me faltaba. Y avanzar lentamente, un
pequeño paso y detenerme. Otro y volver a detenerme. El hombre volvió a tirar
de mí y caí al suelo de espalda. El lobo atacó y lo tiró a él. Se revolvió y
ahora era él quien mediaba distancia entre el caballero y yo.
- Escúchame… Canius, escúchame…
Sshhh… Soy yo… Calma…
No supe decir mucho más durante no sé cuánto tiempo. Pero no me escuchó.
Durante esos minutos comprendí que debía seguir luchando por liberar su alma de
la oscuridad que lo anidaba porque podía agredir y destrozar al hombre… pero no
lo hacía. Solo amenazaba. Y eso era una señal.
- ¡Estás loca! ¡Aparta, por Dios! –inquirió.
- ¡Baja la espada, por favor, bájala!
Cauta me acerqué un poco más y me arrodillé ante mi lobo blanco. Las
lágrimas empezaron a rodar sobre mis mejillas y tendí las manos hacía él,
suplicando, rogando…
Sus fauces se fueron cerrando. Tragaba sus propias babas, ahogaba sus
propios quejidos e iba metiendo el rabo entre las piernas al tiempo que bajaba
la cabeza en señal de sumisión hasta que se tendió sobre su tripa y apoyó la
cabeza en el suelo.
Respiré hondo. Miré tras de mí y vi al caballero arrodillado, derrotado, hincado
en su espalda clavada en el suelo. Gateé hasta mi lobo blanco, y le abracé.
Sentí su lengua lamiendo mis lágrimas. Solo se detuvo cuando el hombre se
acercó y me invitó a ponerme en pie.
- Esto va a ser algo que no vamos a olvidar –pronunció.- Está tierra
siempre ha sido extraña.
- Lo sé… Te recuerdo… Ahora te recuerdo…
- Pensé que no… Ha pasado mucho
tiempo… Demasiado tal vez.
Y recordé aquellos ojos miel, irisados en un tono dorado… Los mismos ojos
del dragón de Higanfa que, herido de amor, destrozó y amenazó durante siglos al
pueblo.
- Nunca es demasiado tarde –asentí.
- Debo partir.
- Eso será mañana...
Tema 12/52: Combina estos tres personajes a modo de secundarios: el hombre de hojalata, un dragón enamorado y un ogro para hacer con ellos una narración fantástica.
Maravilloso!! Ensimismada y abrazada por tan bonita historia… Fantasía en su estado más puro… Bellísimo, querida Mag; la escena final del lobo, conmueve… se puede visionar… Un placer! Y las imágenes, preciosas…
ResponderEliminarBsoss enormes 😘
Leyéndote me he ido a los mundos de una escritora juvenil que tuve el placer de conocer hace mucho tiempo... con fantásticas historias que atrapan y trasladan el tiempo y el espacio latiendo en otros mundos... hoy tú has logrado esa magia. Gracias, querida Mag.
ResponderEliminarMil besitos para tu tarde, preciosa.
Lo he disfrutado, recordando sueños y leyendas, visitando otros mundos y viviendo una fantasía , yo también me he puesto entre el hombre y el lobo con el que ha sido sencillo encariñarse. Un abrazo preciosa
ResponderEliminarMuy bonito relato que lleva a adentrase en la tensión de esa escena y vivirla. Y por momentos pensé que la chica era también otro ser mágico. Aunque tal vez sí lo era.
ResponderEliminarBeso dulce Magda.
Esos amores galantes.. intemporales..épicos. Precioso
ResponderEliminarMil gracias a tod@s, Familia.
ResponderEliminarOs agradezco muchísimo vuestros comentarios y apoyo, vuestra compañía y cariño.
Millones de besos y abrazos.
Me gusta eso de que un hombre de hojalata sea un caballero.
ResponderEliminarY te imagino como esa dama que vive en la naturaleza, que tiene esa cercanía, esa amistad con el lobo. A quien defiende.
Besos.