En el telar de mi ser, entrelazo las letras que brotan de mi alma, tejidos de sentimientos y emociones que danzan sobre este lienzo negro que mi pluma transfigura. Anhelo que cada palabra, cada trazo, trascienda y se convierta en eco en tu ser para fundirte en el velo mágico de mi memoria. Que mis versos sean puentes que nos unan en un abrazo sólido, y que mi tinta sea un testigo del vínculo que florezca entre tú y yo. En cada línea trazada, en cada verso susurrado, te escribo con el alma para que en el tapiz de nuestras historias encuentres el eco vibrante de mi ser y la esencia de este nuestro encuentro. Que mis letras sean hilos de un lazo indisoluble entre tú y yo, donde el tiempo se detenga y la eternidad se haga presente. En cada palabra entrelazada, en cada estrofa compartida, tejamos juntos la trama de un sentimiento duradero, donde nuestras almas se encuentren en todos los rincones de esta bella historia.

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13 de octubre de 2017

13


Chatina

Quizá no haya mucho que decir. El mundo lleno de babosos y a mí me siguen gustando los caracoles, con su ajaceite, o con su salsita de tomate, choricito y un poquito de guindilla... O para darle gusto a un arroz... Se me hace la boca agua mas veo esto... Y la verdad, independientemente de que sea un bicho de plato único, la cosa cambia. Ni se me hace simpático ni me da gusto verlo con ese cuerpecito soberbio y esa concha como las de mar.

Menos mal que es una de esas especies catalogadas como "non gratas" (Real Decreto 630/2013 de 2 de agosto) pero, tampoco sé en qué cazuela se iba a cocer media docena de estos bichos. Y a eso le sumanos que vienen con chicha añadida, es decir, que contienen unos parásitos muy malos llamados nematodos... que se alojan ahí en sus tejidos fibromusculares y en sus babas, comprendo que no sean muy gratos como mascotas pues en vez de darnos mimos nos pueden dar diversidad de infecciones como una meningoencefalitis eosinofílica o una angiostrongiliasis abdominal

Este caracol es hermafrodita y tiene una capacidad reproductora tipo cucaracha, a velocidad de la luz. Eso  podría defender aquello que decía mi abuelo de que comer caracoles es tener siempre el plato lleno (aunque bien sé que se refería a la chicha y a la cáscara).

En fin, que hay que verlo, no tocarlo y dejarlo en su sitio que es donde mejor está.
Y os presento, al caracol más grande del mundo, posiblemente:  Achatina fulica.
Podéis llamarla "Chatina".


Noticia vista en la revista Quo del mes de septiembre de 2017.


Imágenes extraídas de la red

Tema 13/52: Escribe un relato inspirado en una noticia que hayas leído esta semana.

20 de septiembre de 2017

12

La   Magia del   Amor


En muchos de mis viajes más allá de los sentidos de la tierra, me he encontrado con seres como él, auténticos leones hambrientos a punto de devorarte al más pequeño despiste; gacelas tímidas y asustadizas que ágiles saltan al más pequeño de los ruidos, ñúes que ven sus posibilidades de salvarse actuando a bulto…
Siempre he pensado que en su interior se esconde una tremenda tormenta, donde los rayos le arden, donde los truenos le provocan auténticos caos, y, donde la lluvia, le inunda. En el fondo, sabio y paciente, a veces, desesperado por el gran deseo de deshacerse de ese bestial imaginario que lo envuelve.

Siempre hemos ido tentando un poco la suerte, midiendo ambos nuestros pasos, guardando la distancia justa. Creo que sabe quién soy. No solo porque esté pendiente de mí día y noche.
De día persiguiendo mis pasos, siguiéndome allá donde voy, observando cada cosa que hago… Por  otro lado, a pesar de todo, eso me hace sentir segura.
De noche, se vuelve cautivo bajo la intemperie, bajo el rosario de estrellas, hechizado por cada una de las fases de la luna, incluso impertérrito bajo la ausencia de ella en esas noches de luna nueva.


Creo que hemos llegado a un punto, después de tanto tiempo, que hemos fusionado nuestras almas: La suya de salvaje e indómito ser, y la mía, dócil y complaciente. No puedo darle otra explicación medianamente lógica, si fantástica, a este nexo que nos mantiene unidos y alejados al mismo tiempo.
Incapaces de situarnos cara a cara, siempre pendientes de una distancia aparentemente insalvable… pero aquel día algo sucedió. Me extrañó no verlo rondar cerca de casa al despertar y lo eché de menos esa misma noche. Primero no me preocupé. No deja de ser un alma libre.

En mi sendero en busca de semillas vi huellas extrañas. No las había visto antes. Tenían forma de pie pero eran demasiado grandes, de alguien que camina erguido. Siguiéndolas, llegué hasta el pequeño claro que se abría al otro lado del río. No era el mejor lugar para pernoctar, al menos no para quién conociera aquel territorio. Cerrado y de difícil escapatoria. Observé entre los matorrales pero no vi más que un pequeño fuego encendido. Agudicé mis instintos y no tuve constancia de la presencia de mi lobo blanco. Me mantuve quieta durante un tiempo interminable hasta que la lluvia comenzó a caer. Me hallaba demasiado lejos de mi cueva en el viejo árbol como para permanecer mucho más tiempo ahí. Me cubrí con la capucha y retrocedí sobre mis pasos justo en el preciso momento en el que de entre los árboles salió aquel ser con pechera plateada y alta envergadura. La curiosidad me podía pero la prudencia también.

El cielo se cubrió de oscuridad en un momento y, bajo aquella fuerte lluvia, con el agua calándome hasta los huesos, llegué a mi refugio del árbol. Antes de cerrar la pesada puerta de madera, eché la vista atrás esperando sentir al lobo solitario. Respiré hondo y con mucha pena en mi alma. Tuve una extraña sensación.
Aún volví a mirar por uno de los ventanucos. Avivé el fuego y pronto entré en calor. Un poco de agua hervida de hierbas me templó. Aún así, está desasosegada y no podía apartar de mí aquella sensación de soledad y tristeza.

Estuvo lloviendo toda la noche y aún caía ligeramente cuando desperté. Había sido una fuerte tormenta y se veía cierto destrozo ahí hasta donde mi vista alcanzaba. Me dolía la cabeza y no podía evadirme de la sensación que el sueño de aquella noche atrapaba mi cuerpo y mi mente. Algo instintivo me hizo hacerme una alforja, cerrar mi casa y atravesar el bosque.

En un momento dado, me sorprendió un ruido. Me escondí y aguardé hasta que ante mis ojos pasó aquel hombre de hojalata montado sobre un hermoso caballo blanco. Ni me moví. Nunca había visto a nadie así. No por su físico, sino por lo que emitía. Pero soy un ser huidizo, sigiloso, prudente…, acostumbrado a perderme entre las sombras y las brumas. Es lo que me ha mantenido viva durante tantos tiempos. Le seguí durante un buen rato. No fue consciente de ello. Sí su montura que se mostró ligeramente nerviosa.

De pronto, observé una escena que no esperaba. El caballo se puso de pie sobre sus patas traseras, estando a punto de derribar al hombre que, a duras penas intentó gobernar al animal. Unos metros más allá, delante de ellos, el gran lobo blanco, enseñando sus fauces, espumando, agresivo y desencajado, con los ojos llenos de furia. A duras penas pude reconocerlo. Se me encogió el corazón al tiempo que  parecía estallarme. Empezó a palpitar rápidamente, como un palafrén desbocado, ahogándose…

El caballo daba vueltas sobre sí mismo, intentando huir de ahí, sostenido duramente por el jinete, mientras el lobo blanco avanzaba tímidamente, como un ogro de esos de antaño, de otros lares, como un animal invadido por la ira. El jinete se venció sobre el suelo y el lobo se adelantó un poco más, gruñendo, con más espuma en la boca. Aquel no podía ser mi lobo blanco.

A veces, la situaciones límites nos ponen a prueba No dudé en salir de mi escondite y ponerme entre el lobo y el jinete, mientras el caballo salía en estampida como alma que persigue el demonio. Ahí estaba yo, como si pudiera hacer algo entre un hombre consternado y un lobo rabioso.

-  ¡Aparta de ahí! ¡Aléjate! ¡Huye! –me gritó el caballero arma en ristre, apartándome de un brusco gesto que me derribó al suelo. Dándome la espalda, extendió la mano como orden de mantenerme a distancia.
- ¡No! –grité con desesperación viéndolo empuñar la espada con ambas manos y mantenerse regio ante la bestia.- ¡Detente! ¡Para!

Le bordeé y me puse más cerca del lobo que gruñó con más fuerza y enseñó más sus fauces. El brillo sanguinolento de sus ojos me detuvo unos instantes. Creo que mi corazón latía a la misma velocidad que la del monstruo pero bajo esa piel blanca y sucia por el barro, tras esa mirada, que estoy segura no era la suya, tras esas enormes fauces… estaba ese ser que me había estado protegiendo durante años.
No iba a permitir que lo mataran. No sin intentar luchar por él. El amor es complaciente y obra milagros. No oía el vozarrón masculino, ni los improperios que dirigía al lobo. Yo me mantenía de pie, ahí, confiando en algún designio del destino, solicitando calma con un brazo hacia atrás y otro hacia adelante.

Siseé mientras intentaba calmarme, dominar el miedo que me contagiaba todo mi ser, transmitirle la serenidad que me faltaba. Y avanzar lentamente, un pequeño paso y detenerme. Otro y volver a detenerme. El hombre volvió a tirar de mí y caí al suelo de espalda. El lobo atacó y lo tiró a él. Se revolvió y ahora era él quien mediaba distancia entre el caballero y yo.

- Escúchame…  Canius, escúchame… Sshhh… Soy yo… Calma…

No supe decir mucho más durante no sé cuánto tiempo. Pero no me escuchó. Durante esos minutos comprendí que debía seguir luchando por liberar su alma de la oscuridad que lo anidaba porque podía agredir y destrozar al hombre… pero no lo hacía. Solo amenazaba. Y eso era una señal.

- ¡Estás loca! ¡Aparta, por Dios! –inquirió.
- ¡Baja la espada, por favor, bájala!

Cauta me acerqué un poco más y me arrodillé ante mi lobo blanco. Las lágrimas empezaron a rodar sobre mis mejillas y tendí las manos hacía él, suplicando, rogando…
Sus fauces se fueron cerrando. Tragaba sus propias babas, ahogaba sus propios quejidos e iba metiendo el rabo entre las piernas al tiempo que bajaba la cabeza en señal de sumisión hasta que se tendió sobre su tripa y apoyó la cabeza en el suelo.

Respiré hondo. Miré tras de mí y vi al caballero arrodillado, derrotado, hincado en su espalda clavada en el suelo. Gateé hasta mi lobo blanco, y le abracé. Sentí su lengua lamiendo mis lágrimas. Solo se detuvo cuando el hombre se acercó y me invitó a ponerme en pie.
- Esto va a ser algo que no vamos a olvidar –pronunció.- Está tierra siempre ha sido extraña.
- Lo sé… Te recuerdo… Ahora te recuerdo…
-  Pensé que no… Ha pasado mucho tiempo… Demasiado tal vez.

Y recordé aquellos ojos miel, irisados en un tono dorado… Los mismos ojos del dragón de Higanfa que, herido de amor, destrozó y amenazó durante siglos al pueblo.

- Nunca es demasiado tarde –asentí.
- Debo partir.
- Eso será mañana...



Tema 12/52: Combina estos tres personajes a modo de secundarios: el hombre de hojalata, un dragón enamorado y un ogro para hacer con ellos una narración fantástica.

9 de junio de 2017

11

La   Dama y el  Poeta



Ahí aparecía la luna, como una gran bola blanca al fondo del horizonte, iluminando el camposanto y llenándolo de una espectacular luz que proyectaba las sombras de los cipreses, cruces, gárgolas y esculturas que formaban parte del paisaje. Los nombres de los muertos tintineaban al ocaso.
Ahí solo quedaba él. Ajeno a cualquier mirada.


Sus pasos eran firmes pero no rozaban el suelo. Eran como un par de hojas que el otoño rendía a sus pies dejando que el viento las meciera.
Surgía de entre las sombras atravesando las calles del cementerio como un fantasma. Impertérrito al tiempo, fijo en sus intenciones, hasta que llegaba al banco de piedra donde tomaba asiento y se sosegaba.

Inmóvil. Maravillado. Un Pigmalión ante su obra. Asentaba su mirada en la escultura del lago. Esta se alzaba exuberante y envuelta en un halo de dulzura pero agreste al mismo tiempo.


De pie, con una mirada que se clavaba como una daga de doble filo, se erigía diosa, virgen a adorar, únicamente vestida por una túnica gentilmente enredada al cuerpo.


Los rayos de Selene se encauzaban entre las ramas de los árboles, dibujando sombras perfectas sobre el cuerpo marmoleado, acariciándolo y envolviéndolo en una magia única que no solo le había embriagado a él.
Su corazón palpitaba con tanta energía que jamás se había sentido más vivo. Nunca antes habían tremolado sus entrañas como le vibraban ahora, ni su pálida piel, rasgada y abierta como parecía notarla.
Respiró profundamente. Sabía que era el momento. Se puso en pie. Se arregló la levita, acomodó la alta chistera, tomó con determinación su bastón, y se dirigió decidido hacia el pequeño  lago, altar de la escultura.



Desde la orilla volvió a observarla. La recorrió con mirada vidriosa, de pies a cabeza, con el deseo enjuagándole en un sudor frío.
Caminó sobre la pasarela flotante hasta situarse a su altura.
Extendió la mano, nívea como el mármol del cuerpo de mujer. La deslizó suave desde la cintura hasta la cadera, hasta el remate que vencía la falsa tela. Percibió una especie de fuego en sus yemas. Se estremeció por completo, atrapado en esa extraña sensación.

- Sauala… -la llamó desde sus adentros-. Amada mía- musitó.

Su ser simuló eviscerarse y, al instante, zozobrar en una cadencia que le hizo postrarse de rodillas.
Solo en ese momento, la luna parecía iluminarse más, como si se hubiera producido un milagro que la convirtiera en mujer.
Sintió que la piel le ardía y, de pronto, volvió esa gélida caricia que le hizo tiritar. Inspiró. Dejó salir el aire tan lentamente y con tanta intensidad que se convirtió en un suspiro de amor.



       Los primeros rayos de sol se levantaban anaranjados desde la colina, arañando los eriales y recorriéndolos hasta romper  contra… No… ya no chocaban contra la figura de piedra del Poeta de los versos diamantinos.

Una joven depositaba unas pequeñas ramas verdes a los pies de la peana vacía, sin más trascendencia. Miró hacia el lago, casi por el rabillo del ojo. Desde ahí la vista era directa sobre el centro. Le pareció indiferente que la Dama no estuviera en su sitio.
Acomodó las ramas, apoyándolas en la piedra donde vagamente podía leerse la palabra "Poeta". Sonrió ante la avispada conversación de las dos señoras que se acercaban hasta ella.

- ¡No puedo creerlo!  ¿Qué clase de osado se atreviera a robar dos estatuas?
- Qué canallas, ¿verdad, señorita? –le preguntó una de ellas. La joven se encogió de hombros y, simplemente, mostró la mueca de una sonrisa complaciente. Unos pasos más allá, tras las mujeres, reconoció la figura masculina.
- Señoras… -saludó el hombre haciendo ademán de quitarse el sombrero-. ¿Nos vamos,  querida?
- Sí. Ya he terminado -respondió arreglándose la falda tras ponerse en pie.
- ¡Se parece al poeta! –susurró una de las mujeres a la otra, viendo como la pareja, tomada del brazo, se alejaba por el paseo.


Hay quien dice que en algunas noches de luna llena el lago se seca, y sobre la tierra cuarteada puede verse a la Dama del Lago junto al Poeta. 


Tema 11/52: Inventa un relato donde des vida a dos objetos.

5 de abril de 2017

10

Maya y yo




El cambio de casa me estresa. He empezado a empaquetar todo. Y cuando digo todo, me refiero a… TODO. 
Sigo con esa manía mía de guardarlo todo como si me fuera a hacer falta. La verdad es que es la “Ley de Murphy”. Basta que lo tire para que luego lo necesite. Y así es como encontré aquella caja que no había tirado en todos estos veinte años. 
La abrí. Allí había pinturas de colores, pinzas de tender la ropa con el nombre de aquel cantante de un solo día, cartas a un amor no correspondido e imposible…, corazoncitos, mi nombre mil veces escrito (¿sería que tenía mi ego algo subido o que, simplemente, suena bonito?). Pero lo más grave no es eso. Lo peor es que todavía están esos pequeños muñecos de goma dura que borraban (y borran. Lo he podido comprobar) el lápiz, un sinfín de lapiceros y un par de esos bolígrafos de mil colores que hicieron furor. Uno de carcasa roja. Otro, azul. 
¡¡La abeja Maya!!
¡¡Dios!! ¡¡Me encanta!!


Me sigue gustando y es que me veo en ella. Ya no es que sea regordeta y tenga los cabellos rizados, que conserve alguna que otra peca en las mejillas, que mis ojos sean grandes como los de ella, que por hacer el bien siga metiéndome en líos… o que todo lo vea divino de la muerte, que siga dando algún que otro toque a algún que otro Willy, y ponga en su sitio a algún que otro Flip, O, porque siga siendo traviesa y pícara aunque con matices muy diferentes; porque siga haciendo alboroto por pequeñas cosas y me calle las gordas, como si tuviera respuesta para todas ellas… 
Sí, definitivamente, voy a cerrar la caja y guardarla de nuevo.


Tema 10-52: Haz una historia con una protagonista que evoque tu niñez.

18 de marzo de 2017

9

Mi soledad y Tú



Aquella noche salimos a pescar. Clavó las cañas en la arena y nos sentamos a ver pasar el tiempo. Eso es algo que se me da muy bien, como tú me dices.
Estuve toda la noche bajo las estrellas. No dejé de pensar en ti.

El cielo estaba dorado y el mar, también. Las olas besaban sutilmente las arenas de la orilla. Decían algo que no comprendí.
Susurros de esperanza.
Arrullos de deseo.
Bisbiseos de besos.
Tu nombre.

Pensé que saldrías tras alguna de ellas con tu vestido de espuma blanca. Transparente como tu corazón…, blanquecina como tu alma. Temblé entero. Me acurruqué en mí mismo. Me abracé como tú lo hubieras hecho, y me sentí pequeño en la inmensa soledad.

El cuadro era perfecto pero faltabas tú… y tu luz.



Tema 9-52: Escribe un relato que integre las palabras "luz" y "cuadro" como elementos relevantes del argumento.

12 de marzo de 2017

8

El dedal

El corazón es un horno de fuego





Aquello quejidos me partieron el alma. Caminé con ella en brazos hasta la cueva. Su aliento chocaba contra el mío.

- Shhh… No hables -le dije.
- Hablas cinco idiomas y nunca quieres hablar.

Aquello me hizo sonreír. Respiré hondo y miré esa parte suya que me enloquecía, de la que me había enamorado y que había hecho mía. ¿Cómo había llamado Madox a esa vaguada, ese valle que nace al fondo del cuello? ¡Escotadura supra esternal!





Esto es mío: Pediré al rey que esta maravilla se llame el Bósforo de Almasy, le había dicho en aquella ocasión.





Me fijé que todavía llevaba el dedal. Aquel que compramos juntos en el mercado, cuando todo parecía perfecto, cuando dimos rienda suelta a nuestro amor y a nuestras pasiones. Idiota, me llamo, confesándome que siempre me había querido, que seguía amándome. No pude evitarlo. Me llené de emoción, de rabia, de impotencia… Un cúmulo de sensaciones que confluían en esa cobardía que había hecho no saber enfrentarme a mis sentimientos y a la realidad que subyacía bajo la apariencia de un matrimonio bien avenido.
Mi hermética personalidad…
La atraje hacia mí y lloré desconsoladamente pegando mi mejilla contra la suya, mientras mis pasos parecían flaquear y a ella el aliento.

Katherin estaba mal herida. Le arropé un poco más. Encendí un fuego. La curé como pude. Inmovilicé su tobillo y su muñeca…, y no tuve más remedio que salir de ahí en busca de ayuda. Si no lo hacía, los dos moriríamos. Si lograba llegar a la ciudad más cercana, al menos cabría la esperanza. Pero eran tres o cuatro días andando, además, de que podría encontrarme con alguna tropa militar. Le dejé agua y comida suficiente, una linterna, un lápiz y uno de mis cuadernos. Le prometí que volvería a por ella y que jamás la abandonaría. No volvería a ser como antes. Además, muerto Clifton… Egoístamente… el cielo quedaba abierto para ambos.

No sé cuántas horas llevaba andando. El sol era un castigo pero no podía pararme. La tormenta de arena fue lo que no esperaba. Tuve que detenerme, refugiarme en mi mismo y aguantar como pudiera con las poca fuerzas que me quedaban. Recuerdo el sabor a arena y como esta se convertía en millones de látigos que azotaban mi piel, hiriéndola aun por encima de mi ropa.
No logro recordar más.

Cuando desperté habían pasado cuatro jornadas, con sus días y sus noches. Me hallaba en un sitio desconocido, tumbado sobre un camastro limpio. Yo estaba aseado; incluso, afeitado. Vestía una especie de túnica larga que me llegaba hasta los tobillos y tapaba mis brazos hasta las muñecas. Tenía las manos vendadas y sentía paz en todo mi cuerpo. Recuerdo que escuché voces de mujeres. Hablaban todas a la vez y me costaba comprender. Desconocimiento y aturdimiento.
Cuando pude aclarar mi vista, que no mi mente, no podía creer lo que estaba viendo. Ante mí, como un ángel llegado del cielo, estaba Katherine. Quise sonreír pero me dolía la cara. La notaba como si tuviera un cartón pegado.

- Shhhh… Estás a salvo, mi amor.
- ¡Khat! - Estoy bien, condesito –Y su sonrisa me pareció un milagro.- No hables. Eres muy mal paciente...

Me dio un poco de agua y respiré profundamente. Pacientemente, Katherine se encargó de ello. Una pequeña caravana de lugareños se alejaba de la ciudad y de la zona de conflicto. Los británicos controlaban el área y era un ir y venir de tropas. El destino, la suerte, el azar, Dios o Allâh, les había cruzado en mi camino. Justo antes de la tormenta de arena me habían avistado. Antes de vomitar la arena y perder el conocimiento había sido capaz de explicar el porqué de hallarme allí. Sin dudar, aun a riesgo de poder tratarse de una alucinación, fueron en su busca. La habían cuidado como una más de su gente. Y a mí…Y a nuestro recomenzar.


Tema 8-52: Usa una escena romántica de una película que sea reconocida y dale un giro sorprendente para cambiar totalmente la historia.

7 de marzo de 2017

7

 Un antes lleno de recuerdos.
Un después lleno de olvidos.



Se había levantado aquella mañana más contenta aunque no sabía el motivo. Observaba el paisaje a través de la ventana. Siempre le había parecido muy hermoso. Y parecía reconocer al gato cuando se rozaba en sus piernas, ronroneando, aunque, simplemente, lo llamaba “gato”. Era lo único que tenía claro de él.

Su vida era una serie interminable de archivos, de información repetida. Día a día, antes de irse a dormir, repasaba lo anotado sobre una página casi en blanco porque así era parte de su memoria al día siguiente. Al principio, no parecía ser tan duro como ahora y le daba miedo dormirse. Despertar era sentirse perdida. No saber dónde estaba, con quién estaba, cuándo, cómo… Todo cuanto vivía, experimentaba, pensaba, hacía… quedaba perdido a largo plazo, un plazo que no abarcaba más allá de, en ocasiones, minutos; a veces; horas. Y nunca superaba aquella jornada. 

Habían pasado ya varios meses desde el accidente pero su amnesia anterógrada la mantenía esclava a la inexistencia de recuerdos. Un paso lleva a otro paso pero, en su caso, un paso siempre era un primer paso que no llegaba a ninguna parte. Un antes lleno de recuerdos. Un después lleno de olvidos. Ni tan siquiera tenía tiempo de sentirse mal, ni decepcionada, ni impotente. Se le olvidaba. Su mente era un continuo ordenador siendo reseteado sin haber guardado antes la información. Información caduca. Información perdida. Cierre de pantalla. Documento nuevo. Su vida era nacer cada día pero con menos tiempo para vivirla. 

Le habían recogido la cafetera de cápsulas y se hacía el desayuno con la cafetera de toda la vida. No tenía un teléfono inteligente. Le daba igual tener cien canales de televisión o ver repetida la película del lunes el domingo y seguía haciendo fotografías con la vieja réflex aunque olvidaba que las había hecho. 
No pensaba en Flavio a pesar de ser el hombre que amaba. Tampoco cuánto lo amaba y su nombre era olvidado al tiempo de ser pronunciado. Era un tipo simpático que le traía flores todos los días, que dormía en la habitación de al lado según que noches, que le tocaba con la guitarra su canción favorita, que le preparaba el desayuno los días de fiesta y le hablaba de sueños compartidos que no siempre sentía fueran suyos, de lugares a los que no habían ido… pero irían. Le hablaba mil veces de unas flores del desierto que crecían a la luz de la luna y olían como azahar, de cómo se habían conocido o cómo había sido aquel primer beso o, incluso, cómo había sido de especial haber hecho el amor en aquella cabaña de la montaña. Solo sabía que se sentía muy bien a su lado y se llenaba de felicidad, que le encantaba ser besada y abrazada por él, que se volvía loca cuando le hacía el amor… Y luego, todo era empezar...

Pero cada dos por tres se encontraba un cartel, un folio rosa flúor con una larga explicación que le recordaba que debía repasar su memoria artificial: Ir al salón, abrir el ordenador y ponerse nerviosa porque el sistema era nuevo aun siendo ya obsoleto. Buscar los archivos que tenía escritos según el calendario de su agenda, de la que no se separaba por nada del mundo, donde iba apuntando con frases inconclusas y expresiones alteradas aquello que vivía en un momento dado y le llamaba la atención. Ir a la pared del pasillo, obligado paso para moverse por la casa y donde se acumulaban fotografías de personas y cosas con datos pertinentes que le sirvieran de recurso. 
Sin embargo, nunca le había gustado hacer punto y no había puesto interés alguno en aprender. Ahora hacía unos encajes preciosos. Nunca un gato tuvo una mantita tan trabajada. 

Al final del día siempre tenía una nota que no era suya y que continuaba para ser la primera anotación del día siguiente: 

... Hoy es un nuevo día, cielo. Todo un mundo por descubrir, un recomenzar. Vuelve a brillar el sol. Lo que pasó ayer ya no importa. Hoy tenemos de nuevo todas las oportunidades. Estás en mi mente y sé que yo estoy en alguna parte de la tuya. Mira mi foto. Mira a Flavio. Mira al hombre que te ama, que te busca y que esta noche te hará el amor. 
Ten un buen día, amor. Te he dejado el café hecho. Muah… Muah… 

La fotografía de ambos en París era el marca páginas de la agenda. La tomó en su mano y sonrió: 

- Sé que te amo pero lo olvidaré en un momento. No volveré a pensar en ti hasta que vuelva a ver la foto y sonría de nuevo. En algún momento entrarás en casa y volveré a preguntarme por qué…




Tema 7-52: Da voz a los recuerdos y ofrece una solución en forma de historia para un personaje que pierde la memoria cada día.

2 de marzo de 2017

6

A los pies del  Coloso


Abrí los ojos a duras penas. La luz se colaba por los resquicios de una densa cortina mal corrida. Mis párpados parecían dos losas. Me sentía tremendamente cansada y, por un momento, confundida. Me costó ubicarme.


Abracé la almohada. Olía a él. Me envolvió su aroma.
Yo…, yo, también a él, a su sexo, a su esencia… Tenía mi piel impregnada de él.
Tenía agujetas hasta en el alma porque hasta el alma me había follado. Me desentumecí un poco y mi cuerpo se resintió encima de las sábanas.
Un intenso aroma a café envolvía el ambiente. Y me pregunté si había dejado que el servicio de habitación me viera desnuda sobre la cama. Me entró un repentino sentimiento de pudor… y una convulsión de rabia.

Me acerqué hasta la silla donde estaba su ropa. Quería tocarla, sentirla sobre mi cuerpo. Cogí su camisa, con ese olor tan de él, de su perfume, de su piel… Me embriagué de todo ello, de todo su ser, y sentí que me abrazaba. Sonreí.

Cuando me dijo que le acompañase a Roma, lo último que esperaba es que me fuera a dar aquella noche tan especial. Pensé que sería un viaje más de esos de trabajo, tedioso y largo. Y, realmente, así habían sido las jornadas anteriores. Terriblemente tensas, sin un minuto para relajarse.

Al pasar frente al gran espejo sobre el taquillón, me alcé sobre mis puntillas. Me picaban los glúteos. Con razón. Todavía  tenía  rubores en mis nalgas de las palmadas dadas.
Sonreí con cierta picardía. Sarna con gusto no pica aunque mortifica. Pero sentirme así, atrapada en sus dominios, gozar de ese deseo, de su virilidad, del golpeteo de sus palabras ahogándome las ganas al tiempo que enervaba mis lujurias… Sentirme tan hembra, tan salvaje y tan atrapada en sus garras. Una experiencia indiscutiblemente repetible.

Me serví una taza de café, y me acerqué al balcón cuyas puertas permanecían a medio cerrar. Un sol resplandeciente, con alguna nube en el cielo y al fondo, el Coliseo. Imponente. La ciudad bullía y el café se deslizaba por mi garganta. Me perdía en esa sensación mientras el fresco de la mañana se colaba por debajo de la camisa, erizando mi piel… sin percibir la presencia de Mark acercándose por detrás hasta que su pecho se apoyó en mi espalda. Me sobresalté. Sus brazos se cruzaron en mi cuerpo, y su aliento se fijó en mi cuello.


- No imaginé nunca que mi camisa pudiera sentarte tan bien –me susurró mientras rozaba el lóbulo de mi oreja con sus labios. Mis pechos se irguieron… Su aliento, la sensación de sentirle tan cerca, su erección en mi piel, mi imaginación llena de lujuria. Eché la cabeza hacia atrás cuando sus manos atraparon mis pechos.

- Todavía me duele el culo…
- Eres una floja. Fueron cuatro palmaditas de nada… -aseguró mientras bordeaba la cadera para centrarse sobre mi sexo.- Y todavía estás mojada. Anoche me sorprendiste aunque sabía que dentro de ti hay una viciosilla. Te comportaste como una salvaje y al final cediste como me gusta. Quiero que seas siempre así en mi cama…- musitó, de pausa en pausa, besándome el cuello, mordisqueándome. Noté que me estremecía entera, que mi cuerpo temblaba, que volvía a sentirme húmeda… y solo me había rozado. Sin profundizar más. Abrí mis piernas cuando sentí sus dedos rozando mis labios…- No sueltes la taza –inquirió adentrándose en mí, cerrando sus dedos en torno a mi clítoris que parecía esperarlo con cierta ansiedad. Nada más fue tocado, reaccionó.



Abrió la camisa. Dejó al descubierto mis pechos… Los buscó, los magreó suavemente, despacio…, indagando en la erección de mis pezones. En ellos todavía sentía la tirantez de la noche anterior, la tortura sufrida por sus dientes, por sus labios, por sus manos… Aquellos tirones, aquellas retorcidas… Aquellos gemidos que me había provocado; los gritos que había acallado tapándome la boca, echándome hacia atrás mientras me empotraba una y otra vez…

Ahora, en ese momento, ahí, con Roma ante mis ojos, Mark provocaba mi excitación. Hacía que mi sexo empezara a llorar por sus gestos, por él, por las ganas de ser poseída de nuevo, de entregarme sumisa, completamente cedida, consintiéndolo…

Costaba mantener la taza en equilibrio. Las piernas me temblaban, y las ganas de aferrarme a él, de poder tocarlo, sentirlo…, me turbaban un poco.
Mi respiración se entrecortaba al mismo ritmo que el café retemblaba en su recipiente. Del mismo modo que mi cuerpo temblaba entre los brazos de ese hombre que me había llevado a la realidad de una experiencia mil veces imaginada.

- Si se te cae una gota de café, te castigaré… -me dijo con tanto convencimiento que me revelé. No acepto bien las órdenes y como juego estaba bien pero me sonó demasiado autoritario.
- ¡Deja de decir ya tonterías!  –Y al tiempo que lo decía, él me dio una palmada en el trasero. Entre que no me lo esperaba y que ya andaba con el equilibrio reducido por la excitación, el café se me desbordó de la taza, cayendo sobre la camisa. Le miré y quise ponerme en mi sitio. Me quitó la taza de la mano, con toda la serenidad y parsimonia del mundo, como si ni me escuchara ni oyera siquiera. La dejó sobre la mesa. Me miró. Por un momento pensé que iba a estamparme una bofetada. Su mano se abrió y me agarró de entre las piernas con fuerza, juntando mis labios, haciéndome poner de puntillas y provocando mi quejido. Amén de que estaba resentido de los toques a mano abierta recibidos en la noche. Me tapó la boca con su mano libre. Y juro que sentí cierta desazón.
- No grites… Te he avisado.

Supongo que se dio cuenta del mensaje que con la mirada le envié y aflojó ambas presiones. A cambio, me hizo caer de rodillas. Desanudó la toalla que se ceñía a su cintura, dejándola caer al suelo. Su pene estaba completamente erecto. Ahí, ante mis ojos, a la altura de mi boca. Agarró mi pelo como quien toma una rienda, y me sentí yegua domada, amedrentada por un segundo…
El juego no había terminado.
Me obligó a levantar la cabeza. Se inclinó. Me besó con rotundidad, casi doliendo…

-Ahora me harás caso y no es bueno que protestes… Te voy a llevar a semejante locura que suplicarás más… Abre la boca –ordenó mientras se ponía erguido. 

Obedecí sin rechistar, y no por sentirme amilanada, sino porque dentro de mí emergían unos deseos incontrolables de sentirle, sentirme, complacernos. Todo se me venía de forma natural como aquella arcada que me invadió al sentir su dureza clavada en mi boca. Ahí se mantuvo, probando mi resistencia, percibiendo mi agonía en ese momento. Sentí que me ahogaba… hasta que empezó a retirarse levemente.  Y el alivió se mimetizó con la leve pero decidida bofetada que me dio en la mejilla, mostrándome su dominación o para espabilarme, para mantenerme alerta... No me la esperaba. No contaba con ella y me enfurecí. Me aferré con las uñas a sus muslos. Clavé con fuerza y él empezó a embestirme, a profanarme la boca…
Sin contemplación… Dentro… Fuera…
Con rabia, con ganas… hasta que mis lágrimas se mezclaron con mi saliva…, y esta, con su bálsamo. 
Me lo bebí golosa, hambrienta,  famélica, ávida… mientras en mi mente sentía una liberación especial, un sentir en mi cuerpo se extasiaba el sentido de la suma entrega, de la sublimidad de ser poseída, culminada en un gozo compartido, ajena a todo sentido de humillación, de mal uso…
Sí, me sentí usada en plenitud, por consentimiento propio.

Ese día fue una fecha importante, ocho de noviembre. Mi nacimiento. El primer día de todos los que luego han venido; un día de entrega, de reconocimiento mutuo, una forma de sentir y de vivir nuestra sexualidad, nuestro modo de vivir nuestros encuentros más íntimos. El día que reconocí mi entrega. El día que me hice Suya. El día que no dejó de ser MÍO.

Tema 6-52: Describe una escena de un relato pensando en una fecha significativa para ti y traslada esas emociones a tus personajes.

23 de febrero de 2017

5

Las ciudades de   Los   Muertos


Su entrada en la taberna había causado un tímido silencio, siendo el centro de atención durante unos minutos. Luego empezó a pasar más inadvertido y, aunque parecía ajeno a cuanto le rodeaba, no perdía detalle de todo lo que acontecía. 

Nada escapaba de su atención. Un ligero repaso al local y todo quedaba en su cabeza. Sonrió y, al tiempo, le avergonzaba la bravuconería de aquellos ebrios hombres propasándose con las chicas de la taberna que se zafaban o dejaban en función de sus ganas. Tampoco le pasó por alto aquella otra mujer que servía las comandas y bebidas sin perderse en lisonjas. No le llamaba la atención, a pesar de no resultarle indiferente, su cabello ondulado y rojizo, ni la blancura de la piel o el descarado escote por el que asomaba el nacimiento de unos pechos poderosos. Se había fijado en el hecho de que ningún hombre osaba tocarla de forma obscena y, curiosamente, en su vestido de mangas largas.

Tampoco para ella había pasado desapercibido el forastero por el porte y por su olor. Mientras él era como un lobo, capaz de oír a través del viento, por su extraordinaria capacidad de discernir los sonidos, aislarlos y quedarse con lo que realmente le interesaba; ella era como una loba en cacería, capaz de detectar cualquier olor, aroma, esencia, bálsamo a centenares de pasos de distancia. Y un olor tan especial como el de un Hergo no podía pasar inadvertido a una Derbra. 

El mesonero salía de la cocina con la comanda para el foráneo cuando la joven Derbra se interpuso en su camino. 

- Yo lo llevaré… 

Ni siquiera el hombre tuvo tiempo de reaccionar. Negó con una sonrisa y siguió a sus cosas. 

- Aquí tiene, señor. Espero le guste el estofado de jabalí. 
- Gracias –dijo sin mirarla. No le hacía ya falta-. ¿Puedes servirme un poco más de vino? 
- Sí, claro. 

Se ajustó la manga izquierda. Le llenó el vaso y cuando se iba a retirar, él la sujetó fuerte por la muñeca izquierda, la que ella tenía retirada adrede. En la cara interna tenía su destino marcado de nacimiento. Le quemaba la piel aquel contacto y sabía que no había marcha atrás. 

El hombre Hergo le giró la muñeca. Levantó la parte de la manga que le cubría la muñeca. Ahí, sobre las tres líneas naturales que marcaban la piel, estaba el extraño tatuaje; una mística mancha de nacimiento que él sabía debía llevar, y que confirmaba que ella era una Derbra, pero no una Derbra corriente, si no una de las que guiaban en el camino de la muerte para quienes estaban predestinados.
Solían asentarse en ladeas cercanas, con mucho tránsito de personas, sabiendo que en el oeste se encontraban las ciudades de los muertos, donde los Hijos de las Trece Tribus  iban voluntariamente a morir por vejez, enfermedad, deshonor... o amor. Su destino era acompañar en ese momento crucial y solo, en casos muy excepcionales, extraordinariamente nombrados, tenían la potestad de recomponer ese luctuoso final. Sabía que no podía negarse si el Hergo susurraba o pronunciaba su verdadero nombre. 

- Te espero en mi cuarto, cuando termines… Tenemos que hablar. Quiero ir al oeste –confirmó, dejándola ir. 


Tras cenar, salió al exterior. El cielo se cubría de unas oscuras nubes que amenazaban con una intensa tormenta. El viento movía con agresividad la capucha con la que se cubría cuerpo y rostro. Respiro hondo, se refugió en su tela de abrigo y caminó hasta el establo para asegurarse de que su animal estaba bien. Luego, volvió a entrar en la posada para subir a su cuarto donde aguardó la llegada de la Derbra quien no dejaba de escuchar su nombre mil veces repetido en sus adentros. Era la prueba determinante de que debía servir al joven Hergo. 

- … Hay que atravesar el bosque. Sabes que hay que hacerlo de noche. Sus leyendas de seres salvajes y sangrientos nos ampararán. Saldremos antes del atardecer para que poco antes de que amanezca nos hallemos a la entrada del valle. De ahí, en media jornada, estaremos en la ciudad donde el viento no sopla. Haremos el ritual. Te llamaré por tu nombre y te haré las tres preguntas. Me nombrarás tres veces y, entonces, uno de los dos no regresará jamas.

Saber que el destino estaba en manos de una Derbra era parte de sus raíces también.  Y confiar su salvación a la interpretación que la Guiadora pudiera hacer de los Ancestros no era esperanza.
Cuando el cielo empezó a arrebolarse se prepararon para el ritual junto al Río de la Lluvia. Él se rasuró la barba, se bañó en el río, y ella le pintó el cuerpo con pintura tribal mientras cantaba entre susurros. Luego, lo hizo él en ella en tanto pensaba el nombre de la Derbra.

Frente a frente, desnudos ante los últimos rayos de sol de ese día, ante la memoria de los que ya no estaban, la Derbra empezó a preguntar como penúltimo paso del ritual.

- ¿Por qué vienes a morir?
- Por deshonor.
- ¿Cuál es tu nombre?
- Dregon, hijo de Rus, de los Hijos de Hergo.
- ¿Cuál es mi nombre de destino?
- Allkore -pronunció con rotundidad.
- Debo hablar con los Ancestros, Dregon,  y saber la realidad de tu deshonor. Luego obraré en consecuencia con la potestad de los que  todo lo ven y todo lo saben.

Allkore, la Derbra, se alejó unos pasos. Se orientó hacia el oeste del oeste. Levantó su rostro a la Gran Madre del Cielo, extendió su brazos a media altura y entonó los cánticos que sonaban a plegaria. De fondo, el sonido de la voz masculina pronunciando su nombre tres veces. 
Dregon aguardó tumbado en el suelo, boca abajo, con la frente anclada en el suelo, donde también se clavaba su mirada, para orar las palabras sagradas de los Hijos de Hergo.

Debía permanecer así hasta que la Derbra le indicara lo contrario.

- Los Ancestros que todo lo ven y todo lo saben, me han hablado, Dregon. Ponte en pie para escuchar lo que debo decirte. -Hizo una pausa y quedó nuevamente cara al Hergo-. Debes entregarme tu daga, la que usaste para intentar acabar con tu vida, y ofrecerme tu mano derecha... ¿Es esa la daga?
- Sí.

Allkore tomó la daga y sujetó fuerte la mano masculina. Realizó siete cortes equidistantes a lo largo del brazo, desde el hombro hasta la muñeca, de modo que la sangre de las incisiones confluyera en la palma de la mano. Con ella, la Derbra realizó una serie de dibujos en el rostro del hombre. La restante, junto al arma, él debía enterrarla.

Al darse la vuelta, la mujer estaba yaciente en el suelo. Él sabía que en muy contadas ocasiones, según la tradición hablada de las Trece Tribus, las Derbras ponían su vida y sus poderes en manos del destino y salvar así la del Guiado. Solo si el Liberado lograba darle su aliento antes de que ella perdiera el último suspiro, ambos podrían regresar vivos.


  

- ¿Por qué estabas dispuesta a dar tu vida a cambio de la mía?
- Porque, aunque intentaste reunirte con los que no están y sabes que está prohibido morir en propia sangre, no eres culpable de deshonor pues jamás abandonaste a tus hermanos en batalla. Y al salvar mi vida, restauras el honor que tú mismo mancillaste al intentar acabar con la tuya.




Tema 5-52: Usar la frase: "En el oeste se encontraban las ciudades de los muertos" para hacer una composición creativa.

16 de febrero de 2017

4

Taurus


Mi sino es una continua carrera en esa especie de laberinto del Minotauro, donde ni tengo un cordón de Ariadna ni soy un Teseo en busca de la aniquilación del animal
Corro por mil y un pasillos, con el sofoco y el pavor soltando toda la adrenalina…, fingiendo que no me canso, con cierta ironía ante una situación que no puedo controlar… Y es que al girar la cara, mis ojos se encuentran frente a frente con ese impresionante, negro y perfecto morlaco que disfruta de la carrera, que juega a alcanzarme pues nunca termina de tocarme… Y sus cuernos, perfectamente blancos, albinos como una luna llena, con la curvatura perfecta… Ahí, a dos dedos de mí… No muge pero su aliento me quema. Su mirada, me atraviesa.

Pasillo sin fin, puerta tras puerta, habitación tras habitación… pisándome los talones, aunando en mi angustia por ser atrapada… ¡Dios! No encuentro salida. Estoy cansada… Él sigue, inagotable, como una sombra, pegado a mí.
Una posibilidad… Si tal vez… Por ahí no podrá atraparme. Solo he de tener la fuerza suficiente.




No siento su presencia tras de mí. Es como si hubiera desaparecido, como si me hubiera zafado de él… No me relajo pero me siento más calmada... Una enorme puerta se presenta ante mis ojos... La inercia me hace abrirla. Solo es una puerta más... y seis bravos astados que se elevan ante mí como dioses colosales, tan negros como el alma de un demonio contrastando con la palidez de mi rostro, con mi aliento cortado en mil pedazos, con el pecho luchando por no dejar salir el corazón… y sin tiempo para rezar por mi último suspiro,  presiento la figura del primigenio alentando en mi nuca…


No hay salida. No hay esperanza… Pero aún dentro de todo mi miedo y del eco que los latidos de mi corazón producen en mí, los mugidos de aquel otro bicho alado suenan como trompetas angelicales, como un clamor hiriente hacia las magnas reses que, atónitas y desconcertadas, levantan sus cuartos delanteros y embisten con sus cornamentas la invasión del enemigo, que no es otro que mi salvación… Seis comandos de fuerzas especiales de asalto descienden  técnica “fast rope” al rescate de la princesa en apuros…



Tema 4-52: Escribe una historia en la que salves la situación con un deux ex machina.*
"El Libro del Escritor"


* La expresión deux ex machina se emplea para referirse a un desenlace que no se deduce de manera lógica de la trama, sino que resulta gratuito, es como meter algo a patadas, sin venir a cuento, para resolver la historia.