Hay veces en los que te levantas por la mañana y no solo las zapatillas están frías. Caminas por la casa y te sobrecoge el frío de una noche en duermevela. Y piensas en esas tormentas de arena que cubren tu alma, con las tragedias de fuera y con las interiores, que son las que más pesan.
Y te acercas a un abismo que, tal vez por saber que es temporal, te llama a gritos. Y te aproximas y te retrae,s pero tiene un influjo sobre ti. Y piensas que si caes ya no puedes pasar más allá del fondo. Y que después de ahí, ya solo queda subir...
Y de pronto, se acerca alguien y abre sus brazos, unas enormes alas que te cubren por completo, que te protegen en silencio y en él, en ese silencio, solo se oye el palpitar de su corazón y el tuyo propio.
Y no hay palabras, solo un susurro... porque no hace falta más...
Y las tormentas se disipan, como si hubieras clavado un cuchillo en la tierra, como si te hubieras convertido en la mejor arma de Agamenón, porque eres obstinada, resuelta... porque al final, te haces fuerte, porque te vuelves junco y en cada golpe que te tumba, el mismo impulso te levanta, y pegas fuerte... porque el junco cuando vuelve pega duro, silva en el viento...
Y sí, la arena se levanta del suelo... pero no es tormenta. Es fuerza. Y, entonces, eres la mujer imuhagh; la mujer fuerte, la mujer de azul, la que azotada por el viento y hundiendo sus pies tatuados en el calor del fuego no deja de caminar... aunque el viento vespertino agite su túnica.
Y al final, puedes poner puertas al desierto.
Y ella, vestida de añil y arena,
se fue acercando como si fuese desierto suave en sus venas...
Lo miró como solo una beduina puede,
con sus ojos enmarcados en negro,
con la profundidad de una reina...
Su mano se irguió hasta rozar la barba negra,
ya entreverada de blanco,
y los labios siempre secos de su señor de arena
y de azul se vistieron en un beso que se hizo desierto,
que se volvió smūm... y arena...
hasta que solo sean susurro de piel.
Beso... sin ruido, con alma... sin armas.
Tan solo una brisa en el silencio de su piel.
Y se abrieron sus ojos y los míos...
Descansa, mora mía,
y sé un suspiro sin dolor.
(poema de mi amigo Ángel)
Y tu abismo se convierte en cima.